¡Ah, el estilo!

Doy con una cuartilla en la que alguien, hará unos años, me reprochaba haber divulgado el afán de Kurt Vonnegut por asegurar que apenas llegaban a diez las tramas de las novelas

El escritor estadounidense Kurt Vonnegut.Oliver Morris (Getty)

Para descansar del ordenador, me vuelco sobre unos viejos papeles con el fin de ordenarlos, archivarlos y, quién sabe, si momificarlos. Y doy con una cuartilla suelta en la que alguien, hará unos años, me reprochaba haber divulgado el afán de Kurt Vonnegut por asegurar que apenas ya llegaban a 10 las tramas de las novelas. Al igual que el día que la recibí, me han entrado ganas de estrujar la cuartilla. Y es que al antipático reproche seguía la mención a un tal Georges Polti que en 1916 publicó un...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Para descansar del ordenador, me vuelco sobre unos viejos papeles con el fin de ordenarlos, archivarlos y, quién sabe, si momificarlos. Y doy con una cuartilla suelta en la que alguien, hará unos años, me reprochaba haber divulgado el afán de Kurt Vonnegut por asegurar que apenas ya llegaban a 10 las tramas de las novelas. Al igual que el día que la recibí, me han entrado ganas de estrujar la cuartilla. Y es que al antipático reproche seguía la mención a un tal Georges Polti que en 1916 publicó una lista titulada 36 situaciones dramáticas. Lo peor de todo: que la cuartilla incluía la lista entera de tramas en apogeo a principios del siglo pasado. Esta vez, por su calamitoso contenido, he estado a punto de lanzar la vieja misiva por la ventana. Me ha frenado ver que en realidad podía disfrutar de mi propia situación dramática. Después de todo, no dejaba de estar en un pequeño teatro privado, lo que tenía sus ventajas: podía experimentar, variar incluso cualquiera de mis opiniones sobre cualquier tema.

Para la arcaica lista de Polti no había duda de que el tiempo había pasado por ella de un modo arrollador. No tanto para la de Vonnegut, que emitía humor y tomaba distancias con el dramatismo para que comprendiéramos que a las tramas no teníamos que darles tanta importancia. De hecho, bastaba incorporar una cualquiera de ellas a nuestro libro para disponer de más tiempo para la forja de lo que en verdad habría de importarnos: el estilo.

¡Ah, el estilo! Si las tramas van menguando, he pensado, los estilos cada día parecen expandirse más partiendo de un punto secreto de lo infinito. Pero esto último era indemostrable, así que he preferido dedicarme a recordar algunas de las tramas tan ágilmente expuestas por Vonnegut. Han venido cinco a mi memoria: alguien se mete en un lío y luego se sale de él; alguien es víctima de una injusticia y acaba vengándose; el caso conmovedor de Cenicienta; alguien empieza a ir cuesta abajo y así continúa; dos se enamoran y mucha otra gente se entromete.

Al lado de la enérgica lista de Vonnegut, hasta me ha parecido ver cómo la de Polti estaba ella sola encogiéndose, arrugándose por momentos, sin la ayuda de nadie. Como en mi teatro privado podía variar cualquier opinión sobre cualquier tema, me he preguntado si no podría ser que, con el fin de los tiempos, o, mejor, con el fin del nuestro, quedara “un único argumento de la obra”, una solitaria trama en forma de pregunta. ¿Cuál? La literatura no se ha cansado de construir imaginarios del acontecimiento final. Y, en esta mañana de lluvia, la pregunta en forma de última y solitaria trama pienso que la formularía así: ¿cómo hicimos para que la certeza de la muerte nos empujara a dar relevancia a nuestras pequeñas vidas y convertirlas en lapsos de magnificencia?

Andaba a cuestas con la pregunta emboscada en la última trama cuando ha empezado a aproximarse un vendaval capaz de arrasarlo todo. Y aún me ha quedado tiempo para observar que la catástrofe llegaba sin guardar las formas, sin el menor cuidado por el estilo; sin estilo alguno, vamos.

Más información

Archivado En