¿Qué ha dicho Alberto Garzón que no sepamos?

El negacionismo climático ha mutado, ya tiene su ómicron, que aparenta más benignidad, pero responde a una naturaleza insidiosa que favorece el contagio masivo

Macrogranja en Barcial del Barco, en el noroeste de la provincia de Zamora.PEDRO ARMESTRE / GREENPEACE

Estrenamos 2022 con una evidencia: el negacionismo climático es residual. ¿Es una buena noticia? En absoluto. El negacionismo climático ha mutado, ya tiene su ómicron, que aparenta más benignidad, pero responde a una naturaleza insidiosa que favorece el contagio masivo. Nadie está dispuesto hoy a enzarzarse en una discusión por un quítame allá esas pajas: reconocemos que los grados suben, también el nivel del mar y que aumentan los inesperados desastres atmosféricos; leemos reportajes sobre las migraciones que provocará el clima; sentimos cierta inquietud cuando se nos advierte de que España s...

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Estrenamos 2022 con una evidencia: el negacionismo climático es residual. ¿Es una buena noticia? En absoluto. El negacionismo climático ha mutado, ya tiene su ómicron, que aparenta más benignidad, pero responde a una naturaleza insidiosa que favorece el contagio masivo. Nadie está dispuesto hoy a enzarzarse en una discusión por un quítame allá esas pajas: reconocemos que los grados suben, también el nivel del mar y que aumentan los inesperados desastres atmosféricos; leemos reportajes sobre las migraciones que provocará el clima; sentimos cierta inquietud cuando se nos advierte de que España será el país más castigado de Europa por el desierto creciente; nos indignamos con la imparable deforestación de la selva amazónica que va talando el verde a favor de pasto para los animales que llegan a nuestro plato.

Pero hemos entrado en fase de huida hacia delante, de cinismo supremo, de un posnegacionismo a favor de que nada entorpezca el negocio. No se puede decir que no estamos informados: la política española ha llegado tarde a incluir en el debate la degradación ecológica, pero dicen las encuestas que a los ciudadanos nos preocupa el asunto. En este mismo periódico, la periodista Anatxu Zabalbeascoa entrevistaba hace unos días a Carolyn Steel, la autora de Ciudades hambrientas, que ha estudiado cómo estamos pagando un precio demasiado alto por explotar la naturaleza sin respetar sus ritmos y por dejar nuestra alimentación en manos de contadas macroindustrias. No es un tema tabú, al contrario, los interesados en el asunto encontramos información a diario.

Si se leen con regularidad los periódicos, si se ven documentales, es raro no encontrarse cada dos por tres estudios sobre los perniciosos efectos de la ganadería industrial. En nuestra televisión pública, aparecieron varios reportajes en los últimos meses. Concretamente, en Informe Semanal se emitió uno el pasado mes de abril sobre la oposición de algunos vecinos de Noviercas, un pequeño pueblo de Soria, a la instalación en esa comarca del Moncayo de la mayor macrogranja de Europa con 23.500 cabezas de ganado. Merece la pena volver a ver el reportaje, disponible en la web de RTVE, porque explica cómo una mole de este calibre resulta una bomba medioambiental.

También se sabe que la Unión Europea nos ha tirado de las orejas varias veces por una tendencia de negocio que va en aumento, pero la clase política ha encontrado de pronto en esto un argumento perfecto de guerrilla cultural. Aseguran defender las tradiciones, como si la ganadería intensiva hubiera sido lo habitual en el campo español; dicen defender a la gente del campo, cuando en realidad quieren convertir el mundo rural en zonas de abastecimiento para la ciudad; tratan de enfrentar a los habitantes del campo con los de la ciudad, a los que caricaturizan como pijos a los que no les importa lo que suceda más allá de su urbe.

Todo el discurso simplificado al máximo, personificado ahora el mal en un ministro de consumo que no ha dicho ni más ni menos que lo que la evidencia científica nos lleva señalando años: o nos decantamos por el modelo de explotación ganadera al que tiende Europa o por el chino. Si además hacemos correr el bulo de que ese ministro ha defenestrado en el extranjero los productos españoles, tanto mejor; si se le cuelga el sambenito de enemigo de los ganaderos, miel sobre hojuelas. Si a estas acusaciones se les añade unas gotitas de esencia nacionalista la fórmula es perfecta. La mentira se propaga más rápido que la verdad. Y si una mentira nos impulsa electoralmente es porque hay un pueblo dispuesto a creerla.

La conclusión es que mientras consumimos ficción apocalíptica con gran placer y leemos las informaciones del desastre ecológico con aparente preocupación, nos hemos adiestrado para no mezclar teoría y práctica, para no relacionar los miedos en abstracto con las acciones que posibiliten la reducción del infierno. De esta manera, permitimos a los líderes políticos que asisten a la cumbre del clima que sean verdes en apariencia y medrosos en sus actos. No estoy tan encandilada como otros con No mires arriba, de hecho, confieso haber acelerado el mando para restarle media hora a una comedia que se me hacía larga, pero lo cierto es que la tesis es buena: que la amenaza de un meteorito no nos amargue un resultado electoral. Aunque confieso, y no bromeo, que lo que me pareció más de ciencia ficción fue ver a Leonardo DiCaprio casado con una mujer de su edad.

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