Melancolía

Contemplo en mi noble estantería de Ikea medio centenar de libros de reciente lectura. Libros leídos en este 2019 que se marcha

Retrato fotográfico del escritor ruso Fedor Dostoievski.

Todo fin de año, en la mente de un escritor de alguna edad, se convierte en melancolía. Esa melancolía camina desde los libros que se quedaron sin leer hasta los libros que no fueron escritos. Contemplo en mi noble estantería de Ikea medio centenar de libros de reciente lectura. Libros leídos en este 2019 que se marcha. No libros leídos, más bien libros casi leídos. Mi asombro nace al comprobar que fueron libros que me sedujeron y emocionaron, pero que, por alguna oscura razón, no terminé. Me quedé a veces a dos páginas del índice. De repente, no necesité leer más. A otros los abandoné a 200 p...

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Todo fin de año, en la mente de un escritor de alguna edad, se convierte en melancolía. Esa melancolía camina desde los libros que se quedaron sin leer hasta los libros que no fueron escritos. Contemplo en mi noble estantería de Ikea medio centenar de libros de reciente lectura. Libros leídos en este 2019 que se marcha. No libros leídos, más bien libros casi leídos. Mi asombro nace al comprobar que fueron libros que me sedujeron y emocionaron, pero que, por alguna oscura razón, no terminé. Me quedé a veces a dos páginas del índice. De repente, no necesité leer más. A otros los abandoné a 200 páginas del final, y dicho abandono no significaba ni cansancio ni desilusión ni desengaño.

Puede que no sea imprescindible leer un libro entero para enamorarte de él. Sucede lo mismo con las personas: no necesitas conocer a alguien hasta sus últimos rincones para quererlo. Hay belleza en ese medio centenar de libros cuya lectura desatendí en mitad de una página misteriosa que me dijo: “No sigas, déjame aquí”. Y tras esa página, todo se desvaneció. Y las páginas no leídas no significan, de forma enigmática, una merma en el conocimiento del libro abandonado. La palabra no es abandono. Tal vez la palabra sea adiós. Dices un adiós profundo a un libro cuando crees que tu emoción ha alcanzado un alto grado de belleza que no tiene que ver con la extensión material del libro. Esta especie de deserción melancólica se me manifestó a edad temprana. Pues recuerdo que con veintipocos años me fascinó la lectura de Los hermanos Karamazov, de Dostoievski, una obra extensa, una obra cuya lectura es una proeza. Me faltaban apenas 30 páginas para el final cuando renuncié a seguir leyendo. Han pasado 30 años desde aquel primer adiós. Nunca he sentido curiosidad por acabar la obra magna del genial escritor ruso.

Que las novelas tengan un comienzo y un final es una ilusión del corazón de los lectores. Nada comienza y nada termina si no es en nuestro deseo de un orden. Ocurre lo mismo con la aritmética sentimental de los años. Los años ni comienzan ni terminan, pues solo son páginas sueltas del tiempo. La vida ni comienza ni termina. Si te importa la vida más que su concreción y su visibilidad en la existencia de un hombre o de una mujer, pasas de un ser humano a otro, sin consuelo, pero también sin culpa. Si te importa el tiempo, pasas de un año a otro sin curiosidad excesiva, prestando más atención al informe transcurso de las épocas que al cambio de un 19 por un 20. Si te has enamorado de la literatura, poco importa un libro u otro. Todos sirven a la misma causa, a la misma ilusión. Puedes dejarlos abiertos por la página que tu dedo decida. Allí están todos mis abandonados: a uno lo dejé en la página 12, a otro en la 120, a otro en la 2019, y a todos los quise con locura y de todos aprendí mucho.

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