El maltrato de los pluscuamperfectos

Anabel Alonso, Jesús Ruyman y Marina Cruz protagonizan 'El trompo metálico'

"Feo, espantoso... Horroroso, mamarracho. Peor... Desastroso... ¡Sucio! No me gusta. ¡No me gusta nada! Esto una pérdida de tiempo. ¿Sabes que pareces Catalina? Una libélula anestesiada..." En boca y rictus de Anabel Alonso esta declamación produce risas abiertas entre el público. Pero solo porque la obra, 'El trompo metálico' de Heidi Steinhardt, acaba de comenzar. Con cada minuto que pasa, Catalina, la hija, irá haciéndose más pequeña; la madre, Magdalena, y el padre, Ricardo, cada vez más grandes, más grotescos, hasta convertirse en monstruos que reflejan, bajo un prisma esperpéntico, la tiranía de la educación cuando se lleva al extremo

'El trompo metálico', de Heidi Steinhardt. Aída de la Rocha

El eco de una bofetada recorre la sala. Catalina cae al suelo, se hace un ovillo menudo, tembloroso, y un sollozo débil comienza. Las risas que salpicaban el patio de butacas se han convertido en una expectación tensa, la misma que apenas unos minutos antes producía el gruñido altanero de un padre mordaz, la misma que un momento después nacería del comentario aparentemente inocuo de una madre retorcida; la misma que está presente durante los 80 minutos de la última obra de Heidi Steinhardt (Buenos Aires, 1977), ...

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El eco de una bofetada recorre la sala. Catalina cae al suelo, se hace un ovillo menudo, tembloroso, y un sollozo débil comienza. Las risas que salpicaban el patio de butacas se han convertido en una expectación tensa, la misma que apenas unos minutos antes producía el gruñido altanero de un padre mordaz, la misma que un momento después nacería del comentario aparentemente inocuo de una madre retorcida; la misma que está presente durante los 80 minutos de la última obra de Heidi Steinhardt (Buenos Aires, 1977), El trompo metálico, el espejo esperpéntico de esa parte de la sociedad para quien la erudición, la brillantez intelectual y la fachada están por encima de cualquier otra cosa.

Ricardo, el padre, interpretado por Jesús Ruyman y Anabel Alonso, la madre, Magdalena, van creciendo a lo largo del libreto como seres abominables a los que cualquiera querría devolverles esas bofetadas, físicas o verbales, que lanzan de forma continua contra su hija, Catalina (Marina Cruz). “Quieren construir una hija perfecta. La madre se ocupa sobre todo de las reglas de urbanidad y las apariencias físicas y el padre del desarrollo intelectual. Se reúnen los sábados por la tarde para hacer una serie de prácticas intelectuales, lúdicas y artísticas y evaluar de alguna manera a Catalina”, explica Steinhardt, que el pasado sábado se vio arropada por una larga salva de aplausos después del estreno.

Marina Cruz y Jesús Ruyman como hija y padre en 'El trompo metálico'.Aída de la Rocha

La dramaturga argentina, que ya trabajó los vínculos familiares en El sepelio, parafrasea a Tennessee Williams: “Uno no puede hablar del dolor que no haya hecho carne, a veces no directamente porque lo hayas vivido (su padre murió cuando ella tenía cuatro años), sino porque te ha tocado de cerca”. Tan cerca como la intimidad que parece invadir el público en El trompo, una intimidad que Steinhardt ha conseguido hacer tan divertida como rasgada, dejando en carne viva a través del humor (como acostumbra la también directora) las miserias del ser humano en las relaciones, sean cuales sean las miserias, y sean cuales sean las relaciones.

En este caso, la tiranía de esos dos padres hacia Catalina, menuda, aparentemente frágil. “Ella quiere estar a la altura, desea ser esa hija perfecta, sobre todo por el padre, pero sabe que nunca lo estará; y el padre ha desarrollado un modelo educativo basado en tal exigencia que hace que nunca nadie lo esté”. Catalina aprende nombres de pequeñas poblaciones en Francia, compositores europeos del siglo XIX, anarquistas italianos o matemáticos de la Edad Media, ballet, vals, a recitar a Baudelaire, protocolo, a caminar con una pila de libros en la cabeza. No le está permitido quejarse, ni llorar, ni explicar. Y nunca nada es suficiente.

“¡Eres mi gran decepción, Catalina! Porque la señorita quiere ser simplemente una persona solidaria y en nombre de la solidaridad, trafica información. (…) Te falta luz propia Catalina. A veces pareces una Luna en cuarto menguante, hija y yo, te estoy educando para que seas un sol, un sistema solar completo”, la somete el padre.

'El trompo metálico'

Texto y dirección: Heidi Steindhart.

Intérpretes: Anabel Alonso, Jesús Ruyman y Marina Cruz.

En el Teatro del Arte (Calle de San Cosme y San Damián, 3, Madrid) de miércoles a sábado a las 20.30, los domingos a las 19.00.

“¡Antes de que la gente te vea gorda, te voy a matar! ¡Pareces un pollo de frigorífico, inyectado de grasa! ¡Comes cosas en el colegio fuera de la dieta y yo ya no tengo el control! ¡Quiero una niña bella y perfecta! ¡No quiero este esperpento de cerdo masculino!”, la somete la madre.

Otra bofetada, un empujón, un tirón de pelo que la encorva hacia atrás. Y a pesar de todo, las risas se escuchan a lo largo de toda la función. Anabel Alonso obliga. “La madre es muy ignorante, muy inculta, pero no se hace cargo, así que, en medio de tanta erudición, suelta cualquier cosa que se le pasa por la cabeza y eso rompe un poco el ámbito formal de la obra”, explica Steinhardt.

La crítica de las relaciones familiares no es la única que deja la obra. El modelo educativo también chirría a la dramaturga. “Es errático, no enseña a ser felices sino a ser perfectos. La erudición, la belleza… son los valores que nos inculcan desde hace siglos. Ser bellos, ser sabios…”. Su reflexión pasa por un cambio de paradigma en el que se incorpore otros valores como “la solidaridad, la humildad o el valor. La gestión de las emociones también”.

Una escena de 'El trompo metálico'.Aída de la Rocha

Recuerda Steinhardt que todo lo que tenga que ver con la expresión de una emoción tiene “mala prensa”. “Sobre todo en los niños, en ellos y no en ellas. Los niños no lloran, los hombres no lloran, son directrices obsoletas y falsas que seguimos escuchando”. Y los niños lo aprenden, lo repiten. “Errores que pasan de generación en generación, que van variando con los tiempos que nos va tocando vivir, pero que son milenarios”.

Al final, la pregunta es si los adultos de hoy son los niños de hace tres décadas viviendo la vida que querían vivir o el deseo, de una u otra forma, de sus padres. “En parte sí”, cavila Heidi Steinhardt, “y en parte no”. En El trompo, cuando el giro se ha ralentizado y está a punto de caer, Catalina quizás tenga la oportunidad de tener una vida propia; y quizás alguien tenga que ocupar su lugar para vivir la que quieren los demás.

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