Relatos cuánticos para un verano envuelto en la incertidumbre del entorno
Ahora que hay vacaciones, y tiempo para leer, no está de más recomendar algunas novelas contemporáneas que rompieron con el concepto clásico de novela decimonónica
La realidad es una línea discontinua que se desplaza en unidades de acción a través de la elasticidad del tiempo. Debido a esto, el sujeto observador de dicha realidad forma parte de ella, igual que si fuese un elemento imprescindible, un punto que contiene todos los demás puntos y que ha dejado de ser borroso para convertirse en una entidad concreta.
Dicho de otro modo: hay sucesos cuya causa escapa a nuestro razonamiento, hechos donde el mecanismo oculto de la materia nos invita a jugar como si el mismísimo ...
La realidad es una línea discontinua que se desplaza en unidades de acción a través de la elasticidad del tiempo. Debido a esto, el sujeto observador de dicha realidad forma parte de ella, igual que si fuese un elemento imprescindible, un punto que contiene todos los demás puntos y que ha dejado de ser borroso para convertirse en una entidad concreta.
Dicho de otro modo: hay sucesos cuya causa escapa a nuestro razonamiento, hechos donde el mecanismo oculto de la materia nos invita a jugar como si el mismísimo Jorge Luis Borges andase detrás de ellos. Y esto es motivo suficiente para que una simple taza de café sea algo más que una simple taza de café, pues toda realidad vibra y tiembla, por decirlo a la manera de Julio Cortázar en su Rayuela (Alfaguara), una novela que es algo más que una novela. Porque Rayuela es un juguete literario del que se sirve el autor argentino para trasladarnos al otro lado de un territorio donde la incertidumbre es una magnitud demostrable a una escala determinada, pues con ella se puede modificar el mundo de la ficción.
Ahora que hay vacaciones y tiempo para leer, no está de más recomendar algunas novelas contemporáneas que rompieron con el concepto clásico de novela decimonónica. Se trata de historias influenciadas por el principio de causalidad que enunció Heisenberg en 1927, y que supuso una grieta en la concepción científica dominante hasta la fecha, la misma concepción que planteaba que era posible predecir un acontecimiento a partir de otro. El juego literario que nos propone Julio Cortázar en su Rayuela es una muestra de que cómo la literatura rompe los conceptos clásicos de la novela y abraza la corriente cuántica, donde se hace imposible determinar al mismo tiempo la posición y la velocidad (sustancia y acción) de una misma partícula.
Siguiendo la estela dejada por Cortázar, el escritor Paul Auster también se nos muestra cuántico en su última novela, 4, 3, 2, 1 (Seix Barral) donde nos ilustra acerca de cómo el universo se divide constantemente, pongamos que se atomiza, en otros universos múltiples y paralelos. Con dicha interpretación de la mecánica cuántica, Paul Auster compone una historia que es, a su vez, un retrato generacional a partir de la peripecia de su protagonista desarrollada simultáneamente en cuatro arcos narrativos distintos.
Con todo, si hay una obra donde se manifiesta la elegante interpretación de la mecánica cuántica expresada en los universos paralelos, esa obra es, sin duda alguna, la novela El cuarteto de Alejandría, de Lawrence Durrell (Edhasa), donde el autor británico nos presenta la ciudad portuaria mediterránea durante los años 30 y 40, es decir, poco antes y durante la Segunda Guerra Mundial. Lo consigue componiendo diferentes voces, ofreciendo múltiples puntos de vista sobre un mismo suceso, lo que manifiesta que el sujeto observador forma parte de la realidad desde el momento en que al observar dicha realidad puede cambiarla, por decirlo a la manera de Niels Bohr, filósofo de la ciencia.
En esta obra colosal, Durrell identifica la realidad con términos científicos a la hora de conseguir imágenes de carga metafórica. En la introducción al arranque, en Justine, el mismo Durrell hace alusión al juego científico cuando apunta que la forma de su Cuarteto se basa en “el principio de la relatividad con tres lados de espacio y uno de tiempo”. De esta manera, Durrell roza la ecuación de Paul Dirac por la cual se procede a unificar la mecánica cuántica con la relatividad, adelantando al narrador hasta las líneas espectrales atómicas para convertirlo en personaje en la última parte de su Cuarteto. Todo un pase de magia que se marca Durrell sirviéndose de elementos científicos y llevándolos hasta el terreno literario.
Por resumir, baste decir que tanto Rayuela de Cortázar, como 4,3,2,1 de Paul Auster o El cuarteto de Alejandría de Lawrence Durrell son tres ejemplos de novelas cuánticas. Cualquiera de ellas nos transporta a un universo paralelo donde uno se encuentra dentro del relato como un personaje más, envuelto en la incertidumbre del entorno.
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