‘Arthur Rambo’: cuando las redes sociales parasitan la vida

El cineasta francés Laurent Cantet ilustra el descenso a los infiernos de un joven escritor magrebí al ser atacado por sus tuits racistas y violentos realizados con seudónimo

El director francés Laurent Cantet, a la derecha, junto al actor Rabah Nait Oufella, protagonista de 'Arthur Rambo', posa ante los fotógrafos en San Sebastián. En el vídeo, una secuencia de la película.Foto: Juan Herrero / EFE

Cansado del viaje, aunque con ganas de hablar, en un rincón del hotel donostiarra María Cristina se cobija Laurent Cantet (Melle, 60 años). El cineasta francés presenta en el concurso del festival de San Sebastián Arthur Rambo, una película lista para participar en el certamen de Cannes de 2020, pero a la que la pandemia expulsó a la lista de espera cinematográfica. Esos dos años de reposo no le han hecho perder actualidad: no habrá mascarillas en pantalla, pero su motor narrativo principal, ...

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Cansado del viaje, aunque con ganas de hablar, en un rincón del hotel donostiarra María Cristina se cobija Laurent Cantet (Melle, 60 años). El cineasta francés presenta en el concurso del festival de San Sebastián Arthur Rambo, una película lista para participar en el certamen de Cannes de 2020, pero a la que la pandemia expulsó a la lista de espera cinematográfica. Esos dos años de reposo no le han hecho perder actualidad: no habrá mascarillas en pantalla, pero su motor narrativo principal, la cultura de la cancelación, se ha convertido en un arma arrojadiza en la actualidad: un tuit desafortunado conlleva un pelotón de fusilamiento digital, la viralidad —de las redes sociales, no del covid en este caso— es una guillotina implacable.

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Cantet ha basado su historia en el periodista radiofónico Mehdi Meklat, que en Francia sufrió escarnio público por sus tuits antisemitas para describir las 48 horas de caída de los infiernos de Karim D., un joven escritor magrebí en la cúspide de la fama en Francia, el considerado nueva voz de la inmigración, el hombre que sigue viviendo en casa de su madre y con su hermano en uno de los inhóspitos pisos de la banlieue, los barros de extrarradio franceses. Karim D. es casi perfecto, pero durante años ha alimentado un alter ego en redes, Arthur Rambo, salvaje, despiadado. Y a pesar de que cuanto estalle el escándalo se defienda (“¡Todo el mundo sabía que lo hacía y que era yo! ¡Era un personaje! ¡Y era ridículo, de ahí su nombre!”), el mundo digital ya ha dictado sentencia.

“Hay un racismo estructural, que escondemos porque no es bonito ni glorioso, que deviene en racismo social al construir guetos para esas familias

Sobre él cae la cultura de la cancelación. Y el fenómeno es mundial: no hay más que recordar la dimisión en 2015 del concejal del Ayuntamiento de Madrid Guillermo Zapata por unos comentarios digitales de 2011 acerca del Holocausto. “Cada vez que hago una película me planteo preguntas, y uso el cine para concretarlas. En este caso, me preocupaba la utilización de las redes sociales, que se usan sin medir su fuerza ni su peligro, y me parecía pertinente dedicarle tiempo. Meklat fue destruido en una noche, a pesar de su inteligencia política, a pesar de la calidad de su obra literaria”, recuerda Cantet. “Yo compartía ideas sociales con Meklat, y cuando saltó el escándalo pensé: ‘¿Cómo pudo hacer eso? ¿Cómo podían coexistir en su cabeza esas ideas?’. Sentí la fractura generacional, obviamente, aunque a la vez creo que las redes sociales inducen a ese comportamiento, tengas la edad que tengas”.

La ironía y el contexto

El cineasta no usa redes sociales. “A los usuarios se les olvida que la aparente libertad con la que redactas palabras en 10 segundos conlleva que todos los comentarios están al mismo nivel. Si no tomamos distancia ante el medio, las redes seguirán siendo un peligro para el pensamiento, la libertad e incluso para la sociedad”. ¿Eso implica que no hay espacio para la ironía en el mundo digital del siglo XXI? “La ironía que usa Karim es muy violenta, y para destacar en redes sociales debes crear frases contundentes, y la ironía en mi opinión no puede sobrevivir a estos titulares. La ironía necesita un contexto, y como dice la máxima: ‘Tú puedes bromear sobre todo pero no con todos’. Choca con las redes sociales y su eco general”.

Arthur Rambo entronca con algunos títulos previos de Cantet, como La clase (2008), Palma de Oro en Cannes, en la que debutó el actor protagonista de este nuevo trabajo, Rabah Nait Oufella, o El taller de escritura (2017), en la que se hacía eco de esas Francias que apenas se conocen, que comparten territorio pero no interactúan. “Cierto, hay personajes duales que encadenan sobre todo El taller de escritura y Arthur Rambo, porque junto a un enorme humanismo albergan una gran ira”. Cantet advierte sobre el peligro de esa ira: “Ya es hora que la tengamos en cuenta, nos va a explotar en la cara”.

Imagen de 'Arthur Rambo'.

Y eso en su país, donde distintas voces y artistas han reflexionado sobre las sombras que oscurecen a generaciones de inmigrantes, o descendientes de esos migrantes, que se preguntan qué es ser francés o no, quién se siente francés o no, y quién está excluido de ser francés o no. “Hay un racismo estructural, que escondemos porque no es bonito ni glorioso, que deviene en racismo social al construir guetos para esas familias. Hemos negado su identidad, y les hemos empujado a buscar otra”, cuenta el cineasta, que para mostrarlo ha construido un personaje, el del hermano quinceañero del protagonista, en permanente furia. “Muy entendible, por supuesto, para quienes vivimos en París. Es una ciudad terrible con una muralla física evidente, la carretera de circunvalación: intramuros y extramuros. El centro y la banlieue. Poca gente cruza la frontera. Karim entra a intramuros sin saber las reglas de juego que maneja ese mundo”.

“La ironía necesita un contexto, y como dice la máxima: ‘Tú puedes bromear sobre todo pero no con todos’. Choca con las redes sociales"

Por eso Arthur Rambo contiene —como testimonio de la hipocresía social— uno de los talentos de Cantet: su capacidad de dar voz, de que puedan expresarse, a todo tipo de opiniones que sirvan para que el espectador entienda una situación. “Necesito dar cuenta de una complejidad sin imponer un modo de empleo”, explica. “Y es arriesgado porque algunos me dirán que no quiero enseñar mi punto de vista, que soy un didáctico”. Se echa a reír, porque siempre habla claro. Y rueda igual: nada parece artificial. “Por un lado he calibrado muchos los ritmos, el frenético del principio, el más cercano al documental del final. Por otro, no toqué nada en el rodaje en el barrio. La basura que se ve, la ropa, estaban allí. Y finalmente los mensajes digitales que aparecen en pantalla sirven para entender su peso en la narración. Para comprender su presión, para demostrar que las redes sociales parasitan nuestras vidas”.


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