María Mérida, la voz del Meridiano cero
La gran dama de la canción canaria, fallecida este martes a los 96 años, engendró una carrera de giras por el mundo
La voz de María Mérida poseía un timbre particular, que daba a sus canciones folclóricas cierta vecindad con la lírica, una aristocracia de ópera del pueblo con aires y coplas arraigadas muy adentro.
Cantaba así desde niña, a los pies de los árboles, en su natal isla de El Hierro, sede del Meridiano cero de la Tierra hasta el siglo XIX, de donde era también Valentina la de Sabinosa, hoy elevada a los altares de la música canaria, como desde este martes sucede con María Mérid...
La voz de María Mérida poseía un timbre particular, que daba a sus canciones folclóricas cierta vecindad con la lírica, una aristocracia de ópera del pueblo con aires y coplas arraigadas muy adentro.
Cantaba así desde niña, a los pies de los árboles, en su natal isla de El Hierro, sede del Meridiano cero de la Tierra hasta el siglo XIX, de donde era también Valentina la de Sabinosa, hoy elevada a los altares de la música canaria, como desde este martes sucede con María Mérida, que falleció a los 96 años sin retirarse nunca definitivamente. La última actuación, con Los Sabandeños, en homenaje a los habitantes de La Palma, heridos por un volcán, tuvo que suspenderse la semana anterior por la covid-19.
Esa voz inconfundible de tonos graves que hermoseaban las folías, malagueñas y arrorrós de su tierra, despuntaba allá por donde viajaba, y Mérida, contralto dramática, que hizo una incursión en el bel canto pero eligió el cancionero folclórico, puede decirse que pisó centenares de escenarios en todo el mundo.
Como fue una cantante precoz, desde que ganó un concurso a los 12 años, tuvo que ser pionera constantemente en lo que hacía. Entre otras cosas, fue la primera voz femenina de Canarias en grabar un disco, precisamente con un tema titulado Palmero sube a La Palma, hace mas de 70 años.
De esa cualidad de su vida, de ir por delante en un siglo de hombres predominantes, se puede intuir que nada le resultó fácil, pero por alguna extraña fuerza interior los herreños siempre resistieron los embates de la emigración. María Mérida, que peregrinó en la antología de la zarzuela de José Tamayo, siempre relataba su anecdotario sentimental con el público español de la diáspora, y decía que le cantaba con un nudo en la garganta. Sus paisanos canarios rompían a llorar cuando ella interpretaba la canción Virgen de Candelaria, en cuya villa ha fallecido.
Una vez, en Venezuela, vio a un hombre apoyado en un puente, se acercó y le dijo: “Usted es canario”. Y él le contestó: “Sí. Y usted es María Mérida”. Tenía la fama de las divas y, a la altura de su edad, últimamente la consideraban en su tierra una divinidad de la canción. Nunca decía no a un escenario. Cuando en 2018 le otorgaron el Premio Taburiente de Diario de Avisos, regresó al Teatro Guimerá de Santa Cruz de Tenerife. Tenía los máximos galardones de las Islas, entre ellos el Premio Canarias.
Trabajó en Radio Madrid con el mítico Bobby Deglané y cantó en las ondas de RNE para los españoles que la escuchaban en la otra orilla, en la América hispana, donde tenía un público regado por casi todos los países. En una de las travesías de sus giras a América, la llamaron a un camarote porque alguien la quería saludar, y así fue cómo conoció a Mario Moreno, Cantinflas.
La longevidad de la Edith Piaf canaria, como la bautizara Le Figaro, le permitió hacer cabriolas con el destino, coincidió con estrellas como Ava Gardner o tenores como Kraus y Domingo (con el que cantó por tierras de Oriente); itineró por los cinco continentes con bailarines prodigiosos como Roberto Iglesias o José Greco; se radicó en Alemania durante años hasta enfermar y volver a Madrid; vio morir a cuatro de sus hijos; conoció la gloria y el olvido, y en medio de este último regresó a su oficio indemne y casi centenaria hizo migas con el jazz y el rap.
Antes de morir tuvo la oportunidad de manifestarse dichosa por lo vivido y lo querida que se sentía. En el fondo, con 96 años, no dejaba de ser la niña de cuatro que se subía a la silla para cantar temas infantiles en el barrio de El Mocanal o que jugaba con muñecas de cartón en la calle en Valverde (El Hierro). Esa calle, que se llamaba El Charquete, hoy es la calle María Mérida.