Romeo Castellucci impacta con su versión del ‘Réquiem’ de Mozart en Valencia

La muy exigente actuación del Cor de la Generalitat recibe el aplauso más cálido del público en el estreno de la misa de difuntos convertida en celebración de la vida en el Palau de les Arts

Un momento del 'Réquiem' de Mozart del Palau de les Arts, en un ensayo.Manuel Bruque (EFE)

Cantan mientras bailan, se tumban, se levantan, se desnudan, se visten, entran, salen, nacen y mueren. No dejan de cantar y de actuar embozados detrás de sus mascarillas en la prueba, tal vez, más exigente a la que jamás se ha sometido el reputado y experimentado Cor de la Generalitat valenciana. Por eso, cuando en la noche del jueves cayó definitivamente el telón del Palau de les Arts y el público empezaba a desfilar por los pasillos, se escuchó un grito colectivo de euforia entre las bambalinas. Un grito liberador y de satisfacción de los cantantes que vino a cerrar el sonoro y prolongado ap...

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Cantan mientras bailan, se tumban, se levantan, se desnudan, se visten, entran, salen, nacen y mueren. No dejan de cantar y de actuar embozados detrás de sus mascarillas en la prueba, tal vez, más exigente a la que jamás se ha sometido el reputado y experimentado Cor de la Generalitat valenciana. Por eso, cuando en la noche del jueves cayó definitivamente el telón del Palau de les Arts y el público empezaba a desfilar por los pasillos, se escuchó un grito colectivo de euforia entre las bambalinas. Un grito liberador y de satisfacción de los cantantes que vino a cerrar el sonoro y prolongado aplauso del público en el estreno del impactante Réquiem de Mozart escenificado, iluminado y vestido por Romeo Castellucci.

No era para menos porque el tour de force es de los que no se olvidan, incluso para un coro que ha cantado colgado boca abajo en las alturas en uno de los artefactos escénicos de la Fura dels Baus. Pero la propuesta del aclamado director italiano de teatro es más completa y arriesgada porque deja más expuesta a la formación, que debe sacar a relucir todo su talento artístico, al acentuarse aún más un protagonismo ya marcado en la misa de difuntos del compositor de Salzburgo, con la que la ópera valenciana ha inaugurado esta temporada.

Cuando el nuevo director musical del Palau de les Arts, el neoyorquino James Gaffigan, que debutó con éxito en el foso, trazó con su batuta un inesperado movimiento y todos los cantantes callaron, desplomándose al unísono sobre el escenario, parte del público prorrumpió en aplausos como si se acabara de cantar una popular aria de alguna conocida ópera.

Fue un golpe de efecto teatral más de los numerosos que conforman esta versión escénica que destaca sobre todo por su impresionante despliegue visual y por convertir un réquiem en una celebración de la existencia, en una fiesta mundana que incluye a la muerte como parte esencial del ciclo de la vida. Las danzas folclóricas, de reminiscencias mediterráneas, se repiten sobre el escenario, conectando las coreografías. No pasó desapercibido el parecido de unas ellas con la danza de la Moma del Corpus Cristi de Valencia que simboliza la lucha entre la virtud y los siete pecados capitales

Las referencias son múltiples y polisémicas. Incluso el coche accidentado, siniestro total, que aparece en el escenario y sobre el que los cantantes se postran en coreografías individualizadas puede remitir a la perturbadora película Crash, de David Cronenberg, basada en la novela homónima de J. G. Ballard, filme que, a su vez, ha inspirado a la cineasta francesa Julia Ducournau en la rompedora Titane, ganadora del último festival de Cannes.

Es un réquiem pero no es triste, a pesar de que el montaje denuncia también la acción destructiva de la humanidad a través del tiempo y a pesar de la belleza afligida de la música de la misa de difuntos a la que se le han añadido algunos motetes, también de Mozart.

El continuo movimiento en escena y los contrastes pictóricos, el tránsito del minimalismo solitario al festín multitudinario de colores y la mudanza constante ente el blanco al negro, dotan al montaje de un gran dinamismo y una intensa plasticidad que están a punto de apabullar. Cuando el torrente escénico se va a desbordar, la música y los solos interpretados por el niño Juan José Visquert, de la Escolanía de la Virgen de los Desamparados, salen a encauzarlo. Si al principio fue una mujer mayor, al final es un recién nacido. Asombroso y sorprendente final, difícil de olvidar, probablemente incluso para aquellos que no comulguen con el muy particular réquiem del innovador director teatral.

El nano fue uno de los más aplaudidos, junto con el Cor y su director, Francesc Perales, que salieron a saludar al final, como corresponde a su protagonismo en este espléndido y esperado montaje. No pudo abrir la pasada temporada del Palau de les Arts a causa de la pandemia. Difícilmente, se podían cumplir las medidas de seguridad con los 60 intérpretes (40 del Cor, más una docena de bailarines, los cuatro solistas, los niños) que llegan a a haber sobre el escenario. También fueron aclamados la Orquestra de la Comunitat Valenciana (un valor seguro), su nuevo director, los solistas (la soprano rusa Elena Tsallagova, la mezzosoprano italiana Sara Mingardo, el tenor alemán Sebastian Kohlhepp y el bajo argentino Nahuel di Pierro), la directora de escena asociada, la italiana Silvia Costa (Castellucci no asistió al estreno) y la coreógrafa Evelin Facchini. El público pudo disfrutar por fin de esta coproducción internacional de la ópera valenciana con diversos teatros y festivales, como el de de Aix-en-Provence, donde se estrenó hace dos años con excelentes críticas.

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