El nuevo Prado

Está claro que en el museo han seguido trabajando duro mientras los demás soñábamos con el reencuentro y, porque este acto generoso se ha gestado en el silencio, la nostalgia del silencio me asalta en la visita

El Museo del Prado, el día de su reapertura, el pasado 6 de junio.EL PAÍS

Entro al Prado y soy consciente de que llevo días pensando, en medio del bullicio que llena Madrid poco a poco, cómo en el encierro quizás hemos hablado demasiado. No me refiero a los políticos —que no han dado tregua—, sino a todos nosotros. Parecía un intento de curar el desconcierto con llamadas, reuniones interminables por Zoom; presentaciones, seminarios retransmitidos por streaming…. Ha sido una forma de no parar, de llenar nuestras vidas de contenidos online; de distraer el miedo, la incertidumbre…
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Entro al Prado y soy consciente de que llevo días pensando, en medio del bullicio que llena Madrid poco a poco, cómo en el encierro quizás hemos hablado demasiado. No me refiero a los políticos —que no han dado tregua—, sino a todos nosotros. Parecía un intento de curar el desconcierto con llamadas, reuniones interminables por Zoom; presentaciones, seminarios retransmitidos por streaming…. Ha sido una forma de no parar, de llenar nuestras vidas de contenidos online; de distraer el miedo, la incertidumbre…

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Pese a todo, rodeada por los cuadros amigos en la galería central del Prado, añoro ese silencio que conseguía rescatar a ratos durante el encierro para entender el cambio trascendental que estaba experimentando la vida. Y lo echo de menos aquí, porque el Prado me lo devuelve. Presiento que lo radical no era el encierro, sino prepararse para salir con la consciencia de fragilidad que es ahora nuestra imagen colectiva. Es la lección del silencio a la cual me refiero y que hemos desperdiciado, tal vez, entre tanta conversación, soñando con que todo volviera a ser como antes. Sin embargo, nada volverá a ser como antes y solo aceptando la transformación podremos habitar el porvenir.

Allí, en el nuevo Prado, me encuentro con los viejos amigos: ellos también han cambiado. Igual que han hecho un buen número de museos, el recorrido se ha concentrado en las obras maestras de los grandes maestros aunque, contra todo pronóstico, el ars combinatoria utilizado en el Museo del Prado plantea un relato tajante, aquel que nadie hubiera osado soñar. Reciben, confrontados, los viejos contrincantes históricos a la hora de representar la perspectiva: Italia y Flandes, Fra Angélico y Van der Weyden. Pablillos y los bufones desactivan a Las Meninas —o las hacen más resplandecientes, no sé—. Una pared delicadísima de bodegones secuestra la mirada; el Saturno de Goya comparte afinidades con el de Rubens; y El caballero de la mano en el pecho de El Greco pierde halo —porque lo gana—, rodeado por otros admirables caballeros. Se superponen las sorpresas y se propician nuevas conversaciones en la prodigalidad de una propuesta, donde se quiebra la vieja noción de obras maestras de grandes maestros. En el nuevo Prado se trastocan las categorías; se desestabiliza el discurso hegemónico. Queda claro que hay muchas formas de ser político y hasta subversivo.

El equipo del museo y su director, ofrecen un regalo generoso: un Prado inesperado cuando creíamos que nada en él podría sorprendernos ya. Está claro que en el museo han seguido trabajando duro mientras los demás soñábamos con el reencuentro, y, porque este acto generoso se ha gestado en el silencio, la nostalgia del silencio me asalta en la visita. La mirada libre de prejuicios que ha vuelto a contar la historia del Prado nos hace valientes y vulnerables, como el futuro incierto exige.


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