Noche en los jardines de Manhattan: el Real debuta en Nueva York
La Orquesta Sinfónica de Madrid debuta a las órdenes de Juanjo Mena en el mítico Carnegie Hall con un programa de piezas de Albéniz y Falla y fragmentos de zarzuelas
En el país de fábula de Nueva York, el Teatro Real debutó en la noche del jueves 172 años después de su inauguración y cuando está a punto de cumplirse un cuarto de siglo de la reapertura. La fábula la puso la resuelta soprano zaragozana Sabina Puértolas, que cantó el fragmento así titulado de La tabernera del puerto en la segunda parte del recital con el que se estre...
En el país de fábula de Nueva York, el Teatro Real debutó en la noche del jueves 172 años después de su inauguración y cuando está a punto de cumplirse un cuarto de siglo de la reapertura. La fábula la puso la resuelta soprano zaragozana Sabina Puértolas, que cantó el fragmento así titulado de La tabernera del puerto en la segunda parte del recital con el que se estrenó la Orquesta Sinfónica de Madrid, la titular del Real, en el Carnegie Hall. ¿Y el país? El país fue la España de la música de principios del siglo XX, una nación imaginaria de jardines fragantes, ruiseñores y muchachas gentiles, que encendía la imaginación de los viajeros extranjeros. El programa mezcló, bajo la dirección de Juanjo Mena, populares zarzuelas con composiciones emblemáticas de Albéniz y Falla, de quien el pianista Javier Perianes interpretó la evocadora Noche en los jardines de España. Al final, Mena acabó literalmente bailando sobre el podio al ritmo feliz de El sombrero de tres picos.
El público, que despidió la velada en pie, lo formaba una mezcla de melómanos locales y representantes de la comunidad de expatriados, a quienes la distancia hace en ocasiones añorar su propia nación imaginaria. (Y tal vez por eso, guiados por el tempo del entusiasmo o por el nerviosismo de las primeras veces, aplaudieron aquí y allá a destiempo).
Unos y otros casi llenaron las 2.500 butacas de uno de los teatros más famosos del mundo, un lugar lleno de ecos de grandes gestas de la historia de la música clásica y también de la popular; de Vladimir Horowitz a Alicia de Larrocha, y de Judy Garland a James Taylor, cuya voz, por cierto, suena en la típica grabación que pide a los asistentes que apaguen sus teléfonos móviles antes del comienzo del espectáculo. Inaugurado en 1908 y pagado por el magnate del acero Andrew Carnegie, el templo escénico luce estos días su fachada de falso estilo renacentista italiano de ladrillo rojizo cubierta por unos trabajos de remodelación.
Con esta aventura americana, el Real persigue retomar sus giras fuera de España, interrumpidas por la pandemia, un tiempo durante el que el coliseo paró mucho menos que otros teatros de su categoría en Europa y América. Además del concierto del jueves, sus gestores han preparado un tour de 50 funciones de flamenco por el país, con paradas en Nueva York, Washington y Dallas.
Gregorio Marañón e Ignacio García-Belenguer, presidente y director general, habían reafirmado por la mañana el compromiso internacional de la institución, que es el que, aseguraron, les llevó a ganar en 2021 el premio al Mejor Teatro de Ópera del mundo en los International Opera Awards. “El flamenco es marca España, y el Teatro Real, también”, dijo García-Belenguer.
El director artístico, Joan Matabosch, puso ante la prensa el contrapunto cosmopolita. “Queremos volver aquí en el futuro”, advirtió, “y podemos hacerlo con una obra española, pero también con otra cosa”. Matabosch también recordó que el Real lo mismo hace las Américas, que las deshace. Tres espectáculos estadounidenses se podrán ver esta temporada sobre su escenario: una representación del New York City Ballet, un montaje de Nixon in China, de John Adams, y el inminente estreno de la ópera de cámara en dos actos Orphée, basada en la película de Jean Cocteau, con música de Philip Glass.
La noche también celebraba el 40º aniversario del Hermanamiento de Madrid y Nueva York, así que el alcalde José Luis Martínez-Almeida, que se pasó el día promocionando los “encantos turísticos y comerciales” de la capital, asistió al recital, que presidió la reina Sofía. Madrid patrocinaba la gala junto a El Corte Inglés e Iberia, entre otras empresas, hasta sumar 22 colaboradoras.
Martínez-Almeida se felicitó por la mañana de participar en “este desembarco en la Gran Manzana”. “Para los desembarcos”, añadió, “hay que llevar los buques insignias. Y el buque insignia de la cultura de la ciudad de Madrid es el Teatro Real”.
Antes del concierto se celebró recepción en la azotea de Carnegie Hall, un jardín entre rascacielos en la noche de Manhattan. Allí las estrellas fueron, con todo, dos astros locales: el alcalde de Nueva York, Eric Adams, que se vio con Martínez-Almeida, y la escritora Fran Lebowitz, cuya reputación de gruñona, catapultada a la fama mundial por una serie documental de Martin Scorsese, solo la supera su legendaria voracidad cultural, como demuestra el hecho de que aceptara la invitación de Matabosch a asistir a la gala, titulada Una celebración de la música española.
Después, la música comenzó con Falla y Albéniz, de quien sonó la Suite Iberia en la orquestación de Fernández Arbós, cuya estrecha vinculación con la primera Sinfónica de Madrid cerró otro interesante círculo de la noche neoyorquina. Y en cierto modo se cumplieron los temores de Mena, que, como Perianes, ya había actuado en el Carnegie Hall, y sabía que la estructura tan horizontal del escenario puede a veces jugar malas pasadas acústicas. Pues sí, en la primera mitad, la orquesta sonó algo apretada y el público se fue al descanso con una cierta sensación de frialdad.
Tuvo que llegar en la segunda parte una debutante en el legendario teatro para romper las costuras de la noche. Sabina Puértolas sedujo al público con su desparpajo con un repertorio de zarzuela diseñado precisamente para agradar: interpretó piezas de Vives (La canción del ruiseñor, de Doña Francisquita), Sorozábal (la romanza En un país de fábula, de La tabernera del puerto) y Giménez y Nieto (Me llaman la primorosa, de El barbero de Sevilla). La soprano pudo, además, terminar lo que una vez empezó. Tenía previsto interpretar una ópera de Rossini en el Metropolitan en 2020, pero la pandemia también truncó esos planes.