Juan Valdivia: el retiro callado del creador de la magia sónica de Héroes del Silencio

El guitarrista abre las puertas de su casa a EL PAÍS para contar los motivos de su ausencia del escaparate musical, reflexionar sobre la carrera del grupo y aportar datos sobre su personal estilo

Juan Valdivia posa en el salón de su casa en Zaragoza el pasado miércoles con su primera guitarra profesional.Foto: CARLOS GIL-ROIG

En un escritorio reposa un dibujo al carboncillo de un lobo. Recorre un paisaje nevado sin otro ser vivo al alcance de la vista. Anda cabizbajo el animal. Lo pintó anoche Juan Valdivia y puede funcionar como metáfora de lo que representa este músico en el imaginario de la gente: un tipo solitario, tímido, inmerso en unos pensamientos que, a diferencia de otros músicos de éxito, él nunca ha querido compartir. Valdivia (Zaragoza, 56 años) está aprendiendo a pintar. Lo hace con tutoriales de YouTube. Ha comprado botecitos de colores y algunos pinceles. Poca cosa. Pero practica, mucho. Todo descan...

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En un escritorio reposa un dibujo al carboncillo de un lobo. Recorre un paisaje nevado sin otro ser vivo al alcance de la vista. Anda cabizbajo el animal. Lo pintó anoche Juan Valdivia y puede funcionar como metáfora de lo que representa este músico en el imaginario de la gente: un tipo solitario, tímido, inmerso en unos pensamientos que, a diferencia de otros músicos de éxito, él nunca ha querido compartir. Valdivia (Zaragoza, 56 años) está aprendiendo a pintar. Lo hace con tutoriales de YouTube. Ha comprado botecitos de colores y algunos pinceles. Poca cosa. Pero practica, mucho. Todo descansa en una de las mesas del salón de su casa en el centro de Zaragoza, unos 80 metros cuadrados de vivienda. En la misma estancia cuelgan tres guitarras: una negra, con la que comenzó profesionalmente; el modelo Fender Stratocaster con la que registró el disco Senderos de traición (1990), y una Gibson Les Paul que utilizó en la grabación de Avalancha (1995), el último álbum de su grupo, Héroes del Silencio. Al lado de esta última guitarra cuelga una fotografía suya enmarcada. Aparece tocando la Les Paul, con la cabeza inclinada, como el lobo que ha dibujado, ensimismado en la interpretación. “Ese fue el concierto en el que empecé a notar el dolor en la mano”, apunta refiriéndose a la imagen, capturada en 1995 en un recital de Héroes del Silencio en Suiza.

Los destinos de los dos líderes de Héroes del Silencio se han vuelto a fundir esta misma semana. El cantante, Enrique Bunbury, anunció el pasado 15 de mayo que su voz no da para más y que ya no realizará más giras. Juan Valdivia se tuvo retirar de la música, su profesión, en 1996, con solo 30 años, también por problemas de salud. En la gira de Héroes del Silencio de 1995 empezó a sentir calambrazos en su mano izquierda. Eran como latigazos. ¡Zas, zas! El músico llegó a pensar que eran descargas eléctricas producidas por un desajuste en el cableado. Pero no: le diagnosticaron distonía focal, una patología que afecta a algunos músicos que se caracteriza por una pérdida involuntaria del control y la coordinación de los movimientos de los dedos al tocar el instrumento. Valdivia tiene claro el origen: su obsesión por tocar como Slash, el guitarrista de Guns N’ Roses, y el empeño por impresionar al productor canadiense Bob Ezrin, responsable del sonido de discos de Lou Reed, Pink Floyd, Alice Cooper o Kiss, y que produjo Avalancha, de Héroes del Silencio. “Yo quería estar a la altura de la persona que había producido The Wall. Me sentí presionado en ese sentido. Además, en ese momento escuchaba mucho a Slash. Quería tocar como él, con sensibilidad, pero a la vez con mucha caña. Forcé demasiado y me pasó eso”. Un proceso que mezcla lo psicológico con lo artístico: el guitarrista entendía lo que escuchaba y quería tocar a la misma velocidad que sus héroes. Practicó una y otra vez y llegó lejos, como se puede comprobar escuchando canciones como Rueda fortuna o Deshacer el mundo. Pero se rompió. “No había otra salida, porque yo lo que quería era mejorar. Todo músico quiere ir a más. Si no, te aburres. En un momento que sabes tocar algo ya no te motiva. Vas a por otro objetivo. Y entonces me pasó lo que me pasó”.

La historia del guitarrista de Héroes del Silencio (grupo del que se reedita estos días su primer disco, el EP Héroes de Leyenda, 1987) se construye desde una tenacidad autodidacta. Nacido en Zaragoza, con pocos meses su familia se mudó a Segovia, donde trasladaron laboralmente a su padre, médico militar. Su madre se dio cuenta de la querencia del niño hacia la discografía del padre, un gran melómano (mucha música clásica, pero también Beatles o Cat Stevens), y le compró una guitarra española. Cuando tenía ocho años su padre murió. “Un golpe durísimo que nos hizo replantearos la vida”, afirma hoy. Su madre se matriculó en enfermería. Al terminar los estudios, buscó trabajo para sostener económicamente a la familia. Tenía 14 años cuando su madre decidió que era hora de volver a Zaragoza, donde tenían familiares y estarían más arropados. Juan ya había aprendido a tocar un poco la guitarra con el disco Matrícula de honor, de Tequila. No paraba hasta que se sabía todos los punteos de Ariel Rot. La primera vez que vio una guitarra eléctrica en acción fue en 1982 en las Fiestas del Pilar de Zaragoza: la de Rosendo Mercado al frente de Leño. Mientras repetía COU se obsesionó con el juego de guitarras de Sultans Of Swing, de Dire Straits. Casi a final del curso llegó la recompensa: lo clavó. Ya tenía 18 años y podía empezar a soñar con ser músico. Llegaron bandas de diversos nombres, hasta que formó Zumo de Vidrio, el antecedente a Héroes del Silencio, donde construyó su mágico sonido al que puso voz Enrique Bunbury.

El modelo Gibson Les Paul con el que grabó Juan Valdivia 'Avalancha', colgado en el salón de su casa. Al lado, una foto de un concierto en Suiza, el primero donde sufrió el dolor de mano. Carlos Gil-Roig

La modestia de Valdivia resulta extrema. Hay youtubers guitarristas de éxito que analizan durante extensos vídeos los secretos de su sonido. Él lo explica de forma espartana: “Yo creo que esos youtubers conocen mejor que yo lo que hice. Es que no sabía muy bien lo que hacía. Iba a mi bola. Buscaba un sonido sobre todo profundo. Creo que lo importante son las melodías. Nos gustaban grupos siniestros como The Cure, también U2, claro. Utilizábamos efectos, como el delay, el echo, el chorus. Y, nada, estás ahí y sale un sonido que te gusta y dices: ‘Ya está’. Tampoco es que yo fuera muy técnico. Me ponía, y en el momento que me encontraba a gusto, ya tiraba…”.

Habla pausadamente, en un tono bajo y pocas veces sus respuestas se extienden varios minutos. Se muestra afable, ofrece cervezas y apetitivos a los periodistas, y no para de fumar cigarrillos de liar. Cuesta romper con su actitud reservada, pero en varias ocasiones sonríe, algo que el periodista recibe como una gran victoria. Con el paso del tiempo y la acumulación de cervezas se siente más cómplice. Se sincera sobre la ruptura de Héroes del Silencio, en 1996. “Influyó mucho mí distonía focal. Lo pasé muy mal, porque trataba de tocar algo que sabía, pero no podía. En un grupo puede haber muchas broncas, pero si estás tocando a gusto la situación es llevadera. Pero cuando ya no disfrutas tocando y encima hay discusiones ya no tiene sentido. En el fondo para mí fue un alivio la separación del grupo, aunque es lo que menos quería en el mundo. Esta idea la he ido desarrollando con el tiempo, porque en el momento que pasó me volví loco de tristeza y desesperación”. Desde que irrumpió la enfermedad hasta que se retiraron Valdivia tuvo que soportar 100 conciertos. “Fue un gran sufrimiento. Los últimos meses fumaba marihuana como paliativo y conseguí disfrutar un poco más porque no me dolía tanto. Pero sí, fue un final muy duro”. Después de un largo silencio añade sobre la ruptura: “Había mucha presión, e igual también nos podíamos haber llevado mejor. Ha habido grupos que han durado más porque, dentro de las diferencias, se han llevado mejor. Pero hay veces que ni el éxito te mantiene unido”.

Tras la disolución se desplomó anímicamente. “No quería ni tocar ni escuchar música. Hasta odiaba a los Rolling”. Lo probó todo. Visitó médicos, hizo ejercicios de fuerza, se operó dos veces, le quitaron las muelas del juicio (“que apenas asomaban”) porque creían que estaban conectadas al nervio de la mano… Pero nada. Al final le dijeron que debía dejar de tocar la guitarra al menos un año, que así su cerebro se liberaría de las presiones y tendría alguna posibilidad de recuperarse. Él lo aceptó y planteó a los médicos la posibilidad de ejercitarse con el piano. Le dijeron que adelante. “Me fui a una calle paralela a la de mi casa y me apunté a piano. Tenía 30 años. Pensé: ‘Como me voy a quedar sin mi modo de vida, voy a estudiar solfeo. Así algún día puedo ser profesor de música. Tuve que aprender lo que era una negra, una corchea. El piano fue mi salvación”.

La placa que dieron a cada miembro del grupo para celebrar los seis millones de ejemplares vendidos de sus discos. Carlos Gil-Roig

Se ríe al recordar que en su clase solo había niños, de ocho y nueve años, y una estrella del rock. “Estaba muy contento, la verdad”. Estudió diez años: cuatro de grado elemental y seis de grado medio. “¿Quieres ver el título?”, pregunta al periodista. Se levanta, abre un armario y lo muestra, con orgullo. Aquel papel aplacó en parte la frustración por una carrera frenada bruscamente. Cuando llegó la propuesta de gira de Héroes en 2007, Valdivia dudó. Eran solo diez conciertos, pero llevaba casi una década sin tocar la guitarra. Solo lo hizo para su único álbum en solitario, Trigonometralla (2001), “pero lo grabé empujado por familiares y amigos”. Realizó un concierto de presentación del disco en Zaragoza y no fue una experiencia satisfactoria: “Toqué cinco canciones. Lo hice muy mal, fatal”. ¿Podría controlar la distonía focal en una gira que iban a seguir miles de personas? “Llevaba diez años sin escuchar los discos de Héroes. Entonces me puse Senderos de traición y pensé: cómo cojones toqué esto. Me costó meses volver a interpretar aquello. Pero lo conseguí después de mucho practicar. Fue fundamental que tuviera las manos fuertes tras 10 años de piano”. En esa gira cambió el tono de algunas guitarras para que no le costara demasiado y recibió la ayuda de su hermano Gonzalo, que estuvo a su lado en los conciertos con otra guitarra.

Asume que en la actualidad no puede tocar profesionalmente. Calcula que su mano izquierda podría afrontar “unas diez canciones de Héroes, solo las fáciles”. Cita algunas: El estanque, Héroe de leyenda, Maldito duende, La carta… “Pero no puedo con algo complicado. Me frustro al no poder hacerlo y lo mando todo a tomar por culo. Me tengo que decir: ‘Frena, Juan, frena”.

Héroes del Silencio en 1990. De izquierda a derecha, Juan Valdivia, Joaquín Cardiel, Pedro Andreu y Enrique Bunbury. Javier Clos

Con Enrique Bunbury, ya es sabido, no tiene contacto. Acabó mal en 1996, en la gira 2007 tuvieron un trato meramente profesional y no contactan desde aquellos conciertos. Quince años de incomunicación entre los dos líderes de Héroes del Silencio. ¿Se ha enterado de que su excompañero se ha retirado de los conciertos por problemas en la voz, justo esta semana? “Sí, algo he oído. Pero no tengo mucha información. Lo siento por él y le deseo lo mejor. Pero es mejor que no hablemos de eso. No tenemos relación”. Más adelante pone en valor al cantante: “Enrique tiene una voz muy buena y yo hice algunas guitarras que estaban bien. Ya está. Tuve mucha suerte al tener al lado a un cantante de verdad. Creo que es el mejor vocalista español, claro que sí. Cuando estuvimos entendiéndonos todo fue bien”.

Héroes del Silencio (1984-1996) editaron cuatro discos. Valdivia apunta que la mejor época fue la de Senderos de traición (1990). Tanto El espíritu del vino (1993) como Avalancha (1995) dibujaron etapas convulsas. Con los otros dos miembros de Héroes, el batería Pedro Andreu y el bajista Joaquín Cardiel, afirma que se ven alguna vez, “pero tampoco tenemos relación”. “Todo el mundo es de sí mismo. Una relación siempre es una cosa de dos, así es como han ido las cosas”, afirma con un hilillo de voz. Y añade: “Yo soy muy optimista. Nunca me deprimo. Bueno, sé que no me deprimo nunca porque me deprimí a los 14 años, no sé muy bien por qué. Tuve unos decaimientos que no entendía y que no los he vuelto a sentir. Cuando me pasó lo de la mano estuve jodido, pero no fue una depresión. Yo no me suelo caer, y cuando me caigo, me levanto”.

Un cuadro de Juan Valdivia colgado en el salón de su casa. Carlos Gil-Roig

Habla de grupos favoritos como Sex Pistols, The Ramones, Guns N’ Roses, ZZ Top… De los guitarristas actuales destaca a Joe Bonamassa, del que tiene libros de partituras en las estanterías de su salón, al igual que manuales de blues. Lleva una vida tranquila con su pareja, Eugenia, que fue manager de carretera de Héroes del Silencio. Se casaron en 1994. En la estantería del salón reposan varias fotos enmarcadas del único hijo de la pareja, Isaac. Tiene 23 años y trabaja de ingeniero informático en Barcelona. También hace música. “¿Quieres ver algún vídeo?”, pregunta con amabilidad. En la pantalla gigante aparece un apuesto chico tocando el piano, la guitarra, cantando… Temas de Coldplay, Muse, la música del videojuego Final Fantasy… El padre se emociona. “Claro que he llorado al verlos, mucho”.

Dice que todos estos años ha vivido de los derechos de autor de Héroes del Silencio. “No tengo ni chalet ni barco, pero estoy feliz. No quiero nada más”, sentencia. Sigue componiendo, por no con aspiraciones comerciales: “Soy muy exigente. Sabiendo lo que les di a la gente con Héroes ahora no voy a comercializar cualquier cosa solo porque soy yo”. Algunas piezas las ofrece para causas solidarias. Existen dos escuelas de música en la India que se llaman Juan Valdivia. Y acude a convenciones de seguidores de Héroes del Silencio. En Guatemala, Costa Rica, Panamá, Zaragoza… Existe algún vídeo en YouTube donde aparece en un banco de la calle enseñando a algunos chavales los acordes de guitarra de algún clásico de Héroes. También pinta, su nueva actividad, pasa tiempo con su mujer e hijo y toma cervezas con los amigos. Una vida apacible después de la tormenta que vivió con una de las bandas más rompedoras del rock español. “Estoy en paz conmigo mismo, más de lo que estuve nunca”, se despide.

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