Cuando la Nobel Annie Ernaux viajó al Chile de Allende y a la España de la Transición

La escritora francesa y uno de sus hijos recuperan imágenes familiares para rodar un diario vital de los setenta en la película ‘Los años de super 8′, que se proyecta ahora en el festival La cabina de Valencia

Annie Ernaux y sus dos hijos en una fotograma de la película 'Los años de Super 8'.

La cámara deja de captar el rostro de una mujer joven y atractiva o las expresiones de felicidad familiar en el cumpleaños de un hijo para centrarse más en los paisajes, en las ciudades que se visitan, en la gente anónima de sus calles. La escritora Annie Ernaux interpreta su ausencia paulatina en las imágenes que rodaba su marido Phillippe Ernaux como un reflejo de que su relación sentimental se estaba resquebrajando. Ella misma lo explica con una voz firme, reflexiva,...

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La cámara deja de captar el rostro de una mujer joven y atractiva o las expresiones de felicidad familiar en el cumpleaños de un hijo para centrarse más en los paisajes, en las ciudades que se visitan, en la gente anónima de sus calles. La escritora Annie Ernaux interpreta su ausencia paulatina en las imágenes que rodaba su marido Phillippe Ernaux como un reflejo de que su relación sentimental se estaba resquebrajando. Ella misma lo explica con una voz firme, reflexiva, literaria, que prescinde de los adjetivos y solo se permite alguna pequeña inflexión emocional, en la interesante película documental Los años super 8, dirigida por la autora y su hijo pequeño David Ernaux-Briot. Mañana, 15 de noviembre, se proyecta en el singular festival de mediometrajes La cabina de Valencia, y el 16 de diciembre se estrena en la plataforma Filmin.

La película resultará, sin duda, interesante al lector aficionado a la Premio Nobel de Literatura 2022, porque el guion que ella escribe y narra podría formar parte de su obra literatura, con el mismo estilo austero y sintético y una carga autobiográfica aún más evidente si cabe. Pero, además, el filme ofrece un recorrido por una década al reunir películas domésticas rodadas entre 1972 y 1981, a partir de los anhelos y vivencias de una pareja con dos niños, joven, culta, de izquierdas, que se plantea una vida alternativa en la naturaleza tras el Mayo del 68, pero disfruta de las comodidades burguesas al tiempo que quiere escapar de ellas. Ernaux en estado puro en un fresco histórico de una hora de duración servido por imágenes granuladas que desprenden la nostalgia propia del Super 8. En palabras de la autora de La vergüenza, el filme “captura una visión temblorosa de un mundo en perpetuo movimiento que atraviesa fuertemente nuestras existencias individuales”.

Annie Ernaux, en una fotograma de la película documental que recoge imágenes caseras rodadas entre 1972 y 1981.

Estrenada en mayo sin recibir apenas atención en la Quincena de Realizadores del pasado Festival de Cannes, Los años de super 8 se ha beneficiado de la concesión en octubre del Nobel a la autora de 82 años, que se muestra “embelesada” en la película por la visión de los Andes, de camino a Chile en 1972. Allí, el matrimonio conoce una fábrica autogestionada, visita el desierto de Atacama, apoya la reforma agraria y las “ideas revolucionarias” de Salvador Allende, al que llegan a ver en el palacio de La Moneda si bien fuera de cámara. Un año después, tras el golpe de Estado de Pinochet, ya no quedaba nada de aquel sueño, apunta Ernaux en la voz en off que sobrevuela las imágenes.

Las obligaciones como madre y esposa empiezan a perturbar su vocación como escritora. También la presencia de su madre, que se va a vivir con ellos tras la muerte del padre, si bien reconoce que su “devoción por los niños” logra liberarla un poco de los quehaceres cotidianos. La pareja apuesta por François Mitterrand, pero gana Valéry Giscard d’Estaing. Viajan a Marruecos, se visten con chilabas, pero no dejan de actuar como occidentales en un espacio acotado para ellos. La superviviente del holocausto y ministra feminista de Salud Simone Veil defiende el aborto en un discurso histórico en la Asamblea Nacional en 1974. La familia viaja a la pobre Albania del comunista Enver Hoxha, pero el régimen dictatorial, que no permite “llevar pantalones a las mujeres”, no les deja “mezclarse” con la población. Viven como privilegiados en unas playas desérticas que hoy son destino de moda de miles de turistas. La familia descubre la práctica del esquí, mientras ella aprovecha para escribir, sin despojarse del sentimiento de culpa por su desclasamiento que preside toda su obra. Se trasladan cerca de París. Visitan Londres. Recuerda su dura etapa con 19 años trabajando para aprender inglés, idioma que quiere que sus hijos aprendan. El tiempo pasa.

Annie Ernaux, tras ganar el Nobel el 6 de octubre, antes de dar una conferencia de prensa en Paris.Michel Euler (AP)

La familia viaja a España, solo después de la muerte del dictador Francisco Franco, en plena Transición. Corre el año 1980. ETA les inquieta. Van a Pamplona, filman los Sanfermines, hay una larga secuencia de una corrida de toros que tal vez simboliza la ruptura. Recorren Valladolid, Salamanca, Toledo, Soria... La pantalla ya no se llena con primeros planos como antes. Ya no se respira la felicidad familiar y la complicidad de antaño. La convivencia degenera, la pareja discute. “Las cosas que permanecen escondidas en los días ordinarios de repente explotan en conflicto”, comenta la autora. Publica La mujer helada, su tercera novela en la prestigiosa editorial Gallimard.

Aún hay tiempo para el último viaje familiar, en 1981, esta vez a la URSS dirigida por Leonidas Breznev. Un país oscuro que no impide la emoción previa de la escritora que ha crecido leyendo a Tolstoi, a los grandes autores de la literatura rusa y escuchando a sus compositores. La cámara de Philippe Ernaux se detiene en los detalles de la fachada de la catedral de San Basilio, en la Plaza Roja. Es el fin de la pareja. Después de Rusia se separó.

Cuando murió Philippe, del que ella tomó el apellido con el que ha firmado todas sus obras, la escritora y su hijo Eric decidieron montar la película que se proyectó el pasado mes en el Festival de Cine de Nueva York. La concesión del Premio Nobel ha dado una nueva vida a Los años de super 8. Allí, en un coloquio posterior, la escritora explicó que el valor de las imágenes, pese a su carácter casero, radica en mostrar “la familia como el primer espacio de sociabilidad que existe” y también poner en valor “la evolución de los cuerpos y el envejecimiento”.

Preguntada por la contradicción que supone haber permitido que su marido fuera quien grababa todas las imágenes, respondió que no era la única contradicción en aquellos años de su vida. “Tal vez acepté muy fácilmente el reparto de papeles: yo me encargaba de la cocina, de la limpieza y del cuidado de los niños”, señaló en el coloquio. Añadió que la película no recoge, por ejemplo, su implicación entonces en favor del aborto (despenalizado en Francia en 1975) y que centró su novela El acontecimiento, adaptada al cine el pasado año en una no menos sobrecogedora versión dirigida por Audrey Diwan. La voz que confiere sentido a las imágenes de Los años de super 8 sí que deja bien claro su compromiso inquebrantable por escribir. Y recuerda aquella declaración de principios que se hizo con 20 años la autora nacida en la pequeña localidad normanda de Lillebonne: “Escribiré para vengar a mi pueblo”.

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