Maggie Nelson, ensayista: “Hemos estado en el rollo ‘queer’ suficiente tiempo como para señalar el aspecto erótico de todo y reclamar la perversión”

La escritora y crítica cultural analiza el significado que tienen los límites de la libertad en el arte, el sexo, la droga y el clima

Maggie Nelson, escritora estadounidense, en el Centro Conde Duque de Madrid el 27 de septiembre.Jaime Villanueva

Con la aparición de Los argonautas en 2015, Maggie Nelson (San Francisco, 49 años) se convirtió en la crítica cultural estadounidense más importante del momento, cuyos textos, a medio camino entre lo académico y lo personal, llenos de vida, desmontaban la idea de que el pensamiento es frío y ajeno. En aquel libro Nelson, ganadora de la beca MacArthur —la llamada “beca de los genios”—, reflexionaba sobre el género, el amor, la sexualidad, el dese...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Con la aparición de Los argonautas en 2015, Maggie Nelson (San Francisco, 49 años) se convirtió en la crítica cultural estadounidense más importante del momento, cuyos textos, a medio camino entre lo académico y lo personal, llenos de vida, desmontaban la idea de que el pensamiento es frío y ajeno. En aquel libro Nelson, ganadora de la beca MacArthur —la llamada “beca de los genios”—, reflexionaba sobre el género, el amor, la sexualidad, el deseo, la identidad o la construcción de una familia y rompía el molde de la narración académica. En el centro de su análisis estaba su historia de amor con el artista Harry Dodge, quien se sometió a un tratamiento de testosterona y transicionó al mismo tiempo que Nelson gestaba a su hija.

Si en uno de sus primeros ensayos, El arte de la crueldad (Tres Puntos), reflexionó sobre la relación entre belleza, representación, violencia y dolor y examinaba el trabajo de Sylvia Plath, Francis Bacon o Ana Mendieta, en Bluets (Tres Puntos) construyó un deslumbrante poema-ensayo con 240 apuntes sobre su relación con el color azul. Ahora, en su último libro, Sobre la libertad. Cuatro cantos de restricción y cuidados (Anagrama; L’Altra), la escritora y profesora en University of South California apela al presente y se adentra en el tan manoseado concepto de la libertad para explorar el uso y abuso que hoy se hace de este término.

De paso por España a finales de septiembre para participar en sendas charlas en el Centro Conde Duque de Madrid y en el CCCB de Barcelona, accedió a charlar en el patio del antiguo cuartel de la capital, vestida de azul y con la distancia de seguridad pertinente para evitar contagios.

Maggie Nelson, escritora estadounidense, en el Centro Conde Duque en Madrid. Jaime Villanueva

Pregunta. Escribe sobre la dificultad de definir la libertad. ¿Es más fácil reconocer su falta que su disfrute?

Respuesta. Hay una serie de condiciones que le permiten a uno ejercer su libertad. Pero sentirse libre, como sentirse contento, es algo que va y viene. Deberíamos esforzarnos para ver las opciones que tenemos, porque a menudo resulta más fácil pensar que no existen.

P. El legado de la era de Trump y la cultura de la cancelación son asuntos a los que se refiere y que parecen haber inspirado el libro.

R. No es un ensayo de teoría política, sino que trato de ver cómo el concepto de la libertad circula hoy en los círculos artísticos o en las conversaciones sobre libertad sexual.

P. Expresa su ambivalencia hacia esos momentos en los que las revoluciones parecen cristalizar en momentos de liberación.

R. Exploro la propensión humana a sentirse decepcionado, esa sensación de “pensaba que íbamos a ser libres y estoy atascado en la misma vida de siempre”. Es sano y necesario resaltar lo que no es suficiente, pero ahí hay algo implícito, una decepción, como si hubiéramos podido alcanzar el Edén y nos quedamos en el infierno. No es útil. Aunque las cosas puedan mejorar, hay que ver cómo podemos seguir en la lucha sin fantasear con que hay un lugar en el que seremos libres, no habrá problemas éticos y las dificultades entre lo que uno quiere y lo que quieren los demás se desvanecerán.

Quiero pensar de manera crítica y rigurosa algunas tendencias como la activación de la política del cuidado y como esto puede ser útil en algunos casos, pero puede ser complicado si se levanta como bandera.

P. La derecha estadounidense hace un uso muy particular de la palabra libertad, algo que sirve para abogar por la posesión de armas o denunciar la obligatoriedad del acceso al seguro médico.

R. Eso está bastante claro, así que me interesaba más abordar preguntas sobre qué constituye el daño y qué es la protección y sus límites en los círculos progresistas, que son más mi ambiente. Fue algo difícil porque en este momento de polarización no quieres enervar o pulverizar a la izquierda. No quiero denostar, sino pensar de manera crítica y rigurosa algunas tendencias como la activación de la política del cuidado y cómo esto puede ser útil en algunos casos, pero puede ser complicado si se levanta como bandera.

P. Expone sus dudas sobre la idea de que el arte debe hacer el bien, o cumplir un rol de reparación y cuidado. Mientras, los museos se preguntan cómo deben presentar sus obras o cuánta diversidad debe haber en sus colecciones.

R. Pensar de una manera muy radical sobre qué puede repararse, qué daños se han cometido y qué deudas hay pendientes, incluso devolviendo algunas obras que fueron robadas, es muy importante. Pero uno puede estar a favor de eso y entender que el arte no es mejor o peor porque un artista quiera hacer el bien, esa no debe ser la vara de medir. Incluso en el caso de obras que tienen una función reparadora, hay que asumir ese factor indirecto que hace que esa reparación no siempre se logre, aunque sea la intención del artista. Soy muy alérgica a lo puritano, así que me pone muy nerviosa cuando presumimos que sabemos lo que es el bien ético y estar en posesión de ello.

P. ¿Uno de los efectos secundarios de la era de Trump fue el regreso del puritanismo a la esfera cultural?

R. Lo irónico del trumpismo es que ha demostrado que el puritanismo es justo lo contrario de la contención de impulsos libidinosos.

El ambiente ‘queer’ en el que me formé se definía, en parte, reclamando la perversidad y erotizándolo todo. Claramente, estamos en otra fase.

P. ¿Y la reacción en contra ha mostrado paradójicamente una tendencia puritana?

R. El ambiente queer en el que me formé se definía, en parte, reclamando la perversidad y erotizándolo todo. Claramente, estamos en otra fase, y es complicado porque no siempre es puritanismo. Es como esos machos chauvinistas que te dicen que estás siendo una puritana porque no dejas que te metan la mano debajo de la falda. Hemos estado en el rollo queer suficiente tiempo como para señalar el aspecto erótico de todo y reclamar la perversión, pero ahora quizá queremos pensar sobre ética y consentimiento en nuestros círculos.

P. ¿Qué pasa con aquellos que aún quieren erotizarlo todo o mostrar cierto inconformismo ofensivo?

R. Bueno, no creo que haya un comité que haga la purga de las obras de esa manera.

P. ¿Por qué decidió centrar su análisis en el sexo, las drogas el arte y el medioambiente?

R. He seguido los asuntos que me interesan. Una de las cosas que percibí es que en todas las charlas de arte a las que me invitaban a participar se trataban los asuntos de las reparaciones y del cuidado. Dos asuntos que conocía desde la perspectiva feminista. Fue interesante ver cómo el mundo del arte casaba estos temas del cuidado y la ética. Y luego, hay otras cosas que simplemente me llaman la atención. He impartido una clase sobre la literatura y adicciones durante muchos años y me ha interesado mucho el asunto de cómo determinadas substancias le meten a uno en esa marea de sube y baja, entre la liberación y la esclavitud y dependencia. Es algo que parece liberador, pero que constriñe las vidas.

P. Apunta que no se sentía libre escribiendo este libro. ¿Por qué?

R. En Sobre la Libertad soy una académica con el escrúpulo característico de ese tipo de textos. En lugar de enfocarme solo en el lirismo de las frases, intento orquestar ideas y citas para crear un círculo, un canon alternativo.

No compro la idea de que es el elemento de lo woke en la izquierda lo que está generando la paranoia y el daño.

P. ¿Hoy siente que hay menos libertad en las universidades estadounidenses?

R. Hay un renovado interés en la ética y en repensar ciertos temas que conciernen a la universidad y que abarcan desde lo que ocurre en las aulas y lo que se enseña allí hasta cómo se sufraga o quien saca beneficio de ello, y lo abordo en el libro. Pero he tenido suerte y yo no he visto recortada mi libertad desde que empecé a dar clases en 1999.

P. ¿No ha habido ningún cambio en cómo los estudiantes reaccionan o discuten o se sienten ofendidos?

R. Todo eso ocurre. Estamos en un momento de darnos cuenta de muchas cosas. Intento examinar de buena fe los asuntos con los que estoy de acuerdo y lo que encuentro más problemático. Pero quiero ir más allá de un juicio de pulgar hacia arriba o hacia abajo. Las amenazas más violentas van dirigidas a hospitales que tratan a transexuales o practican abortos. No compro la idea de que es el elemento de lo woke en la izquierda lo que está generando la paranoia y el daño, porque es un fenómeno más amplio que abarca todo el arco político y está relacionado con las redes sociales. Una de las víctimas de este momento es la simple acción de pensar en voz alta, porque hoy todo lo que decimos se sube a YouTube inmediatamente y queda como una especie de proclamación que tienes que defender el resto de tu vida.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Sobre la firma

Más información

Archivado En