Cuento (politóxico) de Navidad

Fotograma de 'Los tres reyes malos'.

Subgénero no demasiado practicado, la comedia navideña transgresora alcanzó su cima con “Bad Santa” (2003) de Terry Zwigoff, película que sacó los colores a sus productores, los hermanos Weinstein, que, por aquel entonces, mantenían relaciones contractuales con Disney y se apresuraron a rodar nuevas escenas, sin consentimiento del director, para aligerar el tono de la propuesta.

Una comedia navideña transgresora tiene que responder ante su naturaleza contradictoria y, en ese sentido, “Bad Santa” era modélica: por un lado, bailar libremente con la obscenidad y la transgresión de tabúes –...

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Subgénero no demasiado practicado, la comedia navideña transgresora alcanzó su cima con “Bad Santa” (2003) de Terry Zwigoff, película que sacó los colores a sus productores, los hermanos Weinstein, que, por aquel entonces, mantenían relaciones contractuales con Disney y se apresuraron a rodar nuevas escenas, sin consentimiento del director, para aligerar el tono de la propuesta.

Una comedia navideña transgresora tiene que responder ante su naturaleza contradictoria y, en ese sentido, “Bad Santa” era modélica: por un lado, bailar libremente con la obscenidad y la transgresión de tabúes –en el montaje del director se contabilizó la palabra fuck en 170 ocasiones-; por otro, ser más o menos responsable con el espíritu estacional llegando, por caminos torcidos, a un ejemplarizante relato de redención.

LOS TRES REYES MALOS

Dirección: Jonathan Levine.

Intérpretes: Seth Rogen, Joseph Gordon-Levitt, Anthony Mackie, Michael Shannon, Lizzy Caplan, Jillian Bell, Ilana Glazer, Tracy Morgan, Aaron Hill.

Género: comedia.

Estados Unidos, 2015.

Duración: 101 minutos.

Por debajo de cada comedia navideña transgresora, discurre el eco del insoslayable “Cuento de Navidad” de Charles Dickens. “Los tres reyes malos”, que vendría a ser la carta (navideña) de la baraja que le faltaba a un Seth Rogen con ansias de recorrer todas las variables de la comedia, también cita explícitamente a Dickens a través de un poderoso personaje secundario, encarnado por Michael Shannon, que ejerce de camello de golosinas politóxicas de Navidades presentes, pasadas y futuras. Los flecos conservadores de su desenlace no deberían ser considerados su punto débil, pues ahí la película no hace más que ser fiel a la paradoja medular del subgénero. En todo caso, si media una gran distancia entre los logros de “Bad Santa” y las insuficiencias de “Los tres reyes malos” es porque en esta última hay bastante más cálculo y menos transgresión. También cierta desidia, que ha llevado a sus responsables a dar por bueno lo que, en realidad, aún estaba medio cocinado.

Dirigida por Jonathan Levine y con la participación en el guión del habitual cómplice de Rogen Evan Goldberg, “Los tres reyes malos” narra la última celebración dionisíaca de Nochebuena por parte de un grupo de amigos, antes de que uno de ellos aparque su sostenida inmadurez por el imperativo de la responsabilidad paternal.

La película arranca con un ingenioso prólogo en clave de rima navideña que invita a pensar en lo fascinante y radical que hubiera sido atreverse a desarrollar toda la película en verso. Una vez introducido el tema, el relato se limita a proponer una variante estacional y politóxica de la ya un tanto gastada retórica de colegueo juerguista popularizada por anteriores películas con Rogen en cabeza de cartel. El cómico alcanza su mejor momento al extraer una visceral comicidad de los enfrentados efectos de su ingesta tóxica y flirtea con la irreverencia leve en una escena de iglesia –con vómito incluido- y una posterior referencia a la responsabilidad judía en la crucifixión de Cristo, pero todo lo demás –cameos de James Franco (inevitable) y Miley Cyrus incluidos- discurre de manera demasiado mecánica. Lo que queda es el borrador de lo que podría haber sido una comedia notable: una mayor auto-exigencia, tanto por parte de Levine como de Goldberg y Rogen, habría permitido dar el paso de la inocua gamberrada a la saludable transgresión. O, por lo menos, a una apariencia de transgresión mucho más convincente y menos infantil.

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