El regreso de un exilio voluntario

Rodrigo Amarante debuta en solitario con un disco creado durante seis años de “aislamiento”

El músico Rodrigo Amarante, retratado en Madrid.Carlos Rosillo

Rodrigo Amarante (Río de Janeiro, 1976) no se acomoda. Empezó hace 17 años como cantautor y guitarrista en Los Hermanos, el grupo de rock independiente que se impuso en la escena musical brasileña. Tras anunciar esta banda un receso por tiempo indeterminado en 2007, Amarante pasó a dedicarse a la formación de samba carioca Orquestra Imperial. Y luego, a toda suerte de proyectos musicales. Se fue a Estados Unidos a tocar en la banda del tejano Devendra Banhart. Después lo hizo con Fabricio Mo...

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Rodrigo Amarante (Río de Janeiro, 1976) no se acomoda. Empezó hace 17 años como cantautor y guitarrista en Los Hermanos, el grupo de rock independiente que se impuso en la escena musical brasileña. Tras anunciar esta banda un receso por tiempo indeterminado en 2007, Amarante pasó a dedicarse a la formación de samba carioca Orquestra Imperial. Y luego, a toda suerte de proyectos musicales. Se fue a Estados Unidos a tocar en la banda del tejano Devendra Banhart. Después lo hizo con Fabricio Moretti (baterista de The Strokes) y la multiinstrumentista Binki Shapiro: alquilaron un piso en Los Ángeles y empezaron a escribir música juntos; de ahí salió el aclamado proyecto Little Joy. Tuvo tanto éxito que el trío se fue de gira por EE UU, Europa y Latinoamérica, pese a la sencillez con la que había sido concebido. “Era tan modesto que lo nombramos como el bar de la esquina de casa”, recuerda.

Seis años después del primer viaje, Amarante sigue en Los Ángeles, ciudad que considera “superextraña”. Siguió los pasos de muchos artistas brasileños que durante la dictadura fueron forzados a dejar el país e irse a vivir al extranjero, como Caetano Veloso. La diferencia es que su exilio no fue obligado, sino voluntario, y que no le empujaron los militares, sino él mismo o, más bien, la casualidad. “Nunca imaginé que pasaría tanto tiempo en EE UU, ni que me quedaría a vivir”. De paso por Madrid antes de su concierto en el Primavera Sound, en Barcelona, Amarante contaba la semana pasada que su nuevo trabajo, Cavalo, refleja una sensación que le ha acompañado los últimos años: ser extranjero y “estar fuera del ambiente familiar”.

Cavalo refleja la sensación de

“El propósito de un viaje es regresar, aunque no se vuelva físicamente al espacio que se dejó, se vuelve en el sentido de entender quién eras antes y en quién te has tornado después de ese viaje”. Así explica porque Cavalo resultó ser un álbum en gran medida autobiográfico. Se nota, por un lado, en la opción del artista de escribir letras en inglés, portugués y francés. La canción que da nombre al disco, además, contiene frases en japonés y está inspirada en la cultura de ese país. Siempre ha sido admirador de Akira Kurosawa y su película Sueños. En la canción Mon Nom, el idioma sirve como una especie de metalenguaje: empieza con los versos “Je suis l’étranger” (Yo soy el extranjero) y “Je ne parle pas tout à fait comme toi” (Yo no hablo como tú). Por otro lado, el proceso de creación implica autoconocimiento: “Hacer un disco yo solo por primera vez es un ejercicio de definir una identidad, una cosa un poco violenta”.

Para producir Cavalo, Amarante no tuvo la ayuda de casi nadie: tocó todos los instrumentos, construyó un estudio y lo grabó él mismo. Pero aparte de los aspectos prácticos, la soledad se hizo notar, sobre todo, mientras escribía las canciones: “Por haber trabajado siempre con bandas, me acostumbré a la comodidad de tener otras opiniones y a poder verbalizar los pensamientos. Gran parte de exponer una idea no es la respuesta que se recibe, sino el ejercicio de encadenar esas ideas en palabras”. La necesidad de tener un cómplice en esa experiencia, cuenta, hizo que “creara un interlocutor”, de modo que “se reveló una cierta esquizofrenia”. Y decidió escribir sobre ella: “La canción Hourglass es un diálogo entre los dos hemisferios de mi cabeza, uno intentando ayudar al otro a escribir”.

El brasileño construyó un estudio y tocó todos los intrumentos

Cavalo contiene piezas lentas, tiernas y fáciles de escuchar. Un tono nostálgico que atraviesa el disco se manifiesta en los vacíos y lagunas que existen entre dos cuerpos u objetos, tanto literalmente, en los silencios intencionales de la melodía, como metafóricamente, en las letras con pocos adjetivos sobre las distancias, la falta y la saudade. Es el caso de Irene, sobre un amor no conseguido, y de Cometa, en homenaje al poeta y amigo Ericson Pires, muerto hace dos años.

“Hay gente que me dice: ‘Tu disco es melancólico’. Yo no lo veo así, al contrario, me alegro mucho de poder cantar esas ideas que estaban retenidas”. Aunque considere “liberador poder expurgar eses pensamientos”, Amarante admite que crear música a partir de tanto análisis es un proceso difícil. “Quizás yo sea más lento que otros compositores, pero para mí lleva el tiempo que tiene que llevar”. ¿Y cuánto tardó en concluir este álbum? “36 años”.

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