‘Un nuevo mundo’: precariedad laboral, fragilidad moral

Opresiva de principio a fin, la película describe la vida de un directivo de una multinacional atrapado en la telaraña del capitalismo salvaje

Vincent Lindon, en 'Un nuevo mundo'.

Despedir a 58 para salvar a 500. Esa es la teoría; la de los de arriba, claro. ¿Por qué no salvar a 558?, se preguntan los de abajo. Pero, ¿cómo?

Cuántas situaciones así se viven cada día en las empresas de cualquier país. La de Un nuevo mundo, nueva película del siempre interesante director francés Stéphane Brizé, es una multinacional estadounidense de electrodomésticos con plantas en diferentes países, y cinco de ellas en Francia. El protagonista, ...

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Despedir a 58 para salvar a 500. Esa es la teoría; la de los de arriba, claro. ¿Por qué no salvar a 558?, se preguntan los de abajo. Pero, ¿cómo?

Cuántas situaciones así se viven cada día en las empresas de cualquier país. La de Un nuevo mundo, nueva película del siempre interesante director francés Stéphane Brizé, es una multinacional estadounidense de electrodomésticos con plantas en diferentes países, y cinco de ellas en Francia. El protagonista, interpretado por el formidable Vincent Lindon, es el director de una de ellas: la de los 558. Es decir, en principio, parece más cerca de la élite empresarial que de la clase trabajadora, aunque en realidad tenga no pocos escalones hacia arriba con los que debe bregar. Y eso es muy sugestivo, sobre todo por desacostumbrado: componer una película de cine social, y también moral, desde el empresariado, con un buen patrón como el de Fernando León, aunque alejado del tradicional provincianismo patrio del personaje de Javier Bardem, y por supuesto de los toques de comedia de la película española.

Un nuevo mundo, opresiva de principio a fin, abarca además la vida privada de ese hombre atrapado en la telaraña del capitalismo salvaje desde siete años atrás, cuando aceptó su puesto. Desde entonces, ganando una pasta, su vida se ha derrumbado. La primera secuencia del relato, que dura exactamente diez minutos, es un prodigio de precisión en la puesta en escena, las interpretaciones, el tempo, la verosimilitud, y la fusión entre el drama, el sentido común, la cercanía vital y la lejanía moral entre el personaje principal y su esposa, mientras ponen fin a su matrimonio en un despacho, con los abogados verbalizando cantidades de dinero como finiquito del amor.

La segunda secuencia, no menos perfecta, enfrenta al patrón con los distintos departamentos de su fábrica, en plena búsqueda de soluciones a los despidos requeridos desde arriba. De nuevo, la cámara, la mirada de Brizé, se planta siempre donde debe, casi más veces en el gesto del que escucha que en la voz del que habla. A una serie de reuniones laborales consecutivas, con los de arriba y los de abajo, se suma la terrible situación mental de uno de los hijos de la pareja. Y a la labor de Lindon se añade el trabajo portentoso de Sandrine Kiberlain.

En la película, con bellos fragmentos de música barroca en los interludios, hay credibilidad, emoción, desesperanza, derrota. Y así un día tras otro. ¿Demasiadas tazas del mismo caldo? ¿No estará Brizé apuntándose a una cierta ola tremendista del cine social europeo? No. Lo que ocurre es que todas esas tazas de caldo envenenado están conectadas las unas con las otras. Concatenadas, casi como una relación de causalidad filosófica, agujereando las más diversas áreas de nuestra cotidianidad.

A poco que cada cual, dentro de su círculo de poder —unos, más amplio; la mayoría, mucho más reducido—, examine su conducta, su colaboración (o no) con la podredumbre del sistema y sus esfuerzos para intentar reducir el aplastamiento cada vez más generalizado de las condiciones laborales en demasiados sectores, seguro que podrá sacar conclusiones, a no ser que se siga engañando a sí mismo. ¿Somos o podemos llegar a ser esos seres despreciables de los que habla el protagonista en su reflexión final? Por desgracia, la decencia es una palabra tan pasada de moda que apenas se utiliza en nuestro nuevo mundo.

Es evidente que unos tienen más posibilidades que otros de convertirse en figuras morales, de poder aflojar la manivela de la autodestrucción del capitalismo, de las condiciones de trabajo, de las leyes del mercado y, como consecuencia, del aplastamiento de nuestras vidas privadas. Pero quizá llegue un momento en la existencia en el que, desde un reducto individual, se deba decidir si se quiere seguir siendo parte relevante de la rueda de ese sistema que viene convirtiendo nuestro mundo en un estercolero.

Un nuevo mundo

Dirección: Stéphane Brizé.

Intérpretes: Vincent Lindon, Sandrine Kiberlain Anthony Bajon, Marie Drucker.

Género: drama. Francia, 2021.

Duración: 96 minutos.

Estreno: 13 de mayo.

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