La novela de mi gente

Edoardo Nesi triunfa con un libro sobre el hundimiento de la artesanía textil italiana En su novela ataca las consecuencias de la globalización

El escritor italiano Edoardo Nesi, en el madrileño parque del Retiro. GORKA LEJARCEGI

Edoardo Nesi (Prato, Italia, 1964) se preguntó durante años si era escritor o empresario. Dirigía la factoría fundada por sus abuelos en la Toscana, traducía a David Foster Wallace, fabricaba tejidos inspirados en Malcolm Lowry y escribía novelas en ratos robados. El revoltijo existencial se disolvió solo. Se consagró como novelista escribiendo de economía herida: La historia de mi gente(Salamandra) recibió en 2011 el premio Strega, uno de los más prestigiosos de su país.

Un libro pespunteado por el hundimiento textil de Prato —he ahí la economía— y ribeteado por refer...

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Edoardo Nesi (Prato, Italia, 1964) se preguntó durante años si era escritor o empresario. Dirigía la factoría fundada por sus abuelos en la Toscana, traducía a David Foster Wallace, fabricaba tejidos inspirados en Malcolm Lowry y escribía novelas en ratos robados. El revoltijo existencial se disolvió solo. Se consagró como novelista escribiendo de economía herida: La historia de mi gente(Salamandra) recibió en 2011 el premio Strega, uno de los más prestigiosos de su país.

Un libro pespunteado por el hundimiento textil de Prato —he ahí la economía— y ribeteado por referencias culturales y biográficas —he ahí la literatura— que acaba siendo un traje a la medida de los rebeldes de la globalización. “Hemos vivido una hipnosis colectiva. Como consumidores, la globalización es perfecta porque compramos más barato, pero no solo somos consumidores”, diferencia en Madrid.

Gracias a la globalización, el made in Italy es ahora un todo-a-cien que, de unos años acá, permite comprar un pantalón de diseño italiano por 17,90. Un neoliberal diría que tras el abaratamiento puja el mercado: la tradicional industria textil italiana sucumbe ante la hiperactiva industria textil china. Un no neoliberal vería que la tecnología puntera que está obligando a los viejos artesanos de Prato a echar el cerrojo, uno tras otro, consiste en una explotación laboral que roza el esclavismo (tecnología competitiva como pocas).

De talleres ilegales de Prato, que producen febrilmente con inmigrantes clandestinos, salen ahora miles de prendas con una etiqueta vinculada a la creatividad. “Las leyes permiten que una empresa china compre tejidos chinos, utilice trabajadores clandestinos chinos y ponga una etiqueta con el made in Italy por el mero hecho de estar ubicado en el país”, lamenta. “El made in Italy es una broma infinita”, afirma haciendo un guiño a su admirado Foster Wallace.

Edoardo Nesi traspasó la fábrica de tejidos T. O. Nesi e Hijos en 2004. “Cuando vendes una empresa, vendes también su historia”, escribe en su libro, crecido sobre el sarpullido íntimo que le causó la operación. En lugar del diván, se rascó el alma ante el ordenador. Nesi había nacido encauzado: o se comía el mundo, o seguía adelante con la empresa. “No tenía límites que no fueran los propios”. Dicho en plata: un niño bien que desde los 15 años podía ir cada verano a Berkeley, Harvard o donde quisiera a estudiar inglés y añorar Italia. Fracasó en Derecho, no se comió el mundo y se convirtió en la tercera generación al frente de la tejeduría.

Entre 1993 y 2004 alimentó la bipolaridad, “en una chocante mezcla de papeles que me granjeaba la envidia y la admiración de mis colegas empresarios —muchos de ellos convencidos de que en su fuero interno se escondía un artista— y el asombro receloso de los escritores que con el paso del tiempo iba conociendo —muchos de ellos convencidos de que serían perfectamente capaces de dirigir una empresa—”. Hubo instantes felices ligados a la invención textil, pero a Edoardo Nesi le tocó gestionar el declive. La historia de mi gente es el relato del ocaso empresarial sin miramientos y con ropaje íntimo. “Algunos diseñadores nos imponían el descuento sobre el tejido y luego vendían los abrigos a un precio 10 veces superior a su coste”, desvela.

Casi más que las subastas a la baja que imponían las firmas, al escritor le escocían los apologetas de la globalización, que desde las páginas del Corriere della Sera tronaban contra los italianos incapaces de adaptarse a las nuevas bondades del comercio mundial. Las reglas habían cambiado: ya no importaban la calidad del tejido, la fiabilidad del servicio, la puntualidad de las entregas, el nombre de la empresa, su historia. “Solo contaba el precio, y en lo tocante al precio perdíamos siempre, porque siempre había alguien más desesperado que nosotros”. Los Nesi eran unos anticuados que, como tantas pequeñas fábricas, habían creado un sistema imperfecto “que había permitido a Italia resurgir de las cenizas de la guerra, que había garantizado derechos y establecido deberes, otorgado bienestar y dado trabajo a millones de personas, pagado pensiones y hospitalizaciones, casas y automóviles, televisores y trajes”.

Después de pasar por varios estadios —enfado mientras el barco se hundía, tristeza tras el abandono—, Nesi ha descubierto que no viaja solo después de la publicación de su libro. “Ya no se habla de la globalización como algo positivo y ventajoso para Italia ni de los fabricantes como ludistas nostálgicos del pasado”. Grandes empresarios atemorizados le piden consejo. Intuyen que la historia de la gente de Nesi puede ser también la suya.

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