La pasión por los cantos rodados de Picasso
El museo barcelonés del pintor expone por primera vez su producción de joyas, objetos creados para sus familiares y amigos
Pablo Picasso solo pintó retratos de las personas de su entorno: su familia, sus amigos y, sobre todo, a sus esposas y amantes que compartieron parte de su vida con él. Pintó varios centenares de retratos, pero ninguno por encargo, por lo que estas obras gozan de una libertad excepcional. Tanta como las joyas que creó con conchas, barro y cantos rodados, pero también con metales preciosos; pequeñas esculturas cargadas de una historia personal: la de la relación entre Picasso y las personas a quien van destinadas. 85 de es...
Pablo Picasso solo pintó retratos de las personas de su entorno: su familia, sus amigos y, sobre todo, a sus esposas y amantes que compartieron parte de su vida con él. Pintó varios centenares de retratos, pero ninguno por encargo, por lo que estas obras gozan de una libertad excepcional. Tanta como las joyas que creó con conchas, barro y cantos rodados, pero también con metales preciosos; pequeñas esculturas cargadas de una historia personal: la de la relación entre Picasso y las personas a quien van destinadas. 85 de estos pequeños picassos tridimensionales pueden verse en la exposición Picasso y las joyas de artista, la primera muestra dedicada a estas producciones del prolífico creador. Se podrá ver hasta el 26 de septiembre en el museo de Barcelona dedicado al pintor, un año después de lo previsto por la pandemia.
A mitad de los años treinta, tras conocer a Dora Maar, Picasso crea sus primeras joyas a partir de objetos que ha comprado en mercados de segunda mano a los que añade un retrato grabado, pintado o dibujado. Durante los veranos también recoge de las playas huesos, cantos rodados y fragmentos cerámicos y de vidrio arrastrados por el mar a los que añade, con ayuda de su cuchillo, dibujos o grabados que le inspiraba la forma del objeto, creando minotauros, faunos, águilas, peces o perfiles de mujer. A comienzos de los años cuarenta cuando Brassaï los fotografía, Picasso le confiesa que estos objetos son para el “una verdadera pasión” y le insiste que los incluya en el álbum de esculturas que preparan por entonces juntos. “Los cantos rodados son tan bonitos que me dan ganas de grabarlos todos. El mar los trabaja tan bien, les da unas formas tan puras y completas, que con solo una pequeña ayuda se crean obras de arte… Ahora tendría que volver a lanzarlos al mar. Cómo se quedaría la gente al encontrar piedras marcadas con signos extraños. Serían rompecabezas para los arqueólogos”, le confesó entonces a Brassaï.
Por suerte no los lanzó, sino que los dio a las personas que estimaba por entonces, como la gran cantidad de objetos que regaló a Dora Maar que ella conservó toda su vida y tras su muerte en 1997 se subastaron en París. O el amuleto que hizo en 1937 para Nusch, segunda mujer (después de Gala) del poeta Paul Éluard, pintando sobre un fragmento de cerámica su perfil y unas ramas de laurel. “La frontera entre el objeto encontrado y la joya es muy tenue”, explica Manon Lecaplain, comisaria de la muestra junto con Emmanuel Guigon, director del museo Picasso de Barcelona, quién defiende que las joyas de Picasso “introducen su arte en la esfera más personal de su obra”.
Como Mujer sentada, fauna que se conserva solo por la fotografía que hizo de ella Brassaï a finales de los años cuarenta. “Françoise Gilot cuenta en su libro sobre su relación con Picasso que en un paseo en 1946 el pintor encontró un trozo de costilla de unos diez centímetros y le dijo ‘esta es la costilla de Adan, te grabaré una Eva’, y contó que la dibujó con cuernos, sentada como una esfinge y apariencia faunesca, por lo que no hay duda de que es esta”, remarca la comisaria delante de la fotografía.
De dos años más tarde, 1948, es Búho, –una de las piezas más destacada de la exposición, montada como si fuera un gabinete o un mostrador de una joyería de lujo–; el collar que le hizo también a Gilot formado por diferentes piedras y en la central dibujó un búho o una lechuza. “Es el que aparece en una icónica y bucólica fotografía de la pareja que realizó Robert Capa ese mes de agosto”, resalta Lecaplain.
Con Gilot, Picasso también redescubre en 1947 la cerámica en Vallauris y allí, en el Taller Madoura, crea nuevas joyas, sobre todo colgantes de terracota. “En ellos representa la misma fauna mediterránea que por entonces pinta en sus obras, como faunos, toros, centauros y caballos, esta vez estampados sobre el barro fresco”, prosigue la comisaria. Todas son únicas al colocar en el reverso una huella, la fecha o su firma. Algunas de estas piezas acabaron fundadas en oro o plata en 1950, el mismo año que, con ayuda de su dentista, Roger Chatagner, creó una decena de piezas únicas también en estos metales realizadas con la técnica de la cera perdida. Son las únicas que elaboró con este material noble. “No hizo más, solo continuó creando nuevas piezas en cerámica. Todas sus joyas son piezas que funcionan como un termómetro y un catalizador de sus emociones, además de un campo donde experimentó técnicas y materiales”, remacha Lecaplain, que ha pasado dos años y medio buscando estas piezas en colecciones privadas y en el seno de la familia o de amigos del pintor que, quizá, sí acabó lanzando al mar algunas de las obras que hizo con su pequeño cuchillo sobre los cantos rodados o restos de cerámica y cristal que las olas arrastraron hasta él.
En 1935 la artista Meret Oppenheim creó una pulsera metálica forrada de piel en su parte exterior que llamó la atención de Picasso cuando coincidieron en el Café de Flore de París. “De hecho todo se puede forrar de piel. Como este plato y esta taza”, le dijo el pintor. A los pocos meses Oppenheim creó Desayuno con piel una pieza que compró el MoMa de Nueva York en 1936 y es una de las más destacadas de la artista hasta el punto que eclipsó el resto de su producción. El brazalete inspirador es el punto de unión entre las joyas de Picasso y las 51 creadas por otros artistas que ha reunido en una colección única Clo Fleiss, amiga personal de Guigon. Entre los artistas representados que pueden verse en la sala contigua donde están las piezas de Picasso figuran André Derain, Max Ernst, Niki de Saint Phalle, Kiki Smith, Man Ray, Salvador Dalí, Alexander Calder, Giacometti, Lucio Fontana, Louise Bourgeois y Miquel Barceló, entre otros muchos.
Y como no hay dos sin tres. Justo en el edificio de enfrente del museo Picasso en la misma calle Montcada, el Museo de las Culturas del Mundo, pueden verse una treintena de joyas que ponen de manifiesto la admiración de Picasso por las culturas primitivas (como el arte ibero), el arte africano como el de las culturas Baule y el arte afgano de la cultura Kafir.