Ratón de quiosco

La mayoría de las páginas que integran los cuatro tomos de los ensayos reunidos de Ferlosio vieron la luz en la prensa y nacieron inspirados por ella

Rafael Sánchez Ferlosio firma libros en la Feria del Libro de Madrid, en 2016.Jaime Villanueva

A ninguna lectura dedicaba tantas horas Rafael Sánchez Ferlosio como a la de los periódicos. Los leía, los recortaba, los anotaba, los almacenaba... Podía interrumpir un argumento sobre el carácter competitivo de Occidente para ilustrarlo con una fotografía de Rafa Nadal sacada de una bolsa del súper llena de diarios atrasados. Su último libro unitario —God & Gun, de 2008— nació como respuesta a una tribuna de Fernando Savater. Lo ferlosiano del asunto es que tardó 10 años en responderle y el resultado ocupa 300 págin...

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A ninguna lectura dedicaba tantas horas Rafael Sánchez Ferlosio como a la de los periódicos. Los leía, los recortaba, los anotaba, los almacenaba... Podía interrumpir un argumento sobre el carácter competitivo de Occidente para ilustrarlo con una fotografía de Rafa Nadal sacada de una bolsa del súper llena de diarios atrasados. Su último libro unitario —God & Gun, de 2008— nació como respuesta a una tribuna de Fernando Savater. Lo ferlosiano del asunto es que tardó 10 años en responderle y el resultado ocupa 300 páginas.

Otro de sus ensayos, tal vez el que mejor resume su pensamiento —Mientras no cambien los dioses nada habrá cambiado—, surgió en 1986 de una noticia: el accidente del transbordador espacial Challenger, que el 28 de enero de ese mismo año estalló a los pocos minutos de despegar con sus siete tripulantes dentro. Pocas veces un suceso habrá dado lugar a un análisis tan certero de la relación entre progreso y sacrificio. Ferlosio publicó ese volumen a la vez que su última novela —El testimonio de Yarfoz— y que una recopilación de artículos aparecidos en EL PAÍS —La homilía del ratón—. Editada por el hoy desaparecido sello del propio periódico, esa homilía contiene un texto de 1984 convertido en fetiche para los críticos de la Transición —La cultura, ese invento del Gobierno— y se abre con la inolvidable dedicatoria a su hija, fallecida poco antes: "A la memoria de quien más he querido en este mundo, Marta Sánchez Martín, que tantas veces metió baza en estas páginas, con su palabra aguda y redicha como una campanita de convento, que, a despecho del mundo, todavía me sonaba a amanecer".

Nunca se repuso de esa pérdida pero encontró en su amigo Tomás Pollán a la persona con la que revisar sus artículos antes de enviarlos a la redacción (con un título en latín o con el ruego de que los destacados fueran lo más anodinos posible). La extensión, la exigencia y la autoexigencia de los textos de Rafael Sánchez Ferlosio son la mejor demostración de que periodismo no es sinónimo ni de superficialidad ni de caducidad. Una amplísima mayoría de las páginas que integran los cuatro tomos de sus ensayos vieron la luz en la prensa y nacieron inspirados por ella. En EL PAÍS sobre todo, pero también en Diario 16, Abc o revistas como Archipiélago o El Estado Mental. Llegó incluso a ejercer como cronista taurino —antes de odiar los toros por su españolez— y como enviado especial a Gibraltar o al 30º Congreso del PSOE, celebrado en 1984. Cuatro años antes publicó otro artículo antológico —La demencia senil de la cultura española—, que se abre de forma demoledora: "La cultura española no recuerda, pero anda loca por conmemorar". Ya no irá a  recoger al quiosco los diarios con la noticia de su muerte. Un disgusto menos.

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