Muere José Luis Alexanco, el artista de los procesos

Fallecido en su domicilio a los 79 años, el creador madrileño trabajó con el movimiento como materia primigenia de grabados, pinturas y esculturas

El pintor José Luis Alexanco posa en su exposición de la sala Alcalá 31 (Madrid) en septiembre de 2020.INMA FLORES (EL PAÍS)

Este domingo por la noche falleció en su domicilio madrileño, a los 79 años, por una parada cardiorrespiratoria abrupta, el artista plástico José Luis Alexanco (Madrid, 1942-2021), según ha confirmado la galería Maisterravalbuena. A Alexanco, uno de los creadores españoles de vanguardia más rigurosos y originales de su generación, no le interesaba tanto el resultado, las cosas en sí, como el proceso de realizarlas. Quizá por esa razón, pocas carreras como la suya reflejan el proceso, captan el movimiento. Toda su tra...

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Este domingo por la noche falleció en su domicilio madrileño, a los 79 años, por una parada cardiorrespiratoria abrupta, el artista plástico José Luis Alexanco (Madrid, 1942-2021), según ha confirmado la galería Maisterravalbuena. A Alexanco, uno de los creadores españoles de vanguardia más rigurosos y originales de su generación, no le interesaba tanto el resultado, las cosas en sí, como el proceso de realizarlas. Quizá por esa razón, pocas carreras como la suya reflejan el proceso, captan el movimiento. Toda su trayectoria está marcada por esa voluntad decidida y algo quimérica, no ya de representar el movimiento a la manera en que lo habían hecho antes Giacomo Balla o Muybridge, sino de serlo.

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Y eso que en sus inicios, recién salido de la Facultad de Bellas Artes, consiguió un precoz Premio Nacional de Grabado (1965), disciplina a la que se le supone cierta vocación de estatismo y permanencia. Solo un año más tarde volvería a triunfar en la primera Bienal del Grabado de Cracovia, donde fue distinguido junto a pesos pesados como Alechinsky o Vasarely. En 1966 se encargó de coordinar un proyecto pionero, el que habían puesto en pie la Universidad de Madrid y la compañía IBM para ceder un ordenador de última generación a un grupo de artistas sin más propósito que aprovechar las horas en las que no se utilizaba para fines estrictamente científicos ni más expectativas que ver qué salía de aquello.

Él se encargó de reclutar a los creadores que participaron en el experimento, un pequeño batallón de jóvenes turcos a la española que incluía a Elena Asins, Eusebio Sempere o Soledad Sevilla. Posiblemente ninguno se implicó tanto como él, que llegó a aprender el lenguaje de programación Fortran con el que desarrolló un software de nombre MOUVNT (por movimiento, claro). Que a partir de ahí se generaran esculturas en distintos formatos y materiales a él le parecía lo de menos: era lo novedoso y fecundo de la experiencia lo que siempre destacaba.

Quizá el trabajo que mejor da cuenta de esa búsqueda sea Soledad interrumpida, realizada en colaboración con el músico vanguardista Luis de Pablo, obra total entre la escultura y la performance en la que 140 antropomorfos (“muñecos”, los llamaba él con menos pompa) se movían gracias a un sistema de aire comprimido y que se estrenó en Buenos Aires en 1971. Este proyecto tuvo un periplo internacional durante el que surgieron todo tipo de interpretaciones políticas por sus posibles paralelismos con las víctimas del régimen franquista, que él siempre negó. También junto a De Pablo organizó los primeros –y únicos- Encuentros de Pamplona de 1972, un festival de arte vanguardista concebido por la familia Huarte y su tarea de mecenazgo para seguir la estela de la Documenta de Kassel, y que se cerró entre escándalos varios, como era previsible que sucedería con aquel ovni aterrizado en medio de una conservadora ciudad del tardofranquismo.

'Bat' (1977), técnica mixta sobre lienzo, obra de Alexanco.Cortesía Galería Maisterravalbuena y José Luis Alexanco

La llegada la democracia le cogió viviendo en Nueva York, y por la movida pasó de puntillas, más por cercanía personal con alguna de sus piezas clave que por afinidad artística, aunque formó parte de la selecta escuadra del galerista Fernando Vijande, para quien diseñó la icónica escalera que daba acceso a su local en un garaje de la calle Núñez de Balboa. Cuando se le encargó otro trabajo como diseñador, el de la edición príncipe de la Constitución Española, el resultado estaba trufado con tantos detalles –como que la preceptiva bandera rojigualda estuviera oculta y despeluchada en los hilos de la encuadernación, o que para sacar el libro de su estuche hubiera que oprimir el escudo, que acababa inevitablemente sucio y desgastado- que cuesta pensar que fueran una coincidencia.

La madrileña Sala Alcalá 31 le dedicó el año pasado su última gran exposición, una retrospectiva que incluyó su película Percusum, donde condensaba más de medio siglo de carrera y se enorgullecía de no haber incluido en ella “ni un solo cuadro, ni una obra completa”. Pensaba exponerla también en la muestra que preparaba para finales del año próximo en el Museo Universidad de Navarra. Es, quizá, la pieza suya que mejor resume su modesta utopía.

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