Carmen Linares y María Pagés, Premio Princesa de Asturias de las Artes 2022
La cantaora y la bailaora son un ejemplo de honestidad, mujeres formadas desde abajo que han sabido evolucionar respetando la tradición flamenca
La noticia de la concesión del Premio Princesa de Asturias de las Artes 2022 a dos personalidades flamencas, la cantaora Carmen Linares y la bailaora y coreógrafa María Pagés, hace que el día de hoy se convierta en uno de celebración y de fiesta para el mundo del flamenco. Las dos artistas concitan un unánime respeto y gozan del reconocimiento de la profesión, además de ser figuras que brillan con luz propia en los carteles nacionales e internac...
La noticia de la concesión del Premio Princesa de Asturias de las Artes 2022 a dos personalidades flamencas, la cantaora Carmen Linares y la bailaora y coreógrafa María Pagés, hace que el día de hoy se convierta en uno de celebración y de fiesta para el mundo del flamenco. Las dos artistas concitan un unánime respeto y gozan del reconocimiento de la profesión, además de ser figuras que brillan con luz propia en los carteles nacionales e internacionales. Y se han hecho merecedoras de esa posición gracias a unas trayectorias presididas por la profesionalidad, la honestidad y una cierta modestia, en tanto en ellas siempre ha primado la defensa del arte y de sus respectivas disciplinas por encima de lucimientos personales que, por supuesto, también han conseguido y de muy alto grado.
Uno de los valores que ambas comparten y que ha presidido sus respectivas carreras es el de su empeño en la dignificación del flamenco. No hay duda de que lo han logrado por medio de unas trayectorias que se podrían calificar como impecables, pero ahora este reconocimiento viene a aportar una nueva dignidad a un oficio que han defendido y siguen defendiendo. Resulta imposible no acordarse en este momento del primer artista flamenco en ser reconocido en estos premios, el guitarrista Paco de Lucía en 2004, que en sus declaraciones también anteponía lo que ello suponía para el arte que amaba, el heredado de su familia, por encima de lo personal. Con los premios de hoy, el flamenco, sabio y rico, goza ya del galardón en las tres disciplinas —cante, toque y baile— que lo integran.
Carmen Linares (Carmen Pacheco. Linares, Jaén, 71 años) mostró cualidades desde pequeña y contó con el apoyo de su padre, que la acompañaba a la guitarra. El traslado de este a Madrid propició que la ya joven cantaora entrara en contacto con los medios flamencos de la capital, especialmente en el Club Charlot, donde ejercía el maestro Pepe de la Matrona y donde coincidiría con Enrique Morente, también recién llegado a la capital. Pronto daría el salto a los tablaos —ella reconoce que en ellos tuvo la oportunidad de formarse— y comenzaría una carrera que no se ha detenido hasta nuestros días. De hecho, continúa en gira con la celebración de sus 40 años de cante. Docena y media de premios nacionales e internacionales han reconocido su trayectoria, entre ellos, el Premio Nacional de Música y la Medalla de Oro de las Bellas Artes. Carmen ha dejado hasta el presente 13 grabaciones discográficas, más otras en colaboración con distintos artistas. Es imprescindible su Antología de la mujer en el cante (Universal, 1996), pero también otros discos como Locura de brisa y trino (1999), junto al maestro Manolo Sanlúcar; Un ramito de locura (2002), con el guitarrista Gerardo Núñez, y Raíces y alas (2008), con Juan Carlos Romero.
En 2017 nos dejó su disco homenaje Verso a verso canta a Miguel Hernández, en el que se revela como compositora e incluye registros flamencos y no flamencos, con colaboraciones, entre otras, de Silvia Pérez Cruz y la Camerata Flamenco Project. La poesía, además del estudio de la tradición y de los estilos flamencos, siempre ha sido una preocupación de la cantaora, que no solo se limita a los monográficos dedicados a Lorca, Juan Ramón o Hernández. Otros poetas han sido incluidos en espectáculos suyos y en el disco Remembranzas, de 2011. Su actual gira conmemorativa resulta un buen compendio de esas dos vertientes: la del cante tradicional y la de adaptación de los poetas, dentro de un tratamiento musical evolucionado, algo que no sorprende en una artista comprometida como pocas con el arte que representa. No es accesorio afirmar que Carmen, por su profesionalidad y por su estar en escena, que ha renovado huyendo de los estereotipos, es reconocida como la gran señora del cante.
María Pagés (Sevilla, 58 años) suele decir que quién no bailaba en la Sevilla de su niñez. Ella empezó así, como en un juego, para luego acceder a las academias locales y, posteriormente, a la Escuela del Ballet Nacional. Profesionalmente, se inició en el Ballet de Antonio Gades y en 1990 fundó su propia compañía, con la que ha recorrido medio mundo y ha representado una docena y media de obras, entre las que es difícil elegir una. Se recuerdan de forma especial El perro andaluz. Burlerías (1996), La Tirana (1998), Flamenco Republic (2001), Canciones antes de una guerra (2004), Sevilla (2006), Autorretrato (2008), Flamenco y poesía (2008), Dunas (2009), Utopía (2011), Casi divina (2012), La alegría de los niños (2013), Siete golpes y un camino (2014) y Yo, Carmen (2014).
Algunas de estas obras han supuesto un giro espectacular en la concepción de las representaciones de danza y baile flamenco, por su tratamiento escénico y lumínico muy cuidado y por unas coreografías corales llenas de calidad. Todas tienen una estética unitaria y muy personal, un estilo propio que ha evolucionado en cada creación y que se ha consolidado a través de un grupo estable, casi familiar, cuyas cuitas, en ocasiones, se han colado en unos espectáculos a los que María gusta de otorgar unas gotas de humor y distensión. Pagés, entre otros reconocimientos, fue Premio Nacional de Danza en 2002 y recibió la Medalla de Oro de las Bellas Artes en 2015. Su último proyecto es el Centro Coreográfico María Pagés de Fuenlabrada (Madrid), que dirige su marido, el poeta y profesor El Arbi El Harti.
Hay aspectos de Pagés que, quizás por su carácter extradancístico, no se subrayan de forma suficiente. Principalmente, está su condición de empresaria, algo que ella defiende con fuerza cuando tiene ocasión. Afirmaba, así, que es lugar común que se hable de sus aportaciones coreográficas o escénicas, pero que se olvida su trabajo de mantener una empresa con varias decenas de trabajadores, de los que dependen otras tantas familias, y que es algo que le ocupa mucha parte de su tiempo, además de suponer una gran responsabilidad. En la conversación cercana, sorprende su inquietud intelectual. No solo ha llevado a los poetas a sus espectáculos, sino que se ha dejado influir por la estética de mujeres artistas que ella considera injustamente olvidadas. En alguna de sus obras, se percibe así la influencia de pintoras como la barroca italiana Artemisia Gentileschi.
Cualquiera de las estéticas que María maneje entrará siempre en competencia con el arte de sus brazos, su estilizada figura y una fuerza que le sale de los adentros cuando baila en solitario. Su danza enamoró a Saramago y ella le correspondió bailándole un poema. No se lo pierdan.