CRÍTICA | EL VERANO DE SANGAILÉ

El bache adolescente

Es un relato que, como el estado emocional de la chica protagonista, se debate entre la reflexión y la autocomplacencia

Fotograma de 'El verano de Sangailé'.

En la adolescencia suele haber un verano en el que nada apetece. Solo estar con uno mismo y el paisaje, con la certeza de que se va a salir del bache pero con un cierto regodeo en un estado de decrepitud prematura, de duda razonable sobre el camino a seguir, aunque de inconsciencia absoluta sobre el primer periodo de crisis existencial. Que se ha estado hundido se descubre después, cuando se sale.

Durante ese periodo, el descubrimiento del amor y de la sexualidad puede ser uno de los centros de actuación, justo por donde circula la lituana El verano de Sangailé, segunda películ...

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En la adolescencia suele haber un verano en el que nada apetece. Solo estar con uno mismo y el paisaje, con la certeza de que se va a salir del bache pero con un cierto regodeo en un estado de decrepitud prematura, de duda razonable sobre el camino a seguir, aunque de inconsciencia absoluta sobre el primer periodo de crisis existencial. Que se ha estado hundido se descubre después, cuando se sale.

EL VERANO DE SANGAILÉ

Dirección: Alanté Kavaïté.

Intérpretes: Julija Steponaityte, Aiste Dirziute, Nele Savicenko, Laurynas Jurgelis.

Género: drama. Lituania, 2015.

Duración: 85 minutos.

Durante ese periodo, el descubrimiento del amor y de la sexualidad puede ser uno de los centros de actuación, justo por donde circula la lituana El verano de Sangailé, segunda película de Alanté Kavaité y primera en llegar a España, un relato que, como el estado emocional de su criatura protagonista, una chica de 17 años, se debate entre la reflexión y la autocomplacencia. Unas dudas que se trasladan también al aspecto formal, donde no parece haber una decisión de si se quiere ser sencillo o elaborado.

Historia de superación de miedos, subrayada en la facilona metáfora del vuelo en la avioneta y con una trama masoquista más estética que ética, la película busca las sensaciones a través de un fuerte apoyo musical, con banda sonora de Jean-Benoît Dunckel, del grupo Air, que sin duda le otorga empaque, pero pocas veces encuentra en su puesta en escena la fluidez imprescindible para el enganche. Una indecisión cuyo paradigma podría ser la absurda presencia de los padres, a los que bien se podría haber mantenido elípticos, pero a los que visualiza para luego no desarrollarlos.

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