El horror de los abusos sexuales en el colegio de los maristas de Vigo llega al teatro
El poeta y dramaturgo gallego Pablo Fidalgo estrena una obra sobre su propia experiencia de violencia y acoso escolar como alumno del mismo centro tres décadas después
El 31 de mayo de 2021, EL PAÍS publicó una noticia sobre ocho exalumnos del colegio El Pilar, de los maristas de Vigo, que denunciaban abusos sexuales en el centro ocurridos en los sesenta. Al menos cuatro religiosos estaban implicados, a los que una de las víctimas describía como “auténticos depredadores, en un ambiente sórdido y cuartelario, con una violencia habitual y sádica; ese colegio era una organización ...
El 31 de mayo de 2021, EL PAÍS publicó una noticia sobre ocho exalumnos del colegio El Pilar, de los maristas de Vigo, que denunciaban abusos sexuales en el centro ocurridos en los sesenta. Al menos cuatro religiosos estaban implicados, a los que una de las víctimas describía como “auténticos depredadores, en un ambiente sórdido y cuartelario, con una violencia habitual y sádica; ese colegio era una organización pederasta”. Miles de personas leyeron aquella noticia. De aquellos miles, algunos habían sido alumnos del colegio. Uno de ellos era el creador teatral y poeta Pablo Fidalgo. Pasó por esas aulas tres décadas después, pero la lectura del artículo apretó un gatillo en su cerebro.
“Estaba en el proceso de creación de mi pieza anterior, perdido en un pueblo del interior de Sicilia. De pronto leí la noticia”, dice Fidalgo (Vigo, 38 años). Empezó a escribir, a hacer memoria, a recordar, se puso en contacto con las personas que daban su testimonio. Su pasado de acoso escolar y violencia en aquel lugar volvía a cobrar forma. “Todo ese proceso de introspección y escritura, bastante doloroso, acabó conmigo en el hospital”, añade el autor. Y surgieron dos textos: La dejadez, un poemario que publica estos días la editorial Letraversal, y la performance teatral La enciclopedia del dolor. Tomo I: esto que no salga de aquí, que se estrena este miércoles en el madrileño Teatro de La Abadía, donde se puede ver hasta el sábado.
En el trabajo teatral, que protagoniza en solitario el actor Gonzalo Cunill, Fidalgo conecta la violencia estructural descrita por los alumnos de los años 60 con el ambiente de acoso que él mismo experimentó más tarde, en el mismo centro en el que pasó 12 años, como si hubiera un hilo subterráneo, pero muy notorio, que uniese los hechos en diferentes épocas. También detecta sobre ese submundo opresivo la larga sombra de la dictadura franquista.
“La obra habla de la complejidad y la ambigüedad del bullying”, dice al autor, “un año podías ser acosado y al siguiente un acosador. Y era siempre muy difícil posicionarse cuando los religiosos parecían admitir y aplaudir ese maltrato”. Treinta años después, Fidalgo recuerda con claridad la violencia física y verbal entre los profesores y alumnos. Recuerda patadas e insultos, manojos de llaves impactando en cabezas. Recuerda un mordisco que recibió en el pecho por parte de un compañero, en la puerta del gimnasio, la sangre que le produjo, la marca que no tiene que recordar porque aún conserva. Algunos de los alumnos, objetos del acoso, simplemente “desaparecían”, se iban del colegio de un día para otro, y nadie volvía a hablar de ellos, como si nada hubiera pasado.
Alrededor, en su barrio y en su ciudad, percibe un silencio opaco, como una omertá, de los que no quieren saber nada del caso, o los que, simplemente, no están lo suficientemente informados. “Creo que las reacciones sobre este asunto”, dice Fidalgo, “intentando siempre politizarlo o convertirlo en un asunto de bandos, son la explicación más clara de dónde hemos llegado como país. De todos modos, yo hace veinte años que no vivo en Vigo”. El autor es consciente de las consecuencias que puede traer tratar estos hechos incómodos, de la animadversión que puede generar, alguna vez se ha arrepentido. Pero algo le ha empujado a seguir adelante.
La pieza, austera en sus medios (hay en ella una reflexión sobre el teatro pobre que acuñó Grotowski y sobre el arte povera), comienza con los vídeos de formato Súper 8 que el abuelo de Fidalgo, Manuel, le grabó durante los años de su niñez, sobre los que se escucha un texto poético. Después, un cuadrado de arena sobre el suelo se convierte en un espacio en continua mutación, que ahora es el colegio, luego el campo de fútbol (el deporte tiene protagonismo como una forma de conseguir respeto en el colegio y huir del acoso), más tarde una playa. En ese espacio reducido pero polivalente es donde se materializa el cuerpo de Cunill: “He trabajado siempre con actores mayores que yo”, dice el autor, “encuentro en ellos algo que me cuesta encontrar en los actores de mi generación. Por otro lado, Cunill fue al colegio en Argentina durante la dictadura militar. Nos entendimos desde el primer momento, sin necesidad de explicar nada demasiado”.
Aunque la obra parte de un caso de abuso real y de la experiencia del dramaturgo, la cataloga como teatro documental de ficción. “Yo creo que partimos casi siempre de experiencias reales y que reelaboramos los materiales”, explica Fidalgo, “en este caso la experiencia del abuso escolar, en sus diferentes formas, la han vivido muchas personas de diferentes generaciones en muchos países y en muchos lugares diferentes. Hasta cierto punto es una experiencia universal”.
El caso del colegio de Vigo es uno de los muchos que han salido a la luz gracias a la larga investigación de EL PAÍS sobre la pederastia en la Iglesia católica, iniciada en 2018, que en este momento ya reúne 640 casos con 1.312 víctimas. La Conferencia Episcopal rehúsa afrontar el problema y prefiere mirar para otro lado, asegurando que los casos son residuales. En Francia, una investigación independiente encargada por la Iglesia contabiliza 216.000 víctimas, en un problema que puso sobre la mesa en 2002 el periódico estadounidense Boston Globe, tal y como se relata en la exitosa película Spotlight (Tom McCarthy, 2015).
La adolescencia, ese complejo paso entre la niñez y la etapa adulta, es a veces campo abonado para la inseguridad y la crueldad, durante el cual muchas veces cuesta encontrar un lugar propio en el mundo, resulta difícil expresar sentimientos o el juego se convierte en otra cosa perversa. “Cuánta gente que sufrió abuso o acoso calla aún”, reflexiona Fidalgo, “y cuántos nos sentimos culpables por no haber hecho más o por no habernos dado cuenta de lo que estaba pasando a nuestro lado”.
En el proceso teatral, en ese intento de detener esa cadena de dolor que une una generación con otra, Fidalgo ha aprendido cómo enferma no hablar de las cosas de las que se necesita hablar. “He aprendido que la Iglesia sigue dando miedo cuando debería ser exactamente lo contrario”, enumera el autor, “he recordado muchos momentos concretos vividos en el colegio, muchas caras, muchas sensaciones que había perdido. He aprendido a situar, nombrar y clasificar cosas difíciles de aceptar y de nombrar [por eso la pieza toma el nombre de enciclopedia]. Y he aprendido que es imposible hacer memoria solo, que siempre se necesita a los otros”.