Pongan un nazi en su novela o el peligro de banalizar el Holocausto

El inagotable caudal de ficciones que tienen como protagonistas a personajes reales del nazismo, víctimas o victimarios, abre el debate sobre su pertinencia y los peligros de la espectacularización

Hitler saluda a las masas en el congreso del Partido Nazi en Nuremberg en 1936.adoc-photos (Getty)

La peluquera de Auschwitz, El tatuador de Auschwitz, El violinista de Auschwitz, La bibliotecaria de Auschwitz, El farmacéutico de Auschwitz... Son solo los ejemplos más evidentes que los lectores pueden encontrar en las librerías de un fenómeno que no ha dejado de crecer en los últimos años hasta crear un subgénero particular: el de las ficciones basadas en personajes reales del nazismo, ya sean víctimas o victimarios. Stella, de Takis Würger (Salamandra); La cinta roja, de Lucy Adlington (Planeta), y El desafortunado, de Ariel Magnus (S...

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La peluquera de Auschwitz, El tatuador de Auschwitz, El violinista de Auschwitz, La bibliotecaria de Auschwitz, El farmacéutico de Auschwitz... Son solo los ejemplos más evidentes que los lectores pueden encontrar en las librerías de un fenómeno que no ha dejado de crecer en los últimos años hasta crear un subgénero particular: el de las ficciones basadas en personajes reales del nazismo, ya sean víctimas o victimarios. Stella, de Takis Würger (Salamandra); La cinta roja, de Lucy Adlington (Planeta), y El desafortunado, de Ariel Magnus (Seix Barral) son tres de los últimos ejemplos de un inagotable caudal de novelas sobre el nazismo ancladas de una u otra manera en la realidad de lo que ocurrió. El rigor de la aproximación histórica y la calidad literaria varía en cada caso, pero cabe preguntarse: ¿A qué responde este fenómeno? ¿Hay un riesgo de banalización? Escritores, editores, libreros e historiadores analizan el panorama.

Stella Goldschlag entregó a otros judíos a las autoridades nazis para salvar a su familia. Su caso abarca todo el drama de las víctimas que hacen lo que sea para sobrevivir y nos lanza preguntas esenciales. El historiador Peter Wyden escribió una biografía canónica sobre un personaje oscuro y complejo, pero Würger creía que faltaba algo y se lanzó a la ficción. “No sabemos cómo se sentía la Stella real. Wyden no lo cuenta en su libro y ella nunca habló del asunto. Investigué sobre el caso durante tres años y no encontré las respuestas. Si una novela lleva a los lectores a interesarse por el Holocausto y las víctimas, creo que esa es necesaria”, resume el autor de Stella cuando se le pregunta por la pertinencia de su historia.

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Las novelas bélicas de Sven Hassel hicieron furor en los sesenta y todavía se reeditan; Philip Kerr o Ben Pastor han encontrado un nutrido grupo de lectores con sus antihéroes Bernie Gunther y Martin Bora, protagonistas de sólidas series de ficción criminal ambientadas en la época nazi. Esto es diferente. Aquí es un personaje real el hilo del que tira el autor para montar todo el edificio de ficción con los riesgos evidentes que llevaron, por ejemplo, al Memorial de Auschwitz a desaconsejar la lectura de la novela El tatuador de Auschwitz (Heather Morris, Espasa) para aquellos que quisieran comprender la realidad del campo de exterminio. “Si acudimos a una novela buscamos un acercamiento a una verdad más emocional que factual, para la que optaríamos por un libro académico o un ensayo”, defiende Maria Guitart, editora de ficción internacional en Planeta.

Oportunidades en la ficción ha habido hasta para la catadora de venenos de Hitler, Margot Wölk, o para Geli Raubal, sobrina del Führer muerta en extrañas circunstancias y con cuyo destino especula Fabiano Massimi en la novela El ángel de Múnich (Alfaguara), un buen relato policial construido tras años de investigación y con documentos inéditos.

La superviviente del Holocausto Dita Krauss en Israel, donde reside en la actualidad.Foto cedida por la familia

“Es cierto que ha habido algunas producciones de ficción bien sea en el ámbito de la literatura, películas, series televisivas u obras teatrales que han dado un tratamiento superficial y que edulcoran el drama que sufrieron millones de personas. Ahora bien, yo quiero pensar que su impacto social en cuanto a la banalización de lo que sucedió es mínimo. Pero está claro que es necesario un ejercicio de crítica —personal y colectiva— hacia estos productos, para que sean de utilidad a las personas potenciales consumidores que se acercan tanto desde el desconocimiento o interés como desde una empatía hacia las víctimas. Crítica argumentada que ha de poner en evidencia a estos productos por su nula contribución al conocimiento de lo que sucedió o, peor aún, a esta edulcoración o banalización involuntaria”, asegura Juan Manuel Gascón, historiador y miembro de Amical de Mauthausen.

Ahora bien, ¿dónde radica la clave del éxito comercial? “La curiosidad por conocer de una forma más lúdica a los actores principales de la historia y los acontecimientos sucedidos a través de una novela bien documentada en lugar de hacerlo con un manual al uso” o “la posibilidad de acercarse a la vida cotidiana, a la intrahistoria del nazismo”, están entre las razones que, a juicio de Alberto Peralta (jefe de producto de literatura de adultos en la Casa del Libro) explican la continua demanda de este tipo de libros.

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Precisamente, sobre la vida de Adolf Eichmann oculto en Argentina antes de ser capturado por los israelíes habla Ariel Magnus en su obsesiva y escalofriante El desafortunado, uno de los mejores ejemplos de las posibilidades de la ficción. “Mi historia familiar tal vez haya sido también una ventaja a la hora de asumir la óptica de un nazi sin concesiones, a extremos que en otras circunstancias no sé si me hubiera atrevido”, comenta el escritor argentino, nieto de una superviviente de Auschwitz. La clave está, quizás, en no pretender ir más allá de la novela. “Eichmann era una persona que mentía todo el tiempo, también a sí mismo, y mientras que un historiador se ocuparía de combatir esas mentiras, yo lo dejo que se desenvuelva. Así como me basé en lo que se sabe del personaje real para crear el ficticio, una vez transitado ese ficticio lo siento como real, o digamos tan real como el que describen Hannah Arendt o Harry Mulisch”, cuenta.

Una moda impulsada por los aniversarios

En enero de este año, la celebración del 75º aniversario de la liberación de Auschwitz llevó a la editorial Planeta a reeditar uno de sus grandes éxitos mundiales, La bibliotecaria de Auschwitz (2012), de Antonio Iturbe. Es la historia de Dita Kraus, en la novela Dita Adlerova, una joven de 14 años que montó en el barracón 31 del campo una biblioteca con ocho libros. Iturbe cuenta que investigó durante años y redactó un ensayo, pero que le faltaba vida, así que pidió permiso a la protagonista para escribir lo que terminó siendo una sólida novela. “Los libros de historia nos dan cifras, mapas, datos, pero no dicen nada sobre el sufrimiento de las personas, sobre los resquicios de la esperanza”, reflexiona Iturbe antes de reconocer que existe esa moda y confesar que el título de su novela le “desagrada”. “La comercial estaba convencida de que era un título perfecto. Ni mi editora ni yo lo vimos claro, pero lo aceptamos. Si el título es burdo, que lo es, la culpa únicamente es mía”, confiesa. “En cualquier caso, no creo que escribir libros banalice, lo que banaliza es la indiferencia”, remacha.

La necesidad de comprender y el interés por la estética y por la representación del mal absoluto también explican la atracción por este género. “Creo que la fascinación por los nazis en la ficción es difícil de separar del aspecto histórico en sí. Curiosamente, muchos de estos impulsos continúan activos en no pocos de los proyectos nacionalistas actuales que promueven esa fascinación”, explica José Luis Cardero, antropólogo social y autor de Los dioses oscuros del nazismo, que sí ve un “un propósito de banalizar esos horrores del pasado”. ¿Cómo? “Una forma de conseguirlo”, asegura, “sería la de promover ese tipo de ficciones, alejadas de un análisis histórico, social y antropológico de contenido científico y sistemático como el que en muchos casos se intenta llevar a cabo”.

Sobre este mar de novedades y ficciones se eleva la voz de Imre Kerstz, premio Nobel en 2002, en una conversación con su amigo y editor Zoltán Hafner recogida en Dossier K. (Acantilado): “Contrariamente a otros, nunca he definido Sin destino como una ‘novela del Holocausto’, porque aquello que ellos llaman Holocausto no cabe en una novela”.

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