‘Pearl’, en la piel de una culturista

Escueta y quizá precisa para lo que se quiere contar, se queda corta, porque el poder de ciertas imágenes solo le da para instantes esporádicos, y porque el resto del relato apenas interesa y mucho menos conmueve

Julia Fory, en 'Pearl'. En el vídeo, tráiler de la película.

De la pesadilla interior que a veces provoca el deporte de competición se ha hablado mucho en estos últimos meses, con sucesivos desmayos mentales en portentos físicos, provocados por razones de toda índole y condición, con base en la tantas veces desmesurada exigencia exterior y en la siempre peligrosa autoexigencia. Y aunque podríamos discutir si el culturismo (y su hipertrofia muscular) es un deporte, lo cierto es que la película francesa Pearl, ejercicio de estilo de Elsa Amiel, se acerca a una de esas debacles.

La idea de Amiel, en su segundo trabajo como directora, es que l...

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De la pesadilla interior que a veces provoca el deporte de competición se ha hablado mucho en estos últimos meses, con sucesivos desmayos mentales en portentos físicos, provocados por razones de toda índole y condición, con base en la tantas veces desmesurada exigencia exterior y en la siempre peligrosa autoexigencia. Y aunque podríamos discutir si el culturismo (y su hipertrofia muscular) es un deporte, lo cierto es que la película francesa Pearl, ejercicio de estilo de Elsa Amiel, se acerca a una de esas debacles.

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La idea de Amiel, en su segundo trabajo como directora, es que la pantalla transmita hacia fuera el dolor enquistado de una mujer de cuerpo poderoso que se enfrenta a sí misma (y a su entrenador, como arquetipo del tirano frío y calculador) en el campeonato mundial de culturismo femenino. Con una reducidísima profundidad de campo en la imagen, para así mostrar el restringido espacio de pastillas, alimentación, ausencia de agua, flexiones, pesas, entrenamiento y autodestrucción en el que se mueve la existencia de la protagonista, Amiel apuesta toda su película a esa imagen, potente, sin duda, aunque insuficiente porque el guion roza lo esquelético.

En ese ambiente de competición, auspiciado por las luces de neón, los hoteles horteras y el maquillaje de cuerpos y personalidades, entran dos elementos que pretenden contrastar pero que no pueden ser más forzados y poco plausibles, al menos con el nulo desarrollo que le imprime Amiel: el exmarido de la protagonista y su hijo pequeño, al que hace años que no ve y del que debe hacerse cargo en esos días de concurso.

Escueta y quizá precisa para lo que se quiere contar, Pearl, sin embargo, se queda corta. Porque el poder de ciertas imágenes solo le da para instantes esporádicos, y porque el resto del relato, de poquísimos diálogos y desnudo progreso, apenas interesa y mucho menos conmueve. Con la cámara siempre a unos centímetros de la piel sudorosa de la mujer, Amiel compone una odisea de incandescencia y sonido, de falsa luz y de música electrónica que taladra por dentro. Pero escasamente durante un rato.

PEARL

Dirección: Elsa Amiel.

Intérpretes: Julia Fory, Peter Mullan, Agata Buzek, Arieh Worthalter.

Género: drama. Francia, 2018.

Duración: 82 minutos.

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