La cumbre de Bakú afronta la negociación climática más difícil en el peor momento
La COP29 encara la semana clave con el debate de la financiación abierto por completo y el temor del impacto de la victoria de Trump y del bloqueo de la Comisión Europea. António Guterres (ONU) advierte del preocupante estado de las discusiones
La COP29, la cumbre del clima de la ONU que se celebra en Bakú, capital de Azerbaiyán, afronta desde este lunes el más endiablado de los debates de estas conferencias internacionales: el de la financiación climática, es decir, cómo ayudar económicamente a los países con menos recursos a que recorten sus emisiones apa...
La COP29, la cumbre del clima de la ONU que se celebra en Bakú, capital de Azerbaiyán, afronta desde este lunes el más endiablado de los debates de estas conferencias internacionales: el de la financiación climática, es decir, cómo ayudar económicamente a los países con menos recursos a que recorten sus emisiones apartándose de los combustibles fósiles y cómo asistirles también para que se protejan de los impactos de un calentamiento del que son los menos responsables. Pero la negociación no marcha bien. “Me preocupa el estado de las negociaciones en la COP29”, admitió este domingo António Guterres, secretario general de la ONU, quien instó a los líderes del G-20, que se reúnen también a partir de hoy en Río de Janeiro, a que cierren un “objetivo ambicioso de financiación climática”.
De Bakú debe salir una cantidad de dinero para ese fin —miles de millones de dólares, opinan los llamados a poner los fondos, billones, según los que los recibirán―; también tiene que acordarse cómo se movilizará; y quién debe ponerlo sobre la mesa. Esto último es seguramente lo más espinoso, porque los países desarrollados, que hasta ahora han sido los financiadores, quieren que otras naciones económicamente poderosas y grandes emisoras de gases de efecto invernadero contribuyan. Y cuando lo dicen miran directamente a los ojos de China, de quién algunos esperan que dé un paso adelante en mitad de un panorama geopolítico convulso.
“En política hay una regla: donde alguien deja un espacio, otro lo ocupa”, dice la ministra de Medio Ambiente de Colombia, Susana Muhamad, con algo de optimismo. Aunque cuesta no ser pesimista. Porque los huecos que se abren en la lucha climática se empiezan a ver ya. A finales de la semana pasada el presidente argentino Javier Milei —quien entre otras cosas también está en la liga del negacionismo— ordenó a la delegación de su país marcharse de la COP29, a pesar de que esta nación sería una de las beneficiadas en el caso de que se cerrara con éxito el debate de la financiación climática. “Argentina deja un vacío, y obviamente afecta también el potencial de negociación de la región”, lamenta Muhamad sobre Latinoamérica.
Algunos expertos interpretan el paso dado como el preludio de una posible salida del Acuerdo de París, algo que no está confirmado y que en su día también prometió el populista Bolsonaro al ganar las elecciones en Brasil, aunque luego reculó ante el temor de que pudieran verse afectadas sus exportaciones. Pero el gran hueco que se teme es el que dejará Estados Unidos, ya sea por activa o por pasiva.
El próximo presidente de EE UU, Donald Trump, ya sacó a su país del Acuerdo de París en su anterior mandato. El demócrata Joe Biden trajo al país de vuelta y aprobó una ambiciosa regulación medioambiental que ha impulsado a las renovables. Pero, cuando regrese a la Casa Blanca en enero, el republicano ha prometido acabar esa regulación. Y el New York Times informaba hace una semana de que Trump prepara ya la salida, otra vez, del gran acuerdo contra el calentamiento.
Quien negocia todavía en Bakú es el equipo designado por la administración demócrata. Pero a nadie se le escapa que los compromisos a los que lleguen serán papel mojado, y en un asunto como el de la financiación climática EE UU —la primera potencia económica del planeta y el mayor responsable histórico del cambio climático— deja un vacío abismal.
Los nombramientos del futuro gabinete de Trump que se van anunciando presagian un impulso a los combustibles fósiles en EE UU, el primer productor mundial de petróleo y gas. Dentro de dos meses y medio, al frente del Departamento de Energía estará Chris Wright, negacionista y un ejecutivo de la industria del petróleo.
Esa designación se conoció el sábado, cuando los senadores demócratas por Rhode Island y Massachusetts, Sheldon Whitehouse y Ed Markey, participaban en varios actos de la COP29. Estos dos políticos son históricos en el impulso de las políticas climáticas, y ambos compartieron públicamente sus temores al espaldarazo que va a recibir la industria fósil, gran financiadora de Trump. Pero recalcaron que el impulso a las renovables no se detendrá. Whitehouse puso el foco sobre las políticas de energías limpias que tienen en marcha dos potentes Estados: California y Nueva York. “Esta revolución es imparable”, añadió Markey. “Ningún presidente detendrá la acción climática”, remachó el veterano político.
Durante el anterior mandato de Trump (2017-2021) el desarrollo de las renovables dentro de EE UU no se frenó y las políticas impulsadas por los Estados y las ciudades fueron clave. Cientos de alcaldes y gobernadores, además de otras muchas instituciones, se agruparon en el movimiento We are still in —”seguimos dentro todavía”, en inglés—, con el que participaron en varias COP. Markey, desde Bakú, rememoraba este sábado aquel movimiento: “Estados Unidos está todavía dentro del proceso” para impulsar las energías limpias.
Tras la primera victoria de Trump hace ocho años, el paso atrás dado por el gobierno federal de EE UU fue seguido de un paso adelante desde Europa. La Comisión Europea lanzó en 2019 su Pacto Verde y convirtió la bandera contra el calentamiento en la principal seña de identidad de la UE en el mundo. La Unión, el bloque que más aporta a la financiación climática internacional, era también uno de los actores que se situaba siempre en la franja más ambiciosa en citas de la ONU como la de Bakú. Pero a esta cumbre llega con las políticas medioambientales en horas bajas en la UE y con un incendio en la sala de máquinas europea que puede tener consecuencias de calado también para la lucha climática: el bloqueo por parte del PP español, con el apoyo del PP europeo, a la nueva Comisión.
Tras ese bloqueó está el veto impuesto por el PP a Teresa Ribera para que ocupe la vicepresidenta de la Comisión con una cartera con responsabilidades en políticas climáticas y de competencia. Los populares intentan culpar a la socialista de las consecuencias de la extraordinaria gota fría que golpeó la provincia de Valencia, a pesar de que la gestión de la emergencia recaía principalmente en la Generalitat, que encabeza Carlos Mazón (PP).
No está claro si Ribera, con más de dos décadas de cumbres climáticas a sus espaldas, acudirá este año a Bakú al estar con un pie en el Gobierno de España y otro en la Comisión. Ella fue clave en la resolución de la última COP, celebrada en 2023 en Dubái. Porque entonces la presidencia del Consejo de la UE estaba en manos de España, que debía coordinar a los Veintisiete junto al comisario de Acción por el Clima, Wopke Hoekstra. Ahora, además de estar la Comisión en funciones e incendiada, la presidencia del Consejo está en manos de Hungría. Su primer ministro, el nacionalpopulista Viktor Orbán, acudió la semana pasada a la COP29 fundamentalmente para defender que la lucha climática no perjudique a los agricultores. El sector más radical del campo, alimentado por bulos, ha sido precisamente uno de los responsables de los pasos atrás dados en políticas medioambientales en Bruselas en los últimos meses.
A partir de este lunes desembarcan en Bakú los ministros de clima y energía para el último tramo de las negociaciones, que en teoría deben rematarse el viernes, aunque suelen retrasarse los cierres. Sobre la mesa de negociación de la financiación climática está un borrador (cuya última versión data del sábado a mediodía) en el que están todas las opciones abiertas. “Está claramente polarizado”, resume la ministra colombiana.
Mientras, a 11.800 kilómetros de Bakú, los mandatarios del G-20 se reunirán en Río de Janeiro, una cita que puede resultar también clave para la COP29. Simon Stiell, secretario ejecutivo del área de cambio climático de la ONU, ha pedido que la “crisis climática global” sea la prioridad de esa reunión y que se envíen “señales globales clarísimas” de que habrá “más financiación en condiciones favorables y en forma de subvenciones” para los países en desarrollo. Además, insiste en que el “alivio de la deuda” es una parte “crucial de la solución”. “Un resultado exitoso en la COP29 aún está al alcance de la mano, pero requerirá liderazgo y compromiso por parte del G-20″, ha añadido este domingo Guterres, que ha viajado desde Bakú a Brasil para participar también en la reunión de los mandatarios de las economías más poderosas del mundo.
Del regalo de Dios a la no proliferación
Stiell también ha puesto el foco en lo positivo, en los dos billones de dólares que se prevé que se inviertan este año en energías limpias y en infraestructuras eléctricas, “el doble de lo que se ha destinado a los combustibles fósiles”. Aunque el gran debate de la COP de este año es la financiación, los combustibles, principales responsables de la crisis climática, también están presentes.
A esos combustibles culpa en parte María Neira, directora del Departamento de Medio Ambiente de la OMS, de los millones de muertes que se producen en el mundo al año vinculadas a la contaminación del aire. “La crisis climática es una crisis de salud”, explicó durante un acto de la coalición de países e instituciones que impulsan la firma de un tratado de no proliferación de los combustibles fósiles que ponga fecha a las extracciones de petróleo, gas y carbón.
Tzeporah Berman, presidenta de esta iniciativa, recordó que, desde que se firmó el Acuerdo de París en 2015, las emisiones de dióxido de carbono del sector fósil han aumentado un 8%. Y que los planes del sector para la extracción de combustibles en esta década alejan al mundo de cumplir el Acuerdo de París, que persigue que el calentamiento se quede por debajo de entre los 1,5 y los 2 grados Celsius respecto a los niveles preindustriales. Berman abogó por dejar atrás a los combustibles con instrumentos como el tratado de no proliferación, que plantea como “complementario” al Acuerdo de París.
Sus palabras contrastan con las pronunciadas por Ilham Aliyev, presidente de Azerbaiyán, en el inicio de la COP29. Su país preside la COP29 y tiene una responsabilidad clave en las negociaciones, en las que participan alrededor de dos centenares de naciones. Aliyev hizo un alegato de defensa de los combustibles, principal motor económico de su país, a los que equiparó con las fuentes de energía limpia y calificó como un “regalo de Dios”.
Tras esas palabras, el viernes pasado un grupo de expertos climáticos, expolíticos y exlideres de la ONU difundió una carta abierta en la que se pedía una “revisión fundamental” del sistema de las COP. Abogan por implantar que “los países anfitriones deben demostrar su alto nivel de ambición para cumplir con los objetivos del Acuerdo de París”. Para ello se deberían fijar “criterios de elegibilidad estrictos” para “excluir a los países que no apoyan la transición hacia la eliminación gradual de las energías fósiles”. Entre los firmantes están Ban Ki-moon, ex secretario general de la ONU, Mary Robinson, expresidenta de Irlanda, y Christiana Figueres, quien era secretaria ejecutiva de cambio climático de la ONU cuando se firmó en 2015 el Acuerdo de París.