Plagio a un antólogo

El material de la literatura está hecho más bien de ausencia, quizás porque siempre está hablando de mundos desaparecidos

Georges Perec, en una imagen sin datar.

Justo cuando estaba leyendo que quizás la literatura tenga una dificultad inherente para ser “contemporánea” (César Aira, Sobre el arte contemporáneo), sonó estridente el interfono. Recién llegados de Buenos Aires, dos amigos decían tener un libro para darme. Les dije que subieran y mientras tanto di una nueva ojeada a lo que estaba leyendo. A diferencia del Arte, que tiene una presencia tan acentuada que crea su presente, decía Aira, el material de la literatura está hecho más bien...

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Justo cuando estaba leyendo que quizás la literatura tenga una dificultad inherente para ser “contemporánea” (César Aira, Sobre el arte contemporáneo), sonó estridente el interfono. Recién llegados de Buenos Aires, dos amigos decían tener un libro para darme. Les dije que subieran y mientras tanto di una nueva ojeada a lo que estaba leyendo. A diferencia del Arte, que tiene una presencia tan acentuada que crea su presente, decía Aira, el material de la literatura está hecho más bien de ausencia, y respecto del tiempo crea sus precursores, quizás porque siempre está hablando de mundos desaparecidos.

En las palabras de Aira percibí un eco de Borges, que fue capaz de hasta descubrirle precursores a un autor tan singular como Kafka y decirnos que cada escritor crea a sus antecesores, y su labor modifica nuestra concepción del pasado, como ha de modificar el futuro. Basándose precisamente en esto, Alejandro Rossi, en Manual del distraído, especuló con la idea de que, al transmitirnos sus cuentos, Borges pudo ser consciente de que andaba escribiendo las páginas que un día ejemplificarían —pálidamente— los rasgos de un escritor futuro.

Puede, comentó el gran Rossi, que Borges las escribiera como diciéndonos: “Soy, desde ahora, el epígono de un maestro aún inexistente y el representante de una escuela cuyo manifiesto desconozco, pues el que me ‘definirá’ todavía no existe”; y también podría ser que las hubiere escrito diciéndonos: “No soy un precursor, más bien soy el material indeciso cuya forma y sentido será otorgado por otro”.

El libro que me dieron los amigos, El viaje de invierno & sus continuaciones, iba firmado por Perec y OuLiPo, con traducción de Eduardo Berti. Enseguida vi, sin excesiva sorpresa —habituado como estoy ya a esas coincidencias—, que encajaba con lo que en aquel momento tan ocupado me tenía: los precursores en literatura.

El viaje de invierno, el relato de Perec, narra la extraña historia del joven Degraël, que en 1939 encuentra un viejo libro con una antología que lleva por título justamente El viaje de invierno, y la firma un tal Hugo Vernier. Entre los versos y prosas de la compilación —la edición está fechada en 1864— hay algunos idénticos a las que años después escribieron Rimbaud, Mallarmé, Lautréamont, Verlaine y compañía. ¿Fueron estos tan solo los copistas de un poeta genial y desconocido llamado Vernier? ¿Hubo un plagio colectivo al antólogo? ¿Fue El viaje de invierno la biblia de la que los mejores poetas franceses extrajeron lo mejor de sí mismos?

De noche, en casa, leí los veintiún relatos que añadieron los del OuLiPo (Roubaud, Mathews, Le Tellier, Bénabou, etc.) a El viaje de invierno convirtiendo a Perec no solo en precursor de todas esas continuaciones, sino también de las demás piruetas narrativas que seguirán. Y no solo en precursor, sino en el futuro viajero de una caravana infinita de epígonos de maestros, muchos ni tan siquiera aún nacidos. Porque la literatura, como decía Aira, siempre está hablando de mundos desaparecidos, pero también de mundos muy ausentes todavía.

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