Muere a los 85 años A. B. Yehoshua, el escritor que definió la identidad de Israel

“Nos ofreció una aguda y fidedigna imagen, a veces también dolorosa, de nosotros mismos”, le ha despedido el presidente israelí, Isaac Herzog

El escritor israelí A. B. Yehoshua, en 2019.Leonardo Cendamo (Getty Images)

Abraham Bulli (apodo familiar) Yehoshua, el escritor menos conocido, y tal vez más innovador, de un excepcional trío de narradores hebreos con proyección internacional, junto con David Grossman y Amos Oz (fallecido en 2018), ha muerto este martes a los 85 años como consecuencia de un cáncer en un hospital de Tel Aviv. Yehoshua estuvo siempre a la vanguardia de la creación literaria. Su obra, traducida a tres d...

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Abraham Bulli (apodo familiar) Yehoshua, el escritor menos conocido, y tal vez más innovador, de un excepcional trío de narradores hebreos con proyección internacional, junto con David Grossman y Amos Oz (fallecido en 2018), ha muerto este martes a los 85 años como consecuencia de un cáncer en un hospital de Tel Aviv. Yehoshua estuvo siempre a la vanguardia de la creación literaria. Su obra, traducida a tres decenas de idiomas, acerca la lengua hebrea a la revolución emprendida por grandes novelistas del siglo XX, como William Faulkner y James Joyce. Defensor del derecho del pueblo judío a vivir en su hogar nacional ancestral, definió fielmente los dilemas de la identidad de Israel, sin dejar de abogar también, desde la izquierda laborista y pacifista, por una solución para el conflicto palestino. Durante medio siglo respaldo la fórmula de los dos Estados, aunque al final de su vida se inclinó por una confederación con plena igualdad de derechos.

“Nos ofreció una aguda, fidedigna y amorosa imagen, a veces también dolorosa, de nosotros mismos: un mosaico de profundos sentimientos”, le despidió en nombre de la nación el presidente de Israel, el laborista Isaac Herzog, en un comunicado oficial. Entrevistado por EL PAÍS hace apenas un año, Yehoshua, que siempre firmó sus trabajos con las iniciales de los dos nombres de pila, explicaba que su grave enfermedad le impedía mantener un conversación presencial. Al desearle una pronta recuperación, replicó con una duda: “No lo sé. Desde que murió mi mujer [fallecida dos años atrás] ya nada es como antes”. En su última novela, El túnel (Duomo, 2021), se internó en la oscuridad del alzhéimer, a caballo entre el realismo y el simbolismo, para tratar de arrojar luz sobre la identidad del Estado judío. También sobre la suya propia, al intentar redimirse de la desolación por la muerte de su esposa, la psicoanalista Rivka, con quien convivió 56 años.

Yehoshua nació tierra adentro, en el seno de una de las familias sefardíes más antiguas de Jerusalén. “Mi padre hablaba ladino con su familia, pero con mi madre, originaria de Marruecos, se comunicaba en francés, así que yo no aprendí el judeoespañol”, se lamentaba por la ausencia del legado cultural paterno. “Tras la guerra de los Seis Días, Jerusalén perdió la cordura”, solía decir este exparacaidista, que combatió como reservista en la ofensiva que desencadenó en 1967 la ocupación de territorios palestinos, sirios y egipcios. Diez años antes, había participado en la operación militar franco-británica e israelí en el canal de Suez.

Formado en Literatura y Filosofía en la Universidad Hebrea de Jerusalén, siguió un curso de posgrado en Literatura francesa en la Sorbona, pero Yehoshua vivió más de la mitad de su vida en Haifa, en el norte de Israel. Fue profesor en la universidad de esa ciudad portuaria, que consideraba la más “armoniosa” en un país azotado por los conflictos. Allí escribió casi toda su obra, como su primera novela, El amante (1977, publicado en España por Duomo en 2013), coronada por el éxito entre los lectores y en sus versiones cinematográfica y teatral.

En ese horizonte enmarcado por el monte Carmelo y la bahía de San Juan de Acre, completó también Viaje al fin del milenio (Siruela, 1999), narrado sobre una idea concebida durante un periplo por Andalucía. En esta novela se describen las tribulaciones de un mercader sefardí de Tánger que viaja por el Mediterráneo hasta Europa en las apocalípticas vísperas del año 1000. Como en casi todas sus obras, el matrimonio y el amor son los principales ejes narrativos.

“Realidad absurda y banal”

Con Un divorcio tardío (Alfaguara, 1984), su primera obra publicada en España, sigue el hilo de los dilemas sentimentales. El autor relata el regreso de un israelí maduro que vive en Estados Unidos, donde va a tener un hijo con una nueva pareja, para tramitar el divorcio con su todavía esposa en Israel. La novela bucea en las dos crisis que le marcaron: la vida personal y familiar y la compleja existencia en el Estado judío. “En un solo movimiento de las alas de su imaginación, nos muestra hasta que punto es absurda y banal, surrealista, la realidad en la que vivimos en Israel”, ha escrito sobre la maestría de Yehoshua David Grossman, el ahora único superviviente del trío de gigantes de la narración en lengua hebrea, citado por The New York Times. Galardonado con el Premio Israel de las letras y con el Médicis en Francia, resultó también seleccionado en 2005 como finalista en la primera edición del prestigioso Man Booker.

Fue además un destacado activista político y fundador de la ONG pacifista israelí B’Tselem. “La política de los asentamientos [judíos en Cisjordania] puede conducir hacia el apartheid”, declaró en 2008 al diario Haaretz. Una década después afirmaba que la solución de los dos Estados ya no era viable —”se ha convertido en apenas una coletilla para la comunidad internacional”, criticaba— ante la expansión de las colonias, y apuntaba hacia una fórmula confederal, en la que convivieran judíos y palestinos.

La muerte del autor israelí que narraba con alegorías las disyuntivas de una vida cotidiana compartida por millones de seres en todo el mundo deja huérfanos a los lectores que le admiraron durante décadas. “He sido un escritor que ha abordado todas las crisis y conflictos en la familia, pero creo firmemente en el matrimonio”, declaraba a EL PAÍS hace 11 meses. “La memoria es un asunto central de la identidad judía, que no está basada en hechos históricos, sino en una mitología, como la destrucción del templo [de Jerusalén en el año 70]”, argumentaba sobre la fe de una diáspora que durante casi dos milenios ha deseado en cada cena de Pascua volver “el año que viene a Jerusalén”. “La memoria colectiva del pueblo judío es ahora divisiva”, advertía, “solo el olvido nos libera de la tiranía de la memoria”.

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