Mar de Marchis: nadie sabía quién era, pero todos la querían

Fundó y dirigió la revista cultural ‘Jot Down’ y supo descubrir numerosos talentos que hoy son nombres conocidos en el periodismo

Una de las fotos publicadas en la edición de papel de 'Jot Down'.ALBERTO GAMAZO

María Jesús Marhuenda Irastorza, conocida profesionalmente como Mar de Marchis, fue durante una década la persona más creativa de la prensa española. También la más esquiva, fantasiosa, generosa y disparatada. Un auténtico genio. Fundó y dirigió la revista cultural Jot Down, que en un formato reducido se distribuyó durante un tiempo con este periódico, y supo descubrir numerosos talentos que hoy son nombres conocidos en el periodismo. Murió el viernes, 27...

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María Jesús Marhuenda Irastorza, conocida profesionalmente como Mar de Marchis, fue durante una década la persona más creativa de la prensa española. También la más esquiva, fantasiosa, generosa y disparatada. Un auténtico genio. Fundó y dirigió la revista cultural Jot Down, que en un formato reducido se distribuyó durante un tiempo con este periódico, y supo descubrir numerosos talentos que hoy son nombres conocidos en el periodismo. Murió el viernes, 27 de mayo, por una neumonía.

Nació en Santa Pola, Alicante, el 5 de enero de 1968. No tuvo una vida fácil y probablemente no hizo fácil la vida de quienes tenía alrededor. Hacia 2010, divorciada y con tres hijos, después de unos cuantos desastres personales y aquejada de una feroz agorafobia que le impedía salir de casa, empezó a hacerse popular en algunos foros de internet con un pseudónimo japonés. A través de internet reclutó a un grupo de personas casi tan peculiares como ella y fundó la revista Jot Down, primero en formato digital y luego también en papel. La redacción de la revista no conocía ni su nombre ni su rostro. Sólo su amigo Ángel, administrador y sentido práctico de Jot Down, sabía quién era.

En 2011 muchos empezamos a recibir llamadas de aquella voz que se identificaba como Mar de Marchis. Pedía, pedía y pedía. Casi siempre convencía. También solía enviar fotos muy sugerentes de alguien que, evidentemente, no era ella. Yo fui víctima de aquella fantasía y luego cómplice. Le divertían los rumores que circulaban sobre su identidad (era una refugiada siria con el rostro quemado, una millonaria italiana hija de mafioso, una hija de Aznar, un hombre con la voz distorsionada, qué sé yo), pero hasta el fin de su vida fue incapaz de exponerse públicamente tal como era. Una lástima: era una mujer con una inteligencia y un ingenio extraordinarios, como demostró, representada esta vez por una bola negra, en Twitter.

Cuando un diario digital reveló su identidad real sufrió una crisis profunda. Después de una breve hospitalización se refugió en mi casa de París y, hecha polvo, siguió trabajando casi todas las horas del día. Su cerebro tenía dos hemisferios derechos: no se le podía pedir lógica, lo que ella hacía era imaginar, ponerse al teléfono y conseguir que alguien hiciera realidad sus inventos. Durante diez años mantuve con ella un contacto constante. Me refiero a varias conversaciones telefónicas diarias y montones de mensajes. Sin entenderla, creo que nunca me he entendido tan bien con nadie.

El 4 de abril de 2021, alguien encontró su cuerpo sobre una acera del centro de Roma, donde vivía, y llamó a una ambulancia. Había sufrido un derrame cerebral masivo al que siguieron otros. Permaneció en coma desde entonces, internada en un hospital romano y después en un centro en Mallorca. Allí murió el viernes de madrugada.

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