Fender contra Gibson, la verdadera batalla del rock

El sonido eléctrico del siglo XX fue definido por las guitarras salidas de dos fábricas de EE UU

A la izquierda, Bob Marley con una Gibson Les Paul en el Roskilde Festival 1978, en Dinamarca. A la derecha, Jimi Hendrix, con una Fender Stratocaster en Copenhague en 1970. JORGEN ANGEL / DAVID REDFERNS

Olviden la rivalidad entre Beatles y Rolling Stones: la máxima competición pop durante la segunda mitad del siglo XX enfrentó a dos constructores de guitarras. Leo Fender (California, 1909-1991) era sencillamente un inventor obsesivo, carente de sensibilidad para la música. Les Paul (Wisconsin, 1915- Nueva York, 2009) ejercía de showman: combinaba su faceta de virtuoso con una vocación de manitas. Un libro reciente, El nacimiento del ruido (Neo Sounds), de Ian S. Port, detalla cóm...

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Olviden la rivalidad entre Beatles y Rolling Stones: la máxima competición pop durante la segunda mitad del siglo XX enfrentó a dos constructores de guitarras. Leo Fender (California, 1909-1991) era sencillamente un inventor obsesivo, carente de sensibilidad para la música. Les Paul (Wisconsin, 1915- Nueva York, 2009) ejercía de showman: combinaba su faceta de virtuoso con una vocación de manitas. Un libro reciente, El nacimiento del ruido (Neo Sounds), de Ian S. Port, detalla cómo ambos hombres posibilitaron la expansión creativa del rock, aunque —conservadores en gustos— eso fuera lo último que desearan.

Las fuerzas económicas interactuaron con la tecnología tras la Segunda Guerra Mundial: se disgregaron muchas big bands, reemplazadas por combos más pequeños y económicos que, para hacerse oír, necesitaban amplificación y, tal vez, nuevos tipos de instrumentos. La guitarra eléctrica, por ejemplo, sufría entonces por su débil sonido y una enojosa tendencia al feedback (retroalimentación). Se trataba de aparatosos descendientes de la guitarra acústica, con caja hueca y sonido captado por pastillas. Cada uno por su cuenta, los estadounidenses Leo Fender y Les Paul decidieron que la solución era una guitarra de madera maciza, capaz de generar una señal limpia y penetrante.

El autor de El nacimiento del ruido despeja las nieblas que rodean a estos primeros pasos. Así, Les Paul se atribuía el papel de pionero en 1940 con El Tronco, un tablón de madera de pino al que añadió un mástil, cuerdas y una pastilla. Funcionaba, pero también estuvo a punto de electrocutarle; cuando presentó su invento en la Gibson Guitar Corporation, se rieron de él. En verdad, la gran aportación técnica de Les Paul fue la grabación multipista, base de todo el arte moderno de hacer discos.

En 1949, su amigo Bing Crosby le regaló un magnetofón Ampex que, una vez modificado, le permitía sincronizar distintas capas de sonido (“pistas”). Su guitarra, a veces acelerada o alterada, evocaba un mundo raro, entre fino y reluciente. Con la voz (y la guitarra) de su esposa, Mary Ford, consiguieron números uno como How High The Moon (1951) o Vaya con Dios (1952). Convertido en figura popular, Les Paul volvió a las oficinas de Gibson y llegó a un acuerdo. Cedería su nombre a su nueva guitarra de cuerpo sólido, a cambio de una regalía por cada instrumento vendido. Es decir, la Gibson Les Paul no era obra de su publicista, que apenas aportó pequeños detalles.

A la izquerda, la Fender Stratocaster. A la derecha, una Gibson Les Paul.

Pocos instrumentos tan compactos y tan hermosos de acabado como una Gibson Les Paul. Pero tenía inconvenientes: su peso —más de cinco kilos— y su alto precio. Así que Leo Fender prefirió competir en manejabilidad, resistencia y una modernidad que se trasladaba al diseño, sensual y futurista, como indicaba el nombre de sus principales modelos: Telecaster (1950) y Stratocaster (1954). Mientras una Les Paul sugería tronío, una Fender transmitía informalidad californiana.

En realidad, la Fender era deudora de una guitarra esbozada por el músico country Merle Travis y materializada por el artesano Paul Bigsby (que poco después crearía el brazo de vibrato). Pero nadie puede discutir la inventiva de Leo Fender: a partir de 1952, logró que multitud de contrabajistas se pasaran al bajo eléctrico con su soberbio Precision Bass. Sus amplificadores Fender se convirtieron en marca de referencia. Y, aunque quede fuera del tema de hoy, Leo Fender tuvo notable responsabilidad en la elaboración del muy legendario piano eléctrico Fender Rhodes.

Resumiendo: las Fender batieron a las demás marcas. Pensadas originalmente para músicos vaqueros en la onda de Buck Owens, se acoplaron al rock & roll (Buddy Holly) y al surf (de Dick Dale a los Beach Boys). Pero la risa va por barrios: a mediados de los sesenta, tras la adopción del blues urbano por Eric Clapton, Mike Bloomfield y otros guitarristas blancos, se revalorizó la Gibson Les Paul, con su gemido denso y su tono carnoso. De hecho, se podría afirmar que la Fender fue salvada por el prodigioso Jimi Hendrix que, usando abundantes pedales de efectos, creó un arcoíris de sonidos que Leo Fender nunca hubiera podido imaginar.

Todas estas estrellas hacen cameos en el libro de Ian S. Port, que evita así ser una mera crónica de los altibajos de dos emprendedores excéntricos. Aunque no faltan las historias ejemplares que recuerdan los patinazos de empresas grandes y pequeñas. Leo Fender, ignorante del boom de los grupos, temía que se acercaba el punto de saturación del mercado. Frágil de salud, vendió su fábrica al imperio de CBS, una multinacional que en pocos años hundió la calidad de los productos Fender. También Gibson fue absorbida por un conglomerado y pasó momentos difíciles. Pero al menos entendieron que su reputación en buena parte derivaba del dicharachero Les Paul, que volvió a ceder su nombre a cambio de un porcentaje. El guitarrista disfrutó de su nuevo reconocimiento. Aunque medio sordo y artrítico, actuó regularmente hasta el final de sus días.


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