El abrecartas, la ópera de Luis de Pablo, deja un cierto sabor agridulce
El estreno póstumo de El abrecartas, sexta ópera de Luis de Pablo, deja un cierto sabor agridulce. Concebida a partir de 2010 y encargada en 2015, la ópera ha sufrido no pocas vicisitudes para alcanzar su estreno que, acaso, serían llevaderas y justificables (pandemia, por ejemplo), si no se hubiera producido ...
El estreno póstumo de El abrecartas, sexta ópera de Luis de Pablo, deja un cierto sabor agridulce. Concebida a partir de 2010 y encargada en 2015, la ópera ha sufrido no pocas vicisitudes para alcanzar su estreno que, acaso, serían llevaderas y justificables (pandemia, por ejemplo), si no se hubiera producido el fallecimiento del compositor en agosto de 2021, con 91 años, dejándonos con la sensación de que no se debe jugar así con los plazos de un artista a tan avanzada edad.
En cualquier caso, el legado del compositor bilbaíno, por ceñirnos solo a la escena, es algo más que importante: seis óperas, siendo El abrecartas la segunda que sube a las tablas del Teatro Real, dejan una marca hoy por hoy no superada. Añadiría que todas ellas han sido escritas para escenarios españoles, con la excepción de su quinta, Un parque, escrita y presentada en Venecia. En lo que concierne al libretista de esta nueva producción, Vicente Molina Foix, esta sería su tercera colaboración con el compositor, otra marca a superar. Es, pues, la hora del balance y El abrecartas se presta a ello, no tanto porque sea su última obra musical, no lo es, pero sí porque cierra su ciclo operístico a partir de un universo artístico que marcó al compositor más que ningún otro: su pasión por la poesía y su entrañable fijación por Vicente Aleixandre.
El abrecartas no va solo de Aleixandre, el poeta de Velintonia es un referente al que acompañan García Lorca, Miguel Hernández e incluso Eugenio d’Ors, además de otros personajes reales e imaginados a partir de la novela homónima de Molina Foix que, ya en 2006 tuvo una acogida muy notable. Decir de qué va El abrecartas es complejo de resumir por temor a la simplificación; es, en principio, un epistolario, unas personas se envían cartas y el contenido de estas es la base de la historia, tanto en el libro original como en el libreto convenientemente jibarizado para que sus 450 páginas se conviertan en una historia de hora y media. Pero la ópera habla de amores, de tragedias, de guerra, de represión política, social y amorosa y, sobre todo, del espacio de la memoria para que ese puñado de historia española perviva y nos concierna. Y la química de todo esto es la poesía, no es que haya mucha poesía real en la ópera, es que impregna todo, lo que se ve y lo que apenas nos es sugerido. Y los que hemos conocido, admirado y trabajado con Luis de Pablo sabemos que para él la poesía era como el sistema circulatorio de la cultura española, incluyendo sus dramas, su tragedia y su explicación del misterio que sigue siendo la conciencia de nuestro país.
Y, siempre, Aleixandre, con permiso de Lorca y Hernández, en el imaginario del músico que conoció, trato y visitó al refugiado de la Colonia Universitaria, cuya memoria aún sufre la pena de una complicada supervivencia a través de una casa, otrora santuario y aún hoy armatoste urbano al arbitrio de una desidia convenientemente sazonada por malicias políticas. Y, de nuevo Aleixandre vuelve a la memoria al evocar que una de las obras más importantes de De Pablo a partir de Aleixandre, Sonido de la guerra, vio la luz por vez primera en el mismo Teatro Real que cierra su periplo operístico. Era el 17 de enero de 1981, cuando el Real era otra cosa, la sala de conciertos de la ciudad. Se hacía eco de ello en este mismo periódico el maestro de críticos que fue Enrique Franco, y que decía: “…resplandecen en Sonido de la guerra los valores de la melodía (empleada con criterio contemporáneo) y la belleza sonora en un total de casi media hora de duración…” Y, como no podía ser de otro modo, Aleixandre y su poema extraído de sus Diálogos del conocimiento, late en esta última ópera.
Se ha hablado también de que esta ópera es memoria histórica o incluso que es erótica; en fin…, la comunicación o la propaganda son libres, pero hay que ser cuidadosos porque El abrecartas se enfrenta a un entorno de escepticismo; de hecho, ya son mayores los que apenas han conocido las anteriores óperas de su autor y no digamos los que nada saben de lo que significó la vanguardia o su superación, aventuras ambas en las que sobresalió Luis de Pablo. Ahora hay un riesgo de que la gente piense que una nueva ópera española, o en español, es un terreno ganado.
Todo esto subyace en el entorno en que ha nacido El abrecartas. Junto a sus méritos y a su pasión cultural, hay algo en El abrecartas que opaca una fluidez dramática que nunca le faltó al Luis de Pablo operístico. Quizá, como piensen algunos, se trate de que una estructura a base de cartas no parece el mejor vehículo para que fluyan las acciones escénicas siempre deseables en una ópera, pero creo que no es exacto. El epistolario puede invitar a una intimidad en la expresión que no está reñida con la intensidad del drama. Así lo subraya el director escénico de la producción Xavier Albertí, por ello choca más que los problemas más delicados estén allí. La escenografía de archivadores dentro de un cubo gris cubre todo de abstracción sin aportarle nada. Si ya resulta complicado a veces saber quién habla con quién, la forma de presentar a los cantantes como estatuas frente al público sin que se sepa por qué termina echando barro en los goznes de la historia. Y la prueba palpable se encuentra en la quinta escena dedicada a Eugenio d’Ors y a su corte de admiradoras aderezado con el cortejo fascista. Sorprendentemente, esta escena fascista resulta tremendamente dinámica y hasta divertida. Incluso el descacharrante poema dedicado al Generalísimo y leído sin cantar por el infame soplón Ramiro (magistral Vicenç Esteve) adquiere un ritmo y una fuerza dramática notables. Añadiría, además, la variedad vocal, con un d’Ors interpretado por un bajo muy airoso (magnífico David Sánchez), en contraste con un contratenor (eficaz Gabriel Díaz) y un divertido pequeño coro de mujeres.
Otro aspecto que no termina de cuajar es la apuesta del compositor por una dicción radicalmente silábica que rompe toda sinalefa y genera una cierta sensación robótica, por más que su objetivo, la comprensión del texto, se logre con eficacia.
Pero, donde Luis de Pablo es maestro es en la ideación instrumental. Su poderosa orquesta (80 músicos) actúa muy pocas veces en bloque. Es como si fuera un depósito de sonoridades y colores instrumentales que intervienen en pequeños grupos y a solo con notable inspiración. También es eficaz el desplazamiento de dos grupos instrumentales, uno de instrumentos de metal y otro de percusión, a ambos lados de los palcos. Todo ello le proporciona al gran músico que fue Luis de Pablo la posibilidad de acompañar con líneas melódicas sin apoyos en cualquier suerte de armonía o estructura sonora vertical. Hay solos magistrales de corno inglés, saxofón, flautas, trombón, violonchelo y tantos otros que dibujan desde la orquesta un tejido narrativo delicioso. Todo el mecanismo instrumental está llevado por la aplicada dirección de Fabián Panisello, que resuelve con soltura su primera vez en el foso del Teatro Real.
Y, por último, y no menos importante, está el apartado interpretativo. No es nada fácil convencer a la gente que uno es García Lorca, Miguel Hernández o Vicente Aleixandre. Me vienen a la memoria algún que otro García Lorca operístico de poco grato recuerdo, como, por ejemplo, el de Osvaldo Golijov en Ainadamar, que se vio en el Teatro Real. Pero quizá sea más difícil ponerse en la piel de Miguel Hernández o Aleixandre. Es, sobre todo, un problema teatral y de imagen, una ópera no es una película. A este reto se han enfrentado un trío de cantantes seguros en lo vocal y pundonorosos en lo teatral. En el papel de García Lorca se pone lo mejor que puede el tenor Airam Hernández, curioso nombre este de Airam, leído al revés da María. Canta bien y hace lo que puede en escena, pero el problema de credibilidad es para el público. Otro tanto sucede con Aleixandre, no basta con poner cara de palo para que resulte la gravedad sobria del personaje; a ello se aplica el barítono Borja Quiza, de manera más o menos adecuada. Más problemático es para el imponente barítono José Antonio López encarnar la frágil figura de Miguel Hernández. Afortunadamente para ellos, pronto queda claro que la convicción viene de la voz y se hacen con sus respectivos papeles desde la solvencia canora. El resto del reparto cumple con decidida homogeneidad sus papeles con algún punto débil en el coro de niños con lo que empieza la ópera.
En suma, una ópera delicada y frágil, con la que su autor se expuso más de lo que estaba acostumbrado. Los que amen la materia tratada, en especial la poesía y los grandes poetas españoles que se dejaron la piel para hacer con ella una España mejor, seguro que encontrarán en este Abrecartas una producción muy estimulante.
FICHA TÉCNICA
El abrecartas. Música de Luis de Pablo. Libreto de Vicente Molina Foix. Estreno absoluto. Director musical, Fabián Panisello. Director de escena, Xavier Albertí. Escenografía, Max Glaenzel. Intérpretes: Airam Hernández, tenor; Borja Quiza, barítono; José Antonio López, barítono; José Manuel Montero, tenor; Mikeldi Atxalandabaso, tenor; Jorge Rodríguez-Norton, tenor; Ana Ibarra, soprano; Vicenç Esteve, tenor, Gabriel Díaz, contratenor; David Sánchez, bajo; Laura Vila, mezzosoprano. Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real. Pequeños Cantores de la JORCAM. Teatro Real, Madrid, del 16 al 26 de febrero, 2022.