Las dos vidas de Verónica Forqué en el teatro: de ‘¡Ay, Carmela!’ al premio Max

La actriz fue la primera protagonista del clásico de José Sanchis Sinisterra y en los últimos años resurgió en las tablas hasta coronarse con el principal galardón de las artes escénicas españolas en 2020

Verónica Forqué y José Luis Gómez, en el estreno de '¡Ay, Carmela!', de José Sanchis Sinisterra, en noviembre de 1987 en Zaragoza.

Recuerda José Sanchis Sinisterra que el estreno de ¡Ay, Carmela! en 1987, en Zaragoza, significó un antes y un después en su carrera. Un éxito que le hizo salir de los márgenes del teatro alternativo en los que hasta entonces se había movido para saltar a los grandes escenarios y convertirse en un referente de la dramaturgia española contemporánea. La obra se convirtió en un clásico que incl...

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Recuerda José Sanchis Sinisterra que el estreno de ¡Ay, Carmela! en 1987, en Zaragoza, significó un antes y un después en su carrera. Un éxito que le hizo salir de los márgenes del teatro alternativo en los que hasta entonces se había movido para saltar a los grandes escenarios y convertirse en un referente de la dramaturgia española contemporánea. La obra se convirtió en un clásico que incluso fue adaptado al cine (dirigida por Carlos Saura en 1990) y la televisión (Manuel Iborra, 2000). Pero Sanchis Sinisterra confiesa el deslumbramiento que sintió cuando vio a su Carmela materializarse por primera vez, quizá porque la intérprete que la encarnaba parecía haber nacido para ese papel: era Verónica Forqué, acompañada de José Luis Gómez, que también dirigía el espectáculo. “Ha habido maravillosas Carmelas desde entonces, pero es cierto que al ser ella la primera moldeó de alguna manera el personaje. Lo llenó de luz y poesía”, rememora por teléfono el autor, apenado por la muerte de la actriz el lunes.

Así fue como el nombre de Verónica Forqué quedó inscrito en un lugar destacado en la historia del teatro español, además de la del cine. La actriz atravesaba entonces uno de los momentos más populares de su carrera, en pleno ascenso tras su participación en ¿Qué he hecho yo para merecer esto? y Matador, de Pedro Almodóvar, o Sé infiel y no mires con quién y El año de las luces, de Fernando Trueba. Compaginaba todas esas películas con el teatro, donde había debutado en 1975 haciendo de hija de Núria Espert en Divinas palabras, que se resistía a abandonar a pesar del ajetreo de los rodajes porque era donde se sentía más feliz, según confesó en numerosas entrevistas a lo largo de su vida. “El teatro te obliga a evadirte de tu propia realidad porque te exige una enorme concentración y eso es maravilloso. Es algo muy liberador”, afirmó a este diario en 2019.

Verónica Forqué y Nuria Mencía, en 'La respiración'.javier naval

Paradójicamente, después del éxito de ¡Ay, Carmela!, la actriz se bajó de los escenarios durante 15 años. En ese tiempo solo volvió en 1997 para interpretar Las sillas, de nuevo con José Luis Gómez bajo la dirección de Carles Alfaro. Y después, nada hasta 2003. El cine la tenía demasiado ocupada, pero también necesitaba enamorarse de las obras que interpretaba en las tablas.

Cuenta Sanchis Sinisterra que en un encuentro con ella unos años después del estreno de ¡Ay, Carmela!, el autor le preguntó por qué no estaba haciendo nada de teatro en esa época y Verónica Forqué le contestó: “Después de Carmela, me cuesta encontrar un personaje que me motive”. Hasta ese punto la marcó aquella obra. Y aún más, prosigue el dramaturgo: “Llegó a decirme que le escribiera un monólogo que la animara a volver. En ese momento me dije: ‘¡Glups! Nunca he hecho una obra para un actor en concreto’. Pero curiosamente, pensando en ella, esa misma noche me vino la semilla de Valeria y los pájaros, que acabé escribiendo expresamente para ella, acompañado durante muchos meses de su imagen, su luminosidad, su ternura, su magia. ¡Y su sonrisa!”. Al final, Forqué no pudo estrenar la obra pero su sonrisa volvió a acompañarle en otro momento especial de su vida, cuando se le concedió en 2018 el Premio Max de Honor de las Artes Escénicas, que recibió de manos de la actriz.

Pero la carrera de Forqué en el teatro iba a tener una segunda parte. En 2003, Miguel Narros la sedujo con El sueño de una noche de verano, de Shakespeare, para que volviera a subirse a las tablas. Y ya no se volvió a bajar. Siguió con Narros en Doña Rosita la soltera (2004) y en una nueva puesta en escena en 2006 de ¡Ay, Carmela!, que interpretó junto a Santiago Ramos. Desde entonces continuó estrenando casi un espectáculo por año, entre ellos Shirley Valentine en 2011, dirigida por su entonces marido, Manuel Iborra.

Verónica Forqué, Candela Salguero y Julio Vélez, en 'Las cosas que sé que son verdad'.JAVIER NAVAL

En 2016 se topó con una obra que la maravilló: La respiración, escrita y dirigida por Alfredo Sanzol, actual director del Centro Dramático Nacional. “Recuerdo que después de ver una función pasó a saludarme para decirme que la obra le había gustado especialmente. Unos meses después, se dio la circunstancia de que la actriz Gloria Muñoz no podía continuar con la gira y se me ocurrió que ella podría ser perfecta, aunque pensé que no iba a aceptar porque era una sustitución. Para mi sorpresa, cuando se lo propuse, no lo dudó un momento”, recuerda Sanzol. Otra prueba más de cómo elegía sus papeles: por enamoramiento. “Y en el escenario, ella enamoraba al público. Tenía un magnetismo especial. Y sobre todo, un dominio asombroso de los tiempos de la comedia. Aprendí mucho con ella”, admite el dramaturgo, que ganó el Premio Nacional de Literatura Dramática 2017 por este texto.

La segunda vida de Verónica Forqué en el teatro fue tan fructífera como la primera. Igual que entonces, nunca apostó por lo seguro y participó en montajes vanguardistas como Los cuerpos perdidos (2018) y El último rinoceronte blanco (2019), ambos dirigidos por Carlota Ferrer, y Todo lo que está a mi lado, una instalación escénica de Fernando Rubio en la que ocho actrices metidas en una cama hablaban con un espectador. Y tuvo tiempo incluso para ganar un Max como mejor actriz en 2020 por su magnífica interpretación en Las cosas que sé que son verdad, del australiano Andrew Bovell, con puesta en escena de Julián Fuentes Reta, además de lanzarse ella misma a dirigir tres obras: La tentación vive arriba (2001), Adulterios (2014) y Españolas, Franco ha muerto (2020).

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