Raúl Zurita: “Se me ocurre que soy el mayor poeta vivo, pero quizá solo es mi locura”

El poeta chileno reflexiona sobre la angustia de escribir versos y la mejor manera de morir

El poeta chileno Raúl Zurita, retratado esta semana en Cartagena de Indias, en el marco del Hay Festival de Colombia.PHOTO: DANIEL MORDZINSKI

Raúl Zurita se despierta a veces maravillado. Por un lado descubre que está vivo y, por otro, que en vez de una cucaracha sigue siendo Raúl Zurita, el poeta.

—¿Es el mayor poeta vivo?

—¿Quién?

—Usted.

—Fíjate que en mi demencia a veces pienso que sí. Se me ocurre que soy el mayor poeta vivo, pero quizá solo es mi locura.

Zurita, de 72 años, se pasea estos días por Cartagena de Indias con un traje de lino y unas chanclas de cuero romanas, lo que le da un aire de santurrón. La obra del...

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Raúl Zurita se despierta a veces maravillado. Por un lado descubre que está vivo y, por otro, que en vez de una cucaracha sigue siendo Raúl Zurita, el poeta.

—¿Es el mayor poeta vivo?

—¿Quién?

—Usted.

—Fíjate que en mi demencia a veces pienso que sí. Se me ocurre que soy el mayor poeta vivo, pero quizá solo es mi locura.

Zurita, de 72 años, se pasea estos días por Cartagena de Indias con un traje de lino y unas chanclas de cuero romanas, lo que le da un aire de santurrón. La obra del ganador del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana 2020 navega entre el mesianismo y el tormento, como si la hubiera escrito un Jesucristo chileno. “Jesús sintetizó el daño que los seres humanos le pueden causar a otro. La cruz no es más que eso, el suplicio que podemos llegar a infligir”.

Zurita iba a proyectar el año pasado sobre el cielo de la Ciudad de México unos versos en los que decretaba la muerte de Dios, nada menos. Al final, no pudo hacerse por un problema de permisos. No es la única performance que se le va a quedar en el camino. Ya no le alcanza esta vida para cumplir un sueño: escribir 22 frases sobre los acantilados que dan al mar del norte de Chile, frases que solo podrían ser leídas desde el mar. “Están en mi cabeza”, afirma, y permanece un rato callado, mirando al hombre que hay al otro lado de la sala.

Erguido, con la camisa perfectamente planchada y una actitud de profesional de las letras, el escritor norteamericano Jonathan Franzen da una entrevista a unos cinco metros del poeta. Zurita, al contemplarlo como a un extraterrestre, recuerda las limitaciones de los seres humanos: “No lo he leído, y creo que tampoco me va a dar tiempo a hacerlo, jajaja”.

El autor de Purgatorio y La vida nueva ha dicho en ocasiones que si no eres capaz de matar a alguien no eres un artista, pero que si lo haces eres un asesino. En ese borde viven los creadores. “Si no eres capaz de colocarte en la posición del victimario es absurdo, no vas a saber nunca nada de esta vida, ni la vas a comprender. Sin experiencia, sin esa criminalidad, que de alguna forma albergamos, no hay arte”, añade.

Esa tensión se le acumula al sentarse frente al ordenador. “Escribir es maravilloso”, cuenta, “aunque me vuelvo loco cuando no me sale un verso. Esa es la angustia”.

—¿A qué se parece esa angustia?

—Al derrumbe total. Si no me sale ese poema toda mi vida es un fracaso.

Zurita ha escrito con amargura sobre la democracia chilena. Sin embargo, la victoria de Gabriel Boric el mes pasado le ha cambiado el ánimo. “Es una esperanza para Chile y el resto de América Latina, ojalá le vaya bien. El fascismo es duro, tiene un 40%, va a hacer todo lo posible para que fracase, pero confío en él. Boric es un buen tipo, inteligente, ojalá le vaya bien”.

Zurita arrastra los pies por los pasillos del Hay. Un poeta proveniente del país de los poetas, con permiso de Perú. Casi un ser mitológico. Va dejando murmullos atrás. “Ese es Zurita”, “Miralo, bello”, “el más grande”. ¿A cuántos elogios se ha expuesto estos días? “No recuerdo, me suelo acordar más de los insultos”. Escribió un libro de 700 páginas que se llamaba Zurita, sin más. “A modesto no me gana nadie”.

En uno de sus últimos libros, Zurita narra un momento estremecedor. Eran los años 80, acababa de publicar su primer libro y todavía faltaban dos años para el siguiente. Entonces, decidió quedarse ciego arrojándose amoniaco a los ojos. Su pareja de ese momento sería su guía entre las sombras. En el momento de la ejecución sus párpados se cerraron en un acto de supervivencia y el poeta no logró su cometido.

—¿Ha sobrevivido a su propia autodestrucción?

—Todos los hombres sobrevivimos a nuestra propia autodestrucción hasta el final inminente: la muerte. Ojalá que uno llegue bien a ese momento.

—¿Qué sería llegar bien a ese momento?

—En paz, tranquilo con lo que he hecho y con lo que no he podido hacer. En paz con lo que he querido, con los abandonos que he sufrido y con mis propios abandonos.

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