CRÍTICA: 'EL SÍMBOLO Y EL CUATE'

Sabor de dulce llanto

El documental parte de la música, alcanza otros niveles (el político, el social, el emocional), y se impone como un notable ejercicio de periodismo

Joaquín Sabina y Joan Manuel Serrat.

“Serrat y Sabina no chochean; son dos clásicos, dos atemporales”, proclama en la película una voz autorizada. Con ellos no hay disputas generales; las puede haber particulares, sobre tal o cual canción, pero nunca sobre su esencia. Aquí y en Latinoamérica, justo hasta donde se dirige El símbolo y el cuate,documental sobre su segunda (y hasta ahora última) gira sudamericana, que reflexiona sobre la importancia de ambos. Una película que, partiendo de la música, alcanza otros niveles (el político, el social, el emocional), y que se impone como un notable ejercicio de periodismo aplicado...

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“Serrat y Sabina no chochean; son dos clásicos, dos atemporales”, proclama en la película una voz autorizada. Con ellos no hay disputas generales; las puede haber particulares, sobre tal o cual canción, pero nunca sobre su esencia. Aquí y en Latinoamérica, justo hasta donde se dirige El símbolo y el cuate,documental sobre su segunda (y hasta ahora última) gira sudamericana, que reflexiona sobre la importancia de ambos. Una película que, partiendo de la música, alcanza otros niveles (el político, el social, el emocional), y que se impone como un notable ejercicio de periodismo aplicado al formato documental. Veterano cronista de información internacional, Francesc Relea debuta en el cine con el guion y la dirección de una película que aborda nueve meses de convivencia entre dos mitos, dos amigos, y sus aportaciones a la educación sentimental de varias generaciones de argentinos, mexicanos, chilenos, peruanos y uruguayos, países donde se desarrolla el relato.

EL SÍMBOLO Y EL CUATE

Dirección: Francesc Relea.

Género: documental. España, 2013.

Duración: 84 minutos.

No hace falta voz en off. Los auditorios repletos de rostros emocionados, las imágenes y sonidos de la historia de cada país, la locuacidad no solo de Serrat y Sabina, sino sobre todo del sudamericano medio, y, desde luego, las canciones, aunque estas no ocupen la mayoría del metraje, convierten a la película en un imprescindible documento sobre una especial forma de vivir la música. Un modo ejemplificado en las contagiosas lágrimas de Pancho Varona durante el último concierto, “sabor amargo del llanto eterno”, que diría el poeta Serrat.

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