crítica de 'renoir'

Belleza superficial

La película sobre la relación entre el pintor Renoir y su hijo, el cineasta Renoir, o no desarrolla los temas o resultan superficiales

Vincent Rottiers y Michel Bouquet, los dos Renoir, en la película.

"El sufrimiento pasa, la belleza queda”, dijo Pierre-August Renoir, como premonición de su crepúsculo como artista y ser humano: un hombre hundido por la muerte de su esposa y atrapado por una artritis que le llevó a atarse el pincel a la mano porque los dedos no le obedecían, pero que legó algunos de sus desnudos más hermosos gracias a la luz, interior y exterior, que le proporcionó su última musa, la pelirroja de cuadros como Las bañistas. Un contraste al que se ha acercado Gilles Bourdos con Renoir, retrato de esos años, en los que también tuvo mucho que ver el otro genio ...

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"El sufrimiento pasa, la belleza queda”, dijo Pierre-August Renoir, como premonición de su crepúsculo como artista y ser humano: un hombre hundido por la muerte de su esposa y atrapado por una artritis que le llevó a atarse el pincel a la mano porque los dedos no le obedecían, pero que legó algunos de sus desnudos más hermosos gracias a la luz, interior y exterior, que le proporcionó su última musa, la pelirroja de cuadros como Las bañistas. Un contraste al que se ha acercado Gilles Bourdos con Renoir, retrato de esos años, en los que también tuvo mucho que ver el otro genio familiar, Jean, futuro cineasta y entonces joven melancólico y herido de guerra.

RENOIR

Dirección: Gilles Bourdos.

Intérpretes: Michel Bouquet, Christa Theret, Vincent Rottiers, Romane Bohringer.

Género: drama. Francia, 2012.

Duración: 111 minutos.

La pena es que parte de los temas que apunta o no tienen desarrollo o resultan superficiales: la imposibilidad no ya del amor, sino del contacto físico, y el consuelo en su plasmación artística; el genio de los padres que aplasta cualquier pensamiento creativo en los hijos; la cotidianidad como fuente para futuras ensoñaciones artísticas. Sí, se perfilan, pero sin la fuerza ni la rabia necesarias para traspasar el lienzo (perdón, la pantalla) y escapar de un lánguido preciosismo. Con poco diálogo, la conversación más interesante entre padre e hijo se produce a diez minutos del final, mientras Bourdos fija su objetivo en la anatomía de la chica, en las comidas campestres (básicas en la carrera de Jean) y en el aliento de la naturaleza, pero sin un punto de vista claro. Así, la película se desliza con una aparente belleza que no provoca emociones.

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