Lluís Homar: “El hombre del siglo XXI piensa que la eternidad es lo inmediato”
El actor y director de la Compañía Nacional de Teatro Clásico interpreta ‘El príncipe constante’, de Calderón de la Barca, y reflexiona sobre los ecos de esta obra en el presente
Ningún rastro de ego en las paredes de su despacho casi desnudo de director de la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Igual de austero que el personaje que ha interpretado (hasta el sábado) en el viejo Teatro de la Comedia. El príncipe constante, de Calderón de la Barca, exige esa vestimenta del que se despoja de toda ínfula, como un condenado que se resiste a maldecir su suerte y a comprender, se dice en la obra, que “comunicado el dolor, se aplaca…”. Y ...
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Ningún rastro de ego en las paredes de su despacho casi desnudo de director de la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Igual de austero que el personaje que ha interpretado (hasta el sábado) en el viejo Teatro de la Comedia. El príncipe constante, de Calderón de la Barca, exige esa vestimenta del que se despoja de toda ínfula, como un condenado que se resiste a maldecir su suerte y a comprender, se dice en la obra, que “comunicado el dolor, se aplaca…”. Y Lluís Homar (Barcelona, 63 años) subraya, comenzando la entrevista, como si estuviera en el escenario: “Comunicado el dolor, se aplaca… / Si no, se vence”.
Pregunta. Todo lo que dice como personaje podría ser dicho por usted como persona.
Respuesta. “Comunicado el dolor, se aplaca…”. Sí. Estoy totalmente de acuerdo. Para mí hay algo importante: acompañar al otro, escuchar sin tener que juzgar… Calderón dice: “Dejaré que el dolor hable a través de mi voz”. En estos momentos, el dolor es algo que se mantiene en un área privada, como si no cotizara compartir. Hay una deshumanización de las relaciones, de todo. Y la única alternativa real es el cuidado del otro.
P. Un tiempo en que parece que la enfermedad nos vigila, sometidos, como su personaje en la obra, a la ley del dolor.
R. Como si fuéramos prisioneros del dolor que sufres… Hay un dolor generalizado que podemos entender, que es el producido por la covid-19, una circunstancia adversa que nos afecta a todos y que desencadena desastres humanos: muertes, personas sin trabajo, gremios perjudicados… En nuestro sector tenemos el amparo de la Administración, pero cuánta gente está en la intemperie, cuántos espectáculos han dejado de existir… Este es el dolor social, pero está el dolor íntimo. En nuestro oficio es más imprescindible que nunca abrir las puertas, comunicar el dolor para aplacarlo, acercarnos al espectador, decirle que está invitado a compartir otra dimensión de las cosas a pesar de las circunstancias. Esa frase que tú has subrayado, “comunicado el dolor…”, es en estos momentos una proclama revolucionaria…
P. Cuando está ahí abajo, en el escenario, y es actor, y en este caso está en una mazmorra, ¿lo que dice forma parte de su propia personalidad?
R. En cierto modo, sí. No es tanto porque yo me haya sumergido en el alma de Fernando [el príncipe constante] y que me pierda a mí mismo, sino porque encuentro que esas cosas que digo vibran dentro de mí también. Quizá de lo que más me gusta decir en la obra es cuando, al final, en ese estado de presidiario, digo: “Pero qué mal no es mortal si mortal el hombre es, y en este confuso abismo, la enfermedad en sí mismo le viene a matar después”. Y, lo que viene: “Hombre, mira que no estés descuidado, y una enfermedad no esperes que te avise, pues tú eres tu mayor enfermedad”.
“En nuestro oficio es más imprescindible que nunca abrir las puertas, comunicar el dolor para aplacarlo, acercarnos al espectador”
P. Ese hombre también dice: “¿Quién soy yo? ¿Soy más que un hombre?”.
R. Así puedes encontrar a Mandela o a Gandhi, personajes contra su propio ego. Vivimos en un sistema en el que el yo prevalece, en el que te dices que has de espabilar porque si no eres un looser, como dicen los jóvenes. Lo peor, se dice, es ser un perdedor. La obra está llena de la refutación de esas arrogancias. El mundo está donde está porque piensa que la Tierra está a su servicio, así que la Tierra crea sus propios mecanismos de defensa. La humildad, dice el personaje, me conecta con el Todo, que es Dios, y me conecta desde otra vertiente con lo humano.
P. ¿Qué le dice esta simbología de Calderón a este momento?
R. Eso que repetí antes: “Hombre, mira que no estés descuidado…”. El hombre del siglo XXI piensa que la eternidad es lo inmediato, pero no en el sentido budista o cristiano, sino en un sentido materialista, de la idea de confort. Es el siglo XVII hablándole al XXI, sí. Si de alguna cosa me siento feliz es de estar donde estoy para contribuir con mi granito de arena a hacer ese puente entre siglos desde esta compañía. Adolfo Marsillach decía que aquí hacemos teatro contemporáneo con textos clásicos. Calderón nos habla de una dimensión de lo eterno, así que su dimensión abarca este tiempo. San Juan de la Cruz, Santa Teresa…, son místicos y son revolucionarios, pues nos están dando un antídoto verdadero, una herramienta útil, para estar ahora y en la Tierra. Eran una manera de estar de verdad en la vida.
“Vivimos en un sistema en el que el yo prevalece, en el que te dices que has de espabilar porque si no eres un ‘looser’, como dicen los jóvenes. Lo peor, se dice, es ser un perdedor. La obra está llena de la refutación de esas arrogancias”
P. Ese parlamento contra el abuso de poder que Calderón ofrece, hoy puede trasladarse a esa imagen del policía de Minneapolis asfixiando a un negro con su rodilla.
R. En la obra también se percibe esa metáfora, así es. El poder no es sometimiento, está obligado a acoger, a ser bondadoso y piadoso, a salvar al hombre de los venenos que lo acechan. Y el teatro debe contribuir a divulgar esa tarea civil de servir de referente ético para los que se sientan perdidos en las grandes crisis humanas, como esta que vivimos. Es un deber humano que dura siglos y que nosotros aquí estamos prolongando. Reivindicamos el Siglo de Oro, y creo que el Siglo de Oro es un asunto de Estado.
P. ¿Y lo sabe el Estado?
R. No, porque supongo que hay unas ocupaciones inmediatas, como, por ejemplo, esta situación absolutamente desesperada. Pero se ha de saber también que hay unos espacios, unos alimentos, que tienen que ver con otras cosas.
P. ¿Qué consecuencia tiene el descuido de estos otros alimentos a los que usted se refiere?
R. Tenemos el reflejo de lo que se hace en Francia, en Alemania, con respecto al Siglo de Oro. Aquí se sabe que existe ese patrimonio, pero no se conoce desde dentro. Esa es una labor que hay que hacer. Y cada uno debe contribuir a abrir esas ventanas, aunque es fundamental que el Estado también ponga de su parte porque si no el ritmo de esa recuperación del patrimonio que significa el teatro clásico va a ser muy lento, y puede ser que lleguemos tarde.
P. Esta obra que representa es una apelación a la humildad. ¿Cuál sería para usted el estado de la humildad de la sociedad en la que vive?
R. Ser humilde es dar sin esperar a cambio, es ir a contracorriente. Siempre estoy dispuesto a ponerme en la casilla de salida. A mis fracasos les tengo mucho agradecimiento, porque siempre me ponen al principio de la carrera. La humildad es todo eso y, para mí, es también algo que hoy no cotiza. La humildad es lo que representaba Gandhi: no luchar, ceder, esa cosa cristiana de la otra mejilla. Eso desmonta la arrogancia del otro. La no confrontación, la aceptación de lo que es. Eso representa el príncipe constante, y eso no es común, no lo es.