La fiesta de los toros, una emocionante y apasionada polémica desde el siglo XIII
Beatriz Badorrey, doctora en Derecho e Historia y ferviente aficionada, analiza en un libro la eterna discusión sobre los espectáculos taurinos
“La fiesta de los toros ha estado, desde su lejano origen, en el centro de la polémica, ha provocado grandes pasiones a favor y en contra, y llama la atención cómo han ido cambiando los argumentos con el paso del tiempo. Y estoy convencida de que esta situación persistirá mientras exista el espectáculo. ¿Hasta cuándo? Hasta que existan aficionados, que son los que la han defendido y mantenido a lo largo de la historia. Está cambiando la sensibilidad, pero permanece la esencia, que no es más que un toro bravo y un torero valiente. Mientras estos dos actores provoquen emociones, la fiesta se man...
“La fiesta de los toros ha estado, desde su lejano origen, en el centro de la polémica, ha provocado grandes pasiones a favor y en contra, y llama la atención cómo han ido cambiando los argumentos con el paso del tiempo. Y estoy convencida de que esta situación persistirá mientras exista el espectáculo. ¿Hasta cuándo? Hasta que existan aficionados, que son los que la han defendido y mantenido a lo largo de la historia. Está cambiando la sensibilidad, pero permanece la esencia, que no es más que un toro bravo y un torero valiente. Mientras estos dos actores provoquen emociones, la fiesta se mantendrá a pesar de la permanente polémica entre defensores y detractores”.
Beatriz Badorrey es doctora en Derecho e Historia, profesora de Historia del Derecho en la Universidad Nacional de Educación a Distancia y una apasionada aficionada a los toros desde que, siendo una niña, asistiera entusiasmada a los encierros en su localidad natal, el pueblo madrileño de Collado Mediano.
Pero no quiso ser torera; encaminó sus pasos hacia el estudio y la docencia, y su primera tesis doctoral versó sobre la historia del ministerio de Asuntos Exteriores. Poco más tarde, y por consejo de los catedráticos José Antonio Escudero y Feliciano Barrios, conocedores de su afición taurina, se encerró en la Biblioteca Nacional para bucear en la historia del derecho taurino, que nadie había estudiado. Así nació el libro Otra historia de la tauromaquia: toros, derecho y sociedad. Esa investigación la doctoró en Historia y en una de las mejores conocedoras de los vaivenes sociales y políticos que ha vivido y padecido la tauromaquia desde sus inicios. Y fruto de esas largas sesiones de trabajo entre legajos de la tauromaquia pasada de este país ha nacido ahora Taurinismo/Antitaurinismo, Un debate histórico, el libro que analiza la larga e intensa polémica que ha suscitado desde sus orígenes la fiesta de los toros.
Badorrey se traslada al siglo XIII, cuando aparecen por vez primera reguladas las fiestas de toros en el Fuero de Madrid —año 1235—, en el que se especifica cómo se tienen que correr, y el lugar de celebración, el llamado coso —término que persiste en la actualidad— fuera de las murallas de la ciudad, una superficie donde también se festejaban carreras de caballos.
“La bula del Papa Pío V provocó una grave crisis en la Universidad de Salamanca, donde la obtención de grados se celebraba con corridas de toros”
Los toros vuelven a aparecer en Las Partidas de Alfonso X el Sabio, “la gran enciclopedia de la historia del derecho español, el derecho culto frente al popular de los Fueros”, en palabras de la investigadora.
Y comienza la discusión: frente a lo popular, que ha respetado la fiesta, los grandes juristas de la corte la rechazan y declaran infame a quien participe en ella, pero aceptan el toreo caballeresco, al considerar que se ejercita por honor y entrenamiento militar. “Hay un desprecio hacia lo popular, como en su día ocurrió con el teatro o el flamenco”, comenta Badorrey.
“Este no es más que el inicio de una eterna discusión”, prosigue; “ya en el siglo XVI, algunos procuradores de las Cortes de Castilla piden la prohibición de la fiesta de los toros, unos espectáculos que entonces eran muy caóticos, y la propia reina Isabel la Católica, influenciada por su confesor, se muestra contraria al presenciar un episodio sangriento”.
“La verdad es que los reyes, los políticos, la Iglesia…, todas las instituciones han estado divididas ante el fenómeno taurino, que estaba incardinado en la sociedad”, concluye la autora. “Han cambiado los argumentos, pero ha permanecido la polémica”, insiste.
“En el Concilio de Trento (1545-1563) ya se habló de los toros”, continúa, “y se propuso su prohibición por las muertes que provocaba, pero los obispos españoles se opusieron y consiguieron que se aceptara que cada cual los regulase en su diócesis”.
Pero a juicio de Badorrey, el momento histórico crucial lo protagonizó el Papa Pío V, en 1577, que prohibió los toros mediante una bula, “que es el documento más solemne que utiliza la Iglesia para las cuestiones más trascendentales”. El máximo representante eclesial recibió una carta de 70 teólogos españoles en la que le contaban los peligros y las muertes que causaba la fiesta taurina, y decidió penar con la excomunión automática a todo aquel que asistiera o participara en estos festejos.
“Hay que tener en cuenta el gran poder del Papa sobre los fieles del siglo XVI y el miedo que suponía para todos ellos ir al infierno por asistir a los toros”, explica Badorrey.
“Pero la recepción de la bula provocó un gran debate y una grave crisis en la Universidad de Salamanca”, añade, “donde la obtención de grados se celebraba con corridas a las que asistía todo el profesorado, que en su mayoría estaba integrado por clérigos, algunos de los cuales se negaron a publicarla en sus iglesias”.
La conmoción alcanzó tal efervescencia que Fray Luis de León, en representación de los afectados, escribió al rey Felipe II, quien, a su vez, trasladó al Papa su decisión de no aplicar la bula en el territorio español, aunque el documento vaticano no se derogó hasta tres pontificados después por Clemente VIII. “No hay que olvidar la importancia de los argumentos morales de los eclesiásticos contrarios a los toros”, explica Badorrey; “porque promovían el contacto de hombres y mujeres y el galanteo entre unos y otras”.
A finales del siglo XVIII, la fiesta sufre una nueva acometida por los políticos ilustrados, partidarios de la modernización de España; cambian los argumentos y la pérdida de vidas humanas es sustituida por criterios económicos: se pierde mucho tiempo, la gente deja de trabajar para ir a los toros, grandes extensiones de tierra se dedican a las ganaderías en perjuicio de la agricultura… Y los antitaurinos encontraron nuevos razonamientos: la fiesta de los toros hace al hombre español más bárbaro, cruel y embrutecido…
“La fiesta de los toros persiste porque provoca verdaderas pasiones en quienes disfrutan con ella”
Después de algunas prohibiciones parciales de Carlos III, su hijo, Carlos IV, promulga en 1805 una real cédula por la que se prohíben absolutamente las corridas de toros.
“Y eso fue algo más serio y una prohibición más efectiva que la del Papa”, opina Badorrey.
El debate continuó vivo durante la guerra de la Independencia, y los toros fueron objeto de discusión en las Cortes de Cádiz, donde un diputado catalán, Antonio Capmany, las defendió como “lo más grandioso que hay tras la gran cúpula del cielo”.
La cédula real nunca se derogó, pero cayó en desuso —de ahí, la coletilla ‘con permiso de la autoridad’ que aparece en los carteles—, y la propia Constitución de Cádiz se celebró con una corrida de toros.
Posteriormente, la Generación del 98 también tuvo su tinte antitaurino (“sus integrantes no entendían que, frente al desplome del imperio, la gente se divirtiera en los toros, y buscaban el acercamiento a una Europa más moderna y culta que España”, cuenta Badorrey); y, por último, el animalismo, “otro argumento con mucha fuerza porque está arraigado en un amplio sector social que vive muy ajeno al mundo rural”.
-¿Y cómo es posible que la fiesta de los toros permanezca viva en pleno siglo XXI después de tantos y tan serios ataques a lo largo de la historia?
“Porque provoca verdaderas pasiones en quienes disfrutan con ella; cuando un espectador siente la emoción de una tarde de toros se convierte en un incondicional. Yo he tenido la suerte de sentirla y he sido muy feliz…”.
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