Audrey Diwan obliga a La Mostra de Venecia a presenciar un aborto en la pantalla

‘El acontecimiento’ sacude el certamen con su cruda filmación de una interrupción voluntaria de embarazo. ‘La caja’, de Lorenzo Vigas, completa un día de competición que deja recuerdos y mal cuerpo

Anamaria Vartolomei (izquierda) y Audrey Diwan, antes de la presentación de 'El acontecimiento'.Domenico Stinellis (AP)

El festival de Venecia ha concentrado a sus pesos pesados en los primeros días. Y donde hubo divos hubo focos, glamur y salas llenas. Colas y expectación, ahora, han disminuido. Y en las butacas se difundía el temor de que el certamen perdiera interés y calidad. Pero, entonces, llegó la directora francesa Audrey Diwan y golpeó al público con una imagen inolvidable, mucho más que cualquier alfombra roja: en la pantalla, se vio un aborto. Largo, doloroso, terrible. Sin elipsis, como en la vida. Las secuencias más duras d...

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El festival de Venecia ha concentrado a sus pesos pesados en los primeros días. Y donde hubo divos hubo focos, glamur y salas llenas. Colas y expectación, ahora, han disminuido. Y en las butacas se difundía el temor de que el certamen perdiera interés y calidad. Pero, entonces, llegó la directora francesa Audrey Diwan y golpeó al público con una imagen inolvidable, mucho más que cualquier alfombra roja: en la pantalla, se vio un aborto. Largo, doloroso, terrible. Sin elipsis, como en la vida. Las secuencias más duras de El acontecimiento quedan esculpidas en la memoria. Y el otro filme en competición oficial, La caja, del venezolano Lorenzo Vigas, también conmovió, con la pérdida de inocencia de un adolescente en busca de su padre. Cuando, en ambas proyecciones, las luces se encienden, queda el mal cuerpo. Y tarda en marcharse.

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“El cine es un medio para transmitir emociones. No queríamos dramatizar las situaciones, buscamos una encarnación de lo auténtico, de lo vivo”, afirmó Diwan ante la prensa. La historia, al fin y al cabo, sucedió: la creadora de origen libanesa adapta la novela homónima de Annie Ernaux, donde la escritora relata su batalla por interrumpir un embarazo en la Francia de 1963. Es decir, cuando ella apenas tenía 23 años, la ley lo prohibía y ya solo expresar la intención en voz alta resultaba escandaloso. De ahí que la protagonista del filme lidie con advertencias, el rechazo de sus propias amigas y hasta un médico que, en lugar de ayudarla, le inyecta un fármaco para reforzar al embrión.

La joven y extraordinaria actriz Anamaria Vartolomei confesó que ni siquiera sabía que algún día existieron en su país abortos clandestinos. Aunque el problema permanece en muchos Estados e incluso la vieja Europa a veces avanza despacio. O incluso da pasos atrás, como el endurecimiento de la ley en Polonia. El 69% de los ginecólogos italianos es objetor de conciencia, según datos de 2018 del Ministerio de Salud. Y el programa Salvados destapó que en Murcia resulta imposible interrumpir un embarazo voluntariamente en un centro público. Ejemplos reales, en el siglo XXI. Igual que la expresión “barra libre para abortar”, escuchada en los últimos años en la política nacional. De ahí que una película como El acontecimiento, que llegará a España en marzo, se antoje más que oportuna. Tal vez, incluso necesaria.

El filme, eso sí, tiene un arranque poco convincente. Algunos diálogos y situaciones lastran la sensación de realismo. A medida que avanza la cuenta atrás —la película marca las semanas de embarazo que pasan inevitables—, sin embargo, la ansiedad de la joven se contagia. Y termina agarrando las entrañas del espectador.

“Se trataba de reapropiarse del cuerpo de la mujer. Es ella la que debe decidir sobre su deseo, lo que quiere hacer o no hacer, no debe justificar sus comportamientos”, afirmó Vartolomei. La directora añadió: “Me interesaba hablar del sentido de libertad, el personaje es una manera de no bajar nunca la mirada y seguir adelante”. Diwan también subrayó la importancia de representar los cambios físicos de la joven y, a la vez, de un enfoque íntimo, centrado en filmar sobre todo los “movimientos de cabeza y ojos” de los personajes. Y otra actriz, Anna Mouglalis, que interpreta a la única mujer dispuesta a ayudar, afirmó: “Mi personaje es un homenaje a esas mujeres que lucharon por el derecho al aborto. Es difícil contar estas historias, incluso en países donde es legal. Deberíamos seguir hablando de ello”.

El director Lorenzo Vigas (centro), señala a los dos intérpretes principales de su filme, Hernán Mendoza (izquierda) y Hatzin Navarrete.CLAUDIO ONORATI (EFE)

En busca del padre

La caja, de Lorenzo Vigas, también fue un proyecto complicado. Entre la escritura, la búsqueda de actores y localizaciones y el rodaje, pasaron años. Seis, en concreto, han transcurrido desde su anterior filme, Desde allá, que le convirtió en el primer cineasta latinoamericano en obtener el León de Oro. Ya solo por eso, las expectativas eran notables. Vigas sigue a un chico que recupera los restos de su padre. Pero entonces, en lugar de hallar paz, su duelo se convierte en obsesión. Porque cree ver por la calle a un hombre idéntico a su progenitor y decide seguirle. Primero, literalmente. Y, luego, en su discutible modelo y ejemplo.

“La ausencia del padre es una situación bastante común en América Latina. A veces tienes que reemplazar la figura que nunca tuviste en casa y te agarras a alguien que sustituya esa voz. No es casual un continente donde la gente ha adorado a líderes como Hugo Chávez, Perón o muchos más. Hay que entender a quién amamos y por qué. Nos puede llevar a lugares muy peligrosos”, defendió el cineasta. Y no es la única crítica del filme al sistema. Igual que Sundown de Michel Franco —ambos están producidos por Teorema, la compañía que los dos directores comparten—, La caja ilumina las sombras de México: la explotación laboral en las maquilas, fábricas amparadas por grandes beneficios fiscales que pueblan la frontera con EE UU. Y la violencia contra las mujeres. “Más de 20.000 han desaparecido recientemente en el norte del país y nadie sabe dónde están”, denunció Vigas.

El director relató que escogió al actor protagonista, Hatzin Navarrete, entre decenas y decenas de chicos. Y que este “nunca se había parado ante una cámara”. Pasó, pues, de cero a mil: en el plató, Vigas repitió hasta 10 o 15 veces una toma, en busca de la verdad. Y lo cierto es que la encontró. Al principio, quizás, la frialdad del relato aleje a más de uno. Pero la insistencia del chico apela a sentimientos universales. Por la aprobación de su padre, está dispuesto a todo. Es la fuerza de cualquier familia. Y su peligro.

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