Las mujeres gallegas que se negaron a ser invisibles
‘Nación’, de Margarita Ledo, que se presenta en el festival de cine de Sevilla, reconstruye la lucha de las trabajadoras de una fábrica de cerámica de Vigo cerrada en 2001
En 2001, cuando Pontesa cerró, no solo terminó la historia de una de las fábricas de cerámica más importantes de Galicia, también finalizó uno de los capítulos más significativos de la vida de cientos de trabajadoras. Las mujeres que contribuyeron a cimentar la industria gallega desde los años sesenta tuvieron que volver a sus casas, a ese lugar donde se vuelven invisibles. ...
En 2001, cuando Pontesa cerró, no solo terminó la historia de una de las fábricas de cerámica más importantes de Galicia, también finalizó uno de los capítulos más significativos de la vida de cientos de trabajadoras. Las mujeres que contribuyeron a cimentar la industria gallega desde los años sesenta tuvieron que volver a sus casas, a ese lugar donde se vuelven invisibles. Nación, la nueva película de la cineasta Margarita Ledo, que se presenta en el festival de cine de Sevilla, recuerda a un grupo de empleadas que, dos décadas después de perder su trabajo, sigue litigando para recuperar los salarios que dejaron de pagarles y así saldar una doble deuda: la económica y la moral.
Eran los inicios de los años sesenta. España aún se pintaba en blanco y negro. Las mujeres, recluidas a la fuerza en sus casas, tenían pocas alternativas profesionales al margen de los cuidados. En Vigo, al fondo de la ría, un empresario que había tenido que emigrar a Cuba en busca de futuro, volvió para levantar un conglomerado industrial dedicado a la loza. Hasta esa monumental y simbólica fábrica —ya es parte de la memoria y el paisaje de la ciudad— llegaron cientos de mujeres a trabajar.
Hacían largos turnos. Buscaban huecos para dar de mamar a sus hijos y volver a trabajar. Calentaban la tartera en los hornos de cerámica para poder llevarse algo caliente a la boca. Pasaron por distintas tareas, no solo se dedicaron a moldear el barro. “A veces estaban en condiciones de semiesclavitud”, explica Ledo. Pero se sentían “ricas”, cuenta Nieves Lusquiños, extrabajadora de Pontesa, en la película, cuando recuerda la primera vez que recibió el sobre con su salario.
“El primer sueldo era salir de un mundo que no las reconocía y empezar a pensarse como personas independientes”, dice Ledo al otro lado del teléfono. Con ese dinero podían irse de vacaciones, por ejemplo, que en aquel momento significaba pasar una noche fuera de casa en algún lugar al que se llegaba con coche propio.
La cineasta (Castro de Rei, Lugo, 69 años), escritora, catedrática de Comunicación Audiovisual y octava mujer en formar parte de la Real Academia Galega, se encontró con estas mujeres de manera casi fortuita. “El primer contacto fue por unos vídeos que vi en la web del Ayuntamiento de Pontevedra”, explica. Ahí comenzó su búsqueda. A la primera que halló fue a Lusquiños, una mujer “soltera vocacional y muy respetada entre las antiguas trabajadoras de Pontesa en la comarca”, detalla. Después acudió a uno de los juicios en los que diversos colectivos de unas 200 trabajadoras reclaman los 2,5 millones de euros que la empresa les adeuda. El juicio quedó visto para sentencia el pasado enero.
“Elegí mujeres diferentes entre ellas”, dice Ledo para retratar a un grupo reducido, pero muy representativo de las trabajadoras que fueron a la huelga, dejaron de comer, se encerraron en la fábrica y hasta en la catedral de Santiago cuando Pontesa cerró para reclamar sus derechos. “Ese fue un momento de quiebre, de pérdida de la autoestima”, recuerda la directora. En Nación, el silencio de estas mujeres al entrar en una fábrica derruida, abandonada, pero cargada de buenos recuerdos, llena de significado esa idea del final de la autonomía personal. Miran a las taquillas donde dejaban sus ropas antes de comenzar el turno y “mudan, se convierten en figuras pétreas”, dice Ledo. “En ese lugar se toma conciencia de que hacíamos una película, no un relato informativo de los hechos”.
El filme combina material de archivo de diversas instituciones (como imágenes de la televisión pública de Galicia), con testimonios reales y secuencias propias del cine de ficción interpretadas por actrices profesionales. “Es un ejercicio de memoria que está bajo la categoría de cine de no ficción”, aclara Ledo sobre una película que, además, consigue evitar esa representación literal de los hechos con un montaje que se carga de simbolismo al mezclar paisajes y referencias a la poesía gallega.
Es esa fórmula cinematográfica la que permite a Ledo reclamar “el derecho a recuperar tus vestigios y transmitirlos”, y volver a llenarlos de las voces que se silenciaron cuando a unas mujeres entre los 40 y 50 años les cerraron el mercado laboral. Pero además, es la manera en la que la cineasta define su sentido de nación: “Que no es lo mismo que patria, que es más masculino. La nación es la sociedad. Lo que nos hace ciudadanas, parte de la esfera pública, de la comunidad. Por eso este es un filme de la colectividad, de tratar de sobrepasar todas esas barreras y olvidos que excluyen a las mujeres”.