Balas a la sombra del Coliseo

El juez y escritor Giancarlo de Cataldo publica 'Roma criminal' Es la historia del líder de la banda mafiosa que intentó hacerse con la ciudad Su obra más famosa, 'Novela criminal', narra el ascenso y la caída de esos delincuentes

El escritor y juez italiano Giancarlo de Cataldo.

Giancarlo de Cataldo (Taranto, 1956, Italia) no sabe tocar el saxófono. Quiso aprender, cuenta con una sonrisa, pero nunca lo intentó de verdad. Y eso que su hijo maneja con soltura hasta seis instrumentos. Por lo menos, es el único de los tres sueños que De Cataldo tenía a los 18 años que no se cumplió. Un balance a fin de cuentas positivo. Los otros dos, escribir un libro y hacer una película, ya están en el cajón de las satisfacciones. De hecho, sus libros son unos cuantos, aunque el más famoso con diferencia es Una novela criminal (Roca Editorial), del que se sacaron un f...

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Giancarlo de Cataldo (Taranto, 1956, Italia) no sabe tocar el saxófono. Quiso aprender, cuenta con una sonrisa, pero nunca lo intentó de verdad. Y eso que su hijo maneja con soltura hasta seis instrumentos. Por lo menos, es el único de los tres sueños que De Cataldo tenía a los 18 años que no se cumplió. Un balance a fin de cuentas positivo. Los otros dos, escribir un libro y hacer una película, ya están en el cajón de las satisfacciones. De hecho, sus libros son unos cuantos, aunque el más famoso con diferencia es Una novela criminal (Roca Editorial), del que se sacaron un filme–he aquí el segundo sueño realizado- y una serie que Canal Plus trajo a España.

Aquella obra a medias entre verdad y ficción contaba ascenso y caída de la banda de la Magliana, el grupo mafioso que entre los sesenta y los setenta quiso hacerse con Roma. Su jefe y creador fue un nombre que, entre la historia real y la novela de De Cataldo, por las calles de la capital italiana todos conocen: el Libanés. Y, ahora, el nuevo libro de este peculiar escritor y juez, Roma criminal (Roca Editorial), llega cual breve precuela para llenar el agujero previo al nacimiento de aquella banda. ¿Cómo llegó su líder a concebir su delirio todopoderoso?

“Es la historia de un joven que sueña con convertirse en el rey de la Roma criminal pero aún no tiene las cualidades necesarias. Se alía con un camorrista, acumula dinero, se enamora de una chica, aunque solo para explotarla. En un momento dado puede escoger entre hacerse bueno o seguir siendo un cabrón, y elige lo segundo”, cuenta De Cataldo sobre su nuevo libro, sentado en una terraza de una cafetería romana, su inseparable puro en la boca. Dispuesto a todo para llegar a la cumbre, el Libanés pasa por alto también un mantra que se repite en los círculos menos amables de la ciudad: “Roma no quiere dueños”.

Al Libanés le daba igual. Y sus colegas se dejaron seducir por la utopía de ser la camorra o la Cosa nostra de la capital. Era, sin embargo, un proyecto imposible. Por sus fallos, por su arrogancia, pero también porque no podía ser de otra manera. “No se puede lograr. La calle es como el capitalismo de riesgo: mientras eres fuerte avanzas; en cuanto te paras, llega uno, te dispara y coge tu sitio”, defiende De Cataldo.

De la calle, y de sus habitantes salvajes, el autor vuelve a escribir una vez más. Salvo su primer relato con ocho años (“Me hice escritor tras ver Le verdi bandiere de Allah [una película italiana de piratas]”) y quizás alguna que otra historia, la pluma del juez se desliza inevitablemente hacia el lado oscuro: “Lo hablé con Ian Renkin y estábamos de acuerdo en que buscamos alejarnos del crimen y acabamos volviendo. Es la mejor manera que conocemos de contar la realidad”.

La afirmación, en su caso concreto, tiene varias explicaciones. “La historia de Italia es fuertemente criminal, ya que en los momentos claves la delincuencia ha tenido un papel fundamental. Y luego el criminal es el lado oscuro que todos llevamos dentro. Mi escritura se remite a los autores del siglo XIX: en Balzac, Dickens, Dostoievski siempre había un elemento criminal”, relata. Más aún, claro, si los malos son el pan de cada día también de su otra profesión.

“Soy hijo de la burguesía tradicional del sur. Allí te dicen: '¿El escritor sería un trabajo?”, recuerda De Cataldo. Así que se hizo juez. Empezó en las cárceles y acabó en la corte d’ Assise (un tribunal de lo penal dedicado a los delitos más graves) precisamente corriendo detrás de sus queridos miembros de la banda de la Magliana. “Cuando se fijó el proceso muchos jueces no quisieron hacerlo. Yo dije que sí”, recuerda. Así, se metió de lleno en un mundo de narcotráfico, prostitución, ajustes de cuentas y lavado de dinero.

Una jungla romana que cuesta imaginar pero que en la mente del juez está límpida. Por lo visto, bajo la sombra del Coliseo y el esplendor histórico, se mueve una ciudad sórdida y letal. “Por un lado están los últimos herederos de camorra, cosa nostra y ndrangheta que se reparten las actividades comerciales. Y en algunos barrios hay mafias feroces, que disparan por nada, por el control de un edificio. Son tipos descontrolados que a los propios boss les molestan”, es el oscuro cuadro que pinta De Cataldo. En esa ciudad que suena a Ciudad Juárez se muere por pocos miles de euros, como en un caso real en el que el juez trabajó: “Tres cincuentones que fuman crack llevan a cabo un robo. El botín, 3.000 euros, desaparece. Se acusan entre ellos. Dos le tienden una trampa al tercero y le descargan en la cabeza un cargador entero de balas”.

Contra todo esto lucha a diario De Cataldo, ahora ya en la corte de Apelación. Pero, aparte de los criminales, el juez sostiene que afronta también el fuego que se supondría amigo: “En Italia sufrimos el ataque de la clase política desde hace 30 años. Reduciendo los medios y aprobando leyes que vuelven ingobernable la justicia, intentan debilitar como sea el poder de control de los jueces”. Es cierto que hay magistrados demasiado estrellas, reconoce De Cataldo. Pero, sostiene, también lo es que hay una agresividad del poder ejecutivo hacia el judicial que daría escalofríos a Montesquieu. “El juez constitucional ya no está sentado con los poderosos, no los teme. Se ha levantado de la mesa y ha empezado a juzgarlos. Por eso, la clase política nos considera traidores”. Resulta que el poder italiano es como Roma. No luce, ni muchos menos, su belleza. Simplemente, no quiere dueños.

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