Una historia de amor

Almudena Grandes le dio literatura al periodo más grave y delicado del siglo XX

La escritora Almudena Grandes, en Madrid en 2019.Santi Burgos

Ya formaba parte del mundo de la literatura, no era un satélite, era la pura tierra, había tocado la fama que rodea a los libros, formaba parte de los que más firmaban en las ferias, y aquel día de Sant Jordi Almudena Grandes viajaba melancólica en la parte de atrás del coche que la llevaba al aeropuerto, rumbo al avión que la devolvería a la ciudad que era su pueblo, Madrid. En un momento en que su tristeza parecía iluminar su rostro con otra luz, seguramente la luz del amor, echó atrás su cabeza morena, su pelo negro...

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Ya formaba parte del mundo de la literatura, no era un satélite, era la pura tierra, había tocado la fama que rodea a los libros, formaba parte de los que más firmaban en las ferias, y aquel día de Sant Jordi Almudena Grandes viajaba melancólica en la parte de atrás del coche que la llevaba al aeropuerto, rumbo al avión que la devolvería a la ciudad que era su pueblo, Madrid. En un momento en que su tristeza parecía iluminar su rostro con otra luz, seguramente la luz del amor, echó atrás su cabeza morena, su pelo negro, sus ojos brillantes y en ese momento rodeados de agua como si le lloviera por dentro, pareció reposar de un susto o de una alegría. Fue entonces cuando dijo, para que lo oyera su compañero de viaje, los dos callados, ella buscando cómo decir esas dos palabras y él sintiendo que algo tenía que decir, era tan raro verla en silencio tanto rato, ella que había hecho del habla del barrio y de la casa el eco de las historias de sus abuelos, de su padre, de la casa y del barrio y del Atlético de Madrid. Entonces dijo: “Estoy enamorada”.

Aquella historia luego fue dulce y sólida, mereció versos y risas, descendencia, amigos nuevos que se reunían con ella, y ya con ellos dos, el amor y ella, los dos amores juntos en una casa en el barrio en el que Larra tiene su calle y ellos, su domicilio. Allí estaba su estudio minuciosamente limpio, sus libros de la historia de España, la guerra y sus consecuencias, sus héroes vencidos, atraídos hacia el triunfo de la letra impresa, personas que fueron ninguneadas por la historia a los que ella salvó de esa quema y los hizo ser de nuevo vivos en un país al que ya nadie ni nada les iba a quitar la desgracia de haber sido perseguidos sin que mediara delito o lucha. Ella les dio el resplandor, los buscó hasta debajo del suelo que había sido pisoteado por la maldad de la metralla y del olvido, y la veías caminar por esos pueblos aterrados, recibiendo en ellos el aplauso por haber rescatado para España lo que fue propio de España, aunque durante años fuera silenciado, enterrado, roto y olvidado.

Ella fue el recuerdo revivido de lo que había sido preterido, perseguido, encarcelado; ella le dio literatura al periodo más grave y delicado del siglo XX, y lo hacía allí, en ese cuarto que parecía una casa republicana, el silencio que hacía ligeros sus muebles sobre los que pesaban los libros, los de su enamorado y los suyos, cada uno por su lado con sus bibliotecas, uno con sus versos, que eran muchas veces para ella, y ella, morena, robusta, risueña, a veces rabiosa porque por ahí le sonaban tambores que presagiaban lo mismo que ella ya había contado sobre su país a veces bello y a veces negro o descuidado. De sus pasiones nacieron sus libros, y los escribió ahí, en ese cuarto al que alguna vez se asomaron periodistas, este periodista también, para ver de qué silencio provenía su modo de explicar el sufrimiento y también la vida sobre la que ella escribió como si tocara la piel de la España que no quiso que fuera niebla final, nada.

Escribió historias y cuentos, pero en la casa era también la anfitriona de poetas, editores; con los editores en particular tuvo amores laicos, feraces, y nadie como Toni López, que la precedió tantos años antes en las prematuras despedidas, supo cuánto había de esfuerzo y de generosidad en aquella mujer que devolvía ciento por uno lo que recibía de sus amigos, de los que la escucharon decir que no solo era aquella muchacha que hizo brillar, con un libro erótico, el atrevimiento musical y telúrico de su literatura, sino que iba a ser, como Pérez Galdós en otro tiempo, la cronista, la novelista, la testigo postrera de las hazañas tristes pero nobles de un país desesperado.

Se la vio en ferias y coloquios, se la escuchó en las radios y en las televisiones, se la leyó en este periódico, por ejemplo, fue la visitante más generosa de la escritura ajena, pero por esas casualidades de la vida siempre que la veo y la recuerdo, y ahora mismo también, es aquella chica que, rejuvenecida por el aire de la noticia, esa tarde echó hacia atrás su cabeza en el taxi que la llevaba de Sant Jordi al Prat y dijo, como una adolescente: “Estoy enamorada”.

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