Homenaje a Javier Marías: “Sabíamos que iba a ser un escritor de importancia, lo que no pensábamos es que sería rey”
Amigos y colaboradores del novelista, fallecido el pasado 11 de septiembre, se han reunido este viernes en el Círculo de Bellas Artes de Madrid para recordar su figura
“Javier Marías merece no ser traspapelado”, abrió el periodista Antonio Lucas. Este viernes se ha celebrado un homenaje al escritor, fallecido el pasado 11 de septiembre, en el Círculo de Bellas Artes (CBA) de Madrid. Bajo la conducción de Lucas, fueron pasando por el atril del austero escenario muchos de los que fueron amigos y colaboradores del autor de Corazón tan blanco, que también organizaron el acto, con el apoyo del grupo editorial Penguin Random House y el CBA.
Escritores como Arturo Pérez-Reverte, Luis Antonio de Villena, Eduardo Mendoza o Julia Navarro, la agente liter...
“Javier Marías merece no ser traspapelado”, abrió el periodista Antonio Lucas. Este viernes se ha celebrado un homenaje al escritor, fallecido el pasado 11 de septiembre, en el Círculo de Bellas Artes (CBA) de Madrid. Bajo la conducción de Lucas, fueron pasando por el atril del austero escenario muchos de los que fueron amigos y colaboradores del autor de Corazón tan blanco, que también organizaron el acto, con el apoyo del grupo editorial Penguin Random House y el CBA.
Escritores como Arturo Pérez-Reverte, Luis Antonio de Villena, Eduardo Mendoza o Julia Navarro, la agente literaria Maria Lynch, el director de la Real Academia Española Santiago Muñoz Machado, las traductoras Elide Pittarello o Mercedes López-Ballesteros, el cineasta Agustín Díaz Yanes o los periodistas de EL PAÍS Manuel Jabois y Guillermo Altares, entre otros, algunos de ellos miembros de la aristocracia del ficticio reino de Redonda, donde el recordado escritor reinaba bajo el título de Xavier I. “Cuando le conocí era un joven melenudo, de modales ingleses, muy aficionado al cine”, contó Díaz Yanes, “sabíamos que iba a ser un escritor de importancia, lo que no pensábamos es que sería rey”. De Villena, duque de Malmundo, le compuso un soneto al desaparecido monarca: “Amigo de lo excelso, del citius, altius, fortius”.
Ante un patio de butacas lleno en la sala Fernando de Rojas del CBA, el actor Javier Portugués leyó un fragmento de la inconfundible prosa de Marías y cada participante tuvo tres minutos en el atril para recordar alguna vivencia. Se habló del gusto de Marías por los fantasmas, por los debates, por el fútbol, por el humor: “Ríe si sabes’ es el lema del reino de Redonda”, según recordó el editor Juan Díaz, “su humor iba con brújula, sin mapa, como decía hacer sus novelas”. El académico Pedro Álvarez de Miranda recordó cómo algunas palabras habían entrado en el diccionario a propuesta suya, como chilena, sombrero y piscinazo, relacionadas con el balompié, o su disgusto con otras incorporaciones como escrache, implementar, yogurín o posicionarse.
La filóloga y gestora cultural Montse Iglesias recordó su pasión por Faulkner, por Conrad, por Sterne, por Nabokov, también por los objetos curiosos como pitilleras, pastilleros, figuras, soldaditos de plomo, o aquel enorme “cuchillo o machete o sable” que le había regalado Pérez-Reverte. El olor a tabaco, las coca-colas, las reuniones en su casa de la plaza de la Villa repleta de libros y películas. “Se le acusó injustamente de vivir en otra época, de espaldas a la juventud, de misógino, pero nada de eso era cierto”, dijo María Lynch, “su fobia a la tecnología, sí”. A este respecto, la agente contó una anécdota: su teléfono móvil era tan antiguo que la red estadounidense no lo reconocía.
“Era un escritor para mujeres, entre otras cosas, porque quien más lee son las mujeres”, dijo el editor y crítico Manuel Rodríguez Rivero, quien dijo haberse convertido en algo así como un “chambelán” de Marías, en el amigo oficial, que mucha gente trataba de utilizar como atajo para acceder al escritor. Cenaban regularmente “para despachar”, hablar de cine, de libros, para “poner a parir a colegas y editores”, y muy tarde, sobre todo en verano, “porque odiaba cenar con la luz del día”. Rodríguez Rivero dio detalles de la minuciosidad de su forma de trabajar en su ya legendaria máquina de escribir eléctrica Olimpia: algunos de sus textos originales, corregidos una y otra vez, y conservadas todas las correcciones, levantaban más de medio metro del suelo.
“Sus novelas son novelas de pensamiento, homenajes secretos a su padre”, señaló el escritor argentino Jorge Fernández Díaz, quien también recordó la intensa relación del filósofo Julián Marías, padre del homenajeado, con el país transatlántico. “La última vez que nos vimos me dijo que quería retirarse de la vida pública, dedicarse a leer y a escribir. Creo que quería alejarse de los tontos, con su muerte los tontos ganaron la batalla”, añadió.
Los jueves Marías y Pérez-Reverte paseaban por el centro de la ciudad al salir de la RAE y tenían la afición del hacerse regalos extraordinarios. “No muchos conocen que Marías tenía una inocencia infantil; siempre fue, hasta el final, un niño que jugaba. Hablaba poco de literatura, y mucho de tebeos y películas”, recordó el escritor. Por eso le regaló una pistola colt como la de John Wayne. A partir de entonces le regalaría una reproducción de un arma cada Navidad. “Verlo jugar era un encanto, estoy orgulloso de haber jugado a ser niño con Javier Marías”, concluyó su intervención Pérez-Reverte.
Así, de manera coral, se fue delimitando la silueta de un hombre particular, con extrañas aficiones, buen amigo de sus amigos, gran observador del mundo, socarrón. “Un señor muy educado y con sombrero”, como lo definió el portero de Julia Navarro, duquesa de los Navíos del reino de Redonda, cuando se acercó a su portal a dejarle un libro. Ya casi un personaje de ficción, una mitología contemporánea, como el propio Marías consideraba a sus escritores muertos de referencia.
Marías había presentado algunas de sus novelas en el Círculo de Bellas Artes. Allí participó en debates o eventos como el Festival Eñe. Allí rechazó el Premio Nacional de Narrativa por Los enamoramientos, como recordó el periodista Jorge García Calero. Uno de sus retratos icónicos, tomado por Santi Burgos para este periódico, le muestra llegando a ese centro cultural tal y como solía caminar por Madrid, con un cigarrillo en ristre y con la gabardina al viento. En esta ocasión Marías no asistió en forma corpórea, pero se intentó llenar su ausencia con su recuerdo.