Quiénes y cómo brutalizaron Europa
Julián Casanova repasa la violencia política que azotó al continente en el siglo XX señalando a los responsables concretos y a las élites que fueron cómplices
No tuvo por qué ser así el sangriento siglo XX europeo. No fue inevitable el Holocausto, ni el terror estalinista, ni el genocidio de los armenios, ni las masacres en Yugoslavia. Tras esos fenómenos había circunstancias favorables al desastre, sí, pero también personas que decidían, y élites que apostaron por las soluciones equivocadas. Es el siglo de la “brutalización” de la política y de la guerra. El historiador Julián Casanova disecciona en Una violencia indómita: El siglo XX europeo (Crítica) quiénes y cómo ...
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No tuvo por qué ser así el sangriento siglo XX europeo. No fue inevitable el Holocausto, ni el terror estalinista, ni el genocidio de los armenios, ni las masacres en Yugoslavia. Tras esos fenómenos había circunstancias favorables al desastre, sí, pero también personas que decidían, y élites que apostaron por las soluciones equivocadas. Es el siglo de la “brutalización” de la política y de la guerra. El historiador Julián Casanova disecciona en Una violencia indómita: El siglo XX europeo (Crítica) quiénes y cómo gestaron ese odio, esas matanzas, esos sistemas totalitarios, esa represión militar o paramilitar.
“En la historia, más allá de las estructuras y las explicaciones, hay personas. Las decisiones de esas personas del mundo intelectual, político, militar, empresarial o mediático son muy importantes. Por fanáticos que fueran Hitler y Mussolini, solo adquieren legitimidad cuando los de arriba piensan que merece la pena apostar por ellos”, explica el autor por videoconferencia. Una enmienda a la totalidad al historicismo, esa creencia de que lo ocurrido tenía que ocurrir así. “La historia no va en una sola dirección, hacia el progreso, ni los retrocesos son leyes generales, sino que los va marcando la opción humana”. Una triste lección es que no todos los actores de aquel horror pagaron por ello.
Julián Casanova (Valdealgorfa, Teruel, 64 años), catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza y profesor visitante en otros campus internacionales, se planteó recorrer las “carreteras secundarias de la historia”, escapar del relato dominante, el franco-británico. Frente a quienes miraban con nostalgia a los “buenos tiempos” previos a 1914, recuerda que el colonialismo ya incluyó episodios “pregenocidas”. En las metrópolis europeas estaba arraigada la idea de la superioridad racial: “Estaba legitimada intelectual, política y religiosamente, era capital en la civilización europea”. Incluso tras la Segunda Guerra Mundial, cuando Europa occidental avanzó —con ayuda de EE UU— en la democracia y el Estado de bienestar, hubo un cruento conflicto colonial entre Francia y Argelia, y se toleraron las dictaduras fascistas de España y Portugal, como luego la de Grecia.
La guerra en Yugoslavia no fue causada por el sectarismo étnico, sino que fue la propia guerra la que lo causó
Una de esas carreteras secundarias discurre por la Europa central y oriental, donde han ocurrido las peores atrocidades antes, durante y después de las dos guerras mundiales. Por ejemplo, es un tópico referirse a los Balcanes como un polvorín de odios ancestrales, relato que sirvió para justificar la inacción occidental. Pero había dirigentes locales inflamando la tensión identitaria, nada espontánea. “La guerra no fue causada por el sectarismo étnico, sino que fue la propia guerra la que lo causó”.
Una aportación del libro es una mirada específica a la violencia contra la mujer como “el arma de guerra más barata”. El ensayo se fija en la violación sistemática de alemanas por el Ejército Rojo al caer el nazismo, algo que volvió a ocurrir en Bosnia en 1992. Y se refiere a humillaciones como el rapado de mujeres rojas por el franquismo (las “pelonas”) o de las colaboracionistas en la Francia liberada.
La última carretera secundaria es la religión, todavía clave en los conflictos. Lo demuestra “que la limpieza étnica de los armenios fuera porque eran cristianos, que en Bosnia fuera contra los musulmanes, o en España el anticlericalismo atroz en la Segunda República generara después la complicidad de la Iglesia católica con el franquismo...”. Casanova trata de mirar más allá de las clases e ideologías. “El tema de la religión abrió en canal a la sociedad europea cuando se pensaba que las guerras de religión estaban ya superadas”, dice. Claro que, en el caso del antisemitismo, pide diferenciar “las visiones ideológicas y religiosas de animadversión de lo que es una visión militar de destrucción de un pueblo”.
La izquierda durante mucho tiempo se tragó ese mito del paraíso comunista y no lo investigó
Destaca en estas páginas el crudo relato de los crímenes del bloque comunista desde la Revolución de Octubre hasta casi el fin de la URSS en 1991. “La izquierda durante mucho tiempo se tragó ese mito del paraíso y no lo investigó. La dominación soviética no era solo los tanques, era la atmósfera inclemente que se creó.Hoy ningún historiador serio deja de mirar el terror rojo, sea el republicano en España o el soviético”.
Una pregunta peliaguda queda sin respuesta: ¿era tan genocida Stalin como Hitler? Casanova cita a especialistas que llegan a conclusiones diferentes, sin tomar partido. Pero remarca que “hay una diferencia entre la eliminación en nombre de la raza y el gulag”. O, lo que es lo mismo, “hay una gran excepcionalidad en el Holocausto”.
La guerra en Yugoslavia alertó a Europa de que el pasado más negro podía volver. Casanova trata de tranquilizarnos: ya no tenemos el paramilitarismo, el elemento desestabilizador en el periodo 1914-1948 y en los Balcanes. “Puede haber mucha crisis, quiebra política, pero los Estados hoy tienen el monopolio de la violencia. No tienen quién les tosa desde el punto de vista armado”.
Pone de ejemplo el procés. “La gran diferencia entre Cataluña y lo que pasó en Yugoslavia, salvando todas las distancias, es que no se dividió el aparato de coerción”. Pero, advierte, aún hay lugares, como México, donde la violencia está fuera del control del Estado. “Y en EE UU mucha gente que tiene armas no las debería tener. Eso es un factor de inestabilidad en la democracia más importante que ha tenido el siglo XX”. Un ingrediente explosivo para el caso de que, tras las elecciones, Donald Trump se negara a reconocer el resultado de las urnas.
El debate político se ha vuelto más tóxico, admite, pero no estamos en los años treinta. “Hay un caldo de cultivo de división social, de odio, que huele mucho a lo que he tratado. Aunque si tienes una lucha parlamentaria o en las redes sociales, pero el Estado controla las armas y los Ejércitos no se dividen, el futuro será mejor”.
De la Hungría de Orbán al asalto nazi al Reichstag
Casanova empezó a trabajar en este libro en Budapest, donde era profesor de la Universidad Centroeuropea hasta que esta organización, promovida por George Soros, tuvo que trasladarse a Viena por el acoso al que le sometía el Gobierno húngaro de Viktor Orbán. Buen ejemplo de que los autoritarismos del siglo XX no están del todo atrás, y de que aún funcionan las teorías de la conspiración como las que demonizaban a los judíos en los tiempos más siniestros. “En Orbán antes eso era una agenda oculta; ahora lo deja muy claro”, señala.
Al historiador le inquietan los discursos de odio que recorren las redes y que se escuchan en boca de líderes políticos. “Cuando la gente cree que la historia está tranquila, vive procesos de aceleración. Hoy vivimos un proceso de aceleración”. Admite que se sentía más seguro en el año 2000 que ahora, después de la crisis de 2008, del ascenso de Trump y otros movimientos autoritarios o de ver, hace pocos días, a neonazis tratando de asaltar el Parlamento alemán. “Hoy me resulta más difícil decir que todo está calmado y la democracia es sólida. La democracia es frágil, hay que cuidarla. Eso solo se logra con sociedades civiles fuertes y Estados cargados de legitimidad”.