La cenicienta de AC/DC
Las memorias del vocalista Brian Johnson recuerdan que no todas las ‘rock stars’ tienen vidas tormentosas o anhelos contestatarios
Atención: este libro no es lo que parece. Las vidas de Brian (Contraediciones) viene firmado por el más longevo de los vocalistas de AC/DC, Brian Johnson. Sí, aquí se habla de las circunstancias de la incorporación de Brian al grupo y también de la (casi total) pérdida de audición que impuso su retirada durante una larga temporada. Pero eso, junto a la crónica de la grabación del primer LP conjunto, e...
Atención: este libro no es lo que parece. Las vidas de Brian (Contraediciones) viene firmado por el más longevo de los vocalistas de AC/DC, Brian Johnson. Sí, aquí se habla de las circunstancias de la incorporación de Brian al grupo y también de la (casi total) pérdida de audición que impuso su retirada durante una larga temporada. Pero eso, junto a la crónica de la grabación del primer LP conjunto, el celebérrimo Back in black, ocupa aproximadamente la cuarta parte del libro.
No lo vean como una tragedia: existe una copiosa bibliografía sobre AC/DC. A cambio, Las vidas de Brian ofrece un retrato granular del proceso de aprendizaje y supervivencia de un proletario del rock entre los sesenta y los setenta, en una ciudad nada glamurosa: Newcastle. Cierto, de allí salieron Eric Burdon o Bryan Ferry, pero ambos se marcharon a la primera ocasión. Brian Johnson no quiso hacerlo. En realidad, tampoco pudo: el primer grupo con el que conoció el éxito en los años del glam, Geordie, fue poco más que un meteorito, maltratado y esquilmado por su discográfica, Red Bus, dependiente de EMI. A Brian le aplicaron un timo similar al que sufrían muchos artistas negros en Estados Unidos: Red Bus le buscó una casa —tenía mujer y dos hijas—, pero, cuando Geordie dejó de vender, la compañía dejó de pagar la hipoteca, sin avisar; de la noche a la mañana, el cantante se enfrentó a la posibilidad del desahucio.
Johnson da el tipo de working class hero (de verdad, no como Lennon, que venía de una clase media con pretensiones). Newcastle tenía una economía basada en los astilleros y las minas de carbón, aunque ambos sectores daban síntomas de declive. Había trabajo, no muy bien pagado; para complementar sus ingresos, Brian se apuntó a la Home Guard, una especie de Ejército a tiempo parcial, haciendo el curso de paracaidista exclusivamente por el plus. Desde luego, no alardeaba de galones contraculturales.
A mediados de los setenta, mientras curraba instalando parabrisas y embelleciendo automóviles, reconstruyó Geordie, aprovechándose de la abundancia de locales en el norte de Inglaterra: los working men’s clubs eran una herencia del antiguo poderío sindical, espacios donde los obreros bebían barato, contemplaban actuaciones de todo tipo y —sacrosanto interludio— jugaban al bingo. Allí, machacando sus antiguos éxitos y temas de actualidad, Brian Johnson se hizo un nombre con su vozarrón agudo y sus trucos de escenario (subiéndose encima al guitarrista, ¿les suena?). Suficiente para que le ofrecieran probar con grupos de renombre que requerían urgentemente un vocalista: Rainbow, Manfred Mann Earth Band, Uriah Heep…
No picó: siempre había algún “pero”. Hasta que llamaron de AC/DC, que necesitaba cubrir la baja del desdichado Bon Scott. Y encajó como un guante. Inicialmente, por su desfachatez: pidió que la primera canción que probaran fuera Nutbush City limits, un hit de Tina Turner que funcionaba muy bien en los working men’s clubs… y que los australianos nunca habían tocado; dado su laconismo habitual, ni protestaron.
Le ficharon cuando comprobaron que además escribía letras con rapidez. Y verificó que el igualitarismo de AC/DC no era una pose: entró como miembro de pleno derecho, cobrando el mismo porcentaje que los fundadores; aparte, el management resolvió el marrón de la casa hipotecada. Semanas después, cuando viajaron a los estudios Compass Point, en las Bahamas, descubrió que también tenía derecho a dietas.
Fue allí, en una fiesta en Compass Point, cuando probó por primera vez un porro. Tenía 32 años e “ignoraba por completo los peligros de beber en exceso o tomar cualquier tipo de drogas”. “En parte porque en mi mundo nadie tenía dinero para drogas y todos madrugábamos casi a diario para ir a trabajar, así que emborracharte hasta perder el sentido no era una opción muy sensata. Yo no había fumado un porro en mi vida, y en cuanto a las drogas duras, ni me las habían ofrecido ni conocía a nadie que las tomara.” Era uno de esos porros trompeteros, al estilo jamaicano, y Brian quedó fuera de combate enseguida, KO en el suelo del estudio. No lo vean como un chiste: lo que me impresiona es que una superestrella reconozca algo así ahora.