Javier Marías: talento, trabajo y tiempo

A la exigencia formal unía el escritor una mirada tan aguda e implacable como vasta, profunda y microscópica a la vez

Javier Marías, en una imagen tomada en 2016.Samuel Sánchez

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Siempre sentí muy próxima la obra de Javier Marías (incluso cuando apenas la comprendía). Desde su irreverente y divertidísima primera novela (Los dominios del lobo, 1971), que nos instalaba en los juegos y atrevimientos más propios de algunos movimientos de vanguardia ―con el mundo del cine como escenario―, pasando por la arriesgada impostación que suponía Travesía del horizonte (1972), un soberbio ejercicio que sin duda dejó honda y permanente huella en el impar estilo que caracteriza la escritur...

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Siempre sentí muy próxima la obra de Javier Marías (incluso cuando apenas la comprendía). Desde su irreverente y divertidísima primera novela (Los dominios del lobo, 1971), que nos instalaba en los juegos y atrevimientos más propios de algunos movimientos de vanguardia ―con el mundo del cine como escenario―, pasando por la arriesgada impostación que suponía Travesía del horizonte (1972), un soberbio ejercicio que sin duda dejó honda y permanente huella en el impar estilo que caracteriza la escritura del autor, novela a la que siguió El monarca del tiempo (1978), libro decisivo y que siempre me pareció fundacional con respecto a la posterior trayectoria del propio Javier Marías, pues las cinco piezas que lo conforman constituyen un exigente tour de forçe o, más jamesianamente, una verdadera vuelta de tuerca, al reunir allí un monólogo, una parodia teatral, un soliloquio que alterna con una crónica y un ensayo (“Fragmento y enigma y espantoso azar”) donde se abordan ya cuestiones axiales del mundo narrativo del autor, y en especial la divagación sobre el tiempo o las relaciones entre verdad y tiempo, que iluminarán obras ya pertenecientes a la etapa de madurez y plenitud.

Suele admitirse que El siglo (1983) es la novela que cierra esa etapa primera y abre vías narrativas hacia el gran Javier Marías que consagró medio siglo de su (ya dolorosamente breve) vida a situar la narrativa española contemporánea en el corazón de Europa, que fue donde empezó a reconocerse de verdad a nuestro autor.

¿Y por qué una estudiante preuniversitaria de mediados de los años setenta, que calculaba avaramente los libros que compraría (tengo todas esas primeras ediciones), no vacilaba en emplear su modesto presupuesto en las obras de Marías? Más allá de la solvencia del sello editorial (La Gaya Ciencia, la colección azulvioleta de Alfaguara o Seix Barral), la elección obedecía a ciertas afinidades electivas, pues reconocía la estirpe a la que pertenecía su voz: la de Juan Benet pero también la de Rosa Chacel, con quien mantuvo una amistad y un coloquio de los que quedan un puñado de cartas mutuas. Y reconocía yo también idéntica exigencia formal, un personalísimo mundo de escritor, una mirada tan aguda e implacable como vasta y profunda, y microscópica a la vez.

Poco crédito concedían algunos a lo que Javier Marías expuso en Errar con brújula, breve ensayo sobre su proceso de escritura, donde afirmaba que a la construcción de una novela le aplicaba el mismo “principio de conocimiento” que rige la vida, la realidad o el mundo: “No podemos comportarnos, ni decidir, ni elegir, ni obrar en función de un final conocido o de lo meramente posterior, sino que ese final o lo posterior deberán atenerse a lo ya vivido o acaecido o padecido, sin que eso pueda borrarse ni alterarse, ni olvidarse apenas”. Lo demostraría, ¡y de qué modo!, en la trilogía Tu rostro mañana, publicada en tres entregas, entre 2002 y 2007. Y no, no hacía trampa. Cuando en octubre de 2003 me envió su tomo de artículos Harán de mí un criminal para agradecerme ―”mucho más de lo que imaginas”, escribía― mi reseña de TRM-FL (siempre escribía así los títulos de sus novelas), me anunciaba en posdata: “Te escribiré, aunque breve, dentro de poco (TRM2 en marcha”).

Quizás no debería contar esto, pero como escribió Deza, “contar es casi siempre un regalo”, “es un vínculo y otorga confianza”. Hoy me obligo a hacerlo, pese a mi desolación. Nos dejó sus novelas y ensayos y traducciones, y las obras que nos ofreció desde su editorial El Reino de Redonda. A mí, algunas dedicatorias imborrables, cartas y unas cuantas postales divertidas y sorprendentes. Aun así, no hay consuelo.

DEP, Javier querido.

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