“El hallazgo que cambiará nuestra visión sobre la ciencia” o la lacra de los titulares hiperbólicos
Multiplicar las exageraciones no solo agravia a las noticias que los merecen, sino que transmite a los ciudadanos una visión sesgada y algo frívola sobre cómo funciona y avanza la ciencia
Desde que Google empezó a bombardearnos con noticias afines a nuestros intereses procedentes de medios digitales, no dejo de recibir noticias con titulares del tipo “el hallazgo que cambiará nuestra visión sobre…” o “que revoluciona” tal o cual campo o “que puede cambiarlo todo”. Claro que hay hallazgos que cambian nuestra concepción de una parcela del conocimiento y merecen tales titulares. Pero si esa profusión de hitos extraordinarios tuviera credibilidad, indicaría que estamos atravesando una revolución científica en el sentido de Thomas Kuhn… ¡en todas las disciplinas en unos pocos años! Y esto, por más que los equipamientos disponibles y la población mundial de científicos superen a los de épocas pasadas, es del todo inverosímil. Multiplicar estos titulares hiperbólicos no solo agravia a las noticias que los merecen, sino que transmite a los ciudadanos una visión sesgada y algo frívola sobre cómo funciona y avanza la ciencia.
Ya se entiende que cuanto más espectacular sea un titular, más ciudadanos harán clic para ojear de qué va y este impulso por saciar la curiosidad alimenta los ingresos por publicidad. ¿O no? Los medios digitales que difunden estas noticias menosprecian la capacidad de aprendizaje que tenemos los ciudadanos, sobre todo después de unos años de experimentar la relativa desilusión que produce picar el anzuelo y leer algunas de las noticias que acompañan a esos titulares. De hecho, la exageración en general puede no ser un problema de comunicación cuando forma parte de hábitos culturales que el interlocutor o lector pueden decodificar. Esto, como tantas cosas, puede funcionar como una carrera de armamentos y esos medios inventarán nuevas formas de sorprender o asustar a los lectores para provocar el clic. Pero la velocidad de cambio cultural y de costumbres en los últimos años en nuestras sociedades —acuérdense de la vida sin móviles— sugiere que en algún punto bien podríamos dejar de picar el anzuelo y que nuestro escepticismo terminara enfriando la grandilocuencia de los titulares.
De hecho, —debería haberlo apuntado antes— los medios de comunicación serios, como éste en el que escribo, manejan las noticias sobre hallazgos científicos de forma adecuada habitualmente. La divulgación científica, sobre todo en medios escritos, ha avanzado increíblemente en rigor, oportunidad y agilidad en las últimas décadas en nuestro país. ¿Pero qué hacer con las noticias sobre ciencia de esos otros medios que vienen adornadas con ese tipo de titulares? Supongo que no me comprarán el remedio contundente para tantos males y disfunciones que atormentan a nuestra sociedad: una buena educación universal que desarrolle nuestro espíritu crítico y no sea privilegio de una parte.
Puestos a preguntarse cómo sucede esto, la hipérbole final en los titulares no suele ser achacable a los gabinetes de prensa de las universidades o centros de investigación, aunque tengan como misión dar lustre a lo que allí se hace. Los investigadores deberíamos apaciguar nuestro ego y modular alguno de estos titulares que se nos proponen, en lugar de inhibirnos por no ser expertos en comunicación. Los medios son los principales responsables, con la redacción de los aludidos titulares —quién sabe si ayudados por la IA— y con la selección de partes de la nota de prensa original, aunque las agencias de noticias que las distribuyen también suelen utilizar solo partes de aquella. Hay tal vez dos aspectos susceptibles de ser exagerados: el impacto sobre el conocimiento global en el campo científico en cuestión y la utilidad para la sociedad del hallazgo. Ninguno de los dos es directamente verificable para un ciudadano normal. Pero tampoco es ilícito sugerir que un descubrimiento puede contribuir en el futuro a facilitar la vida o curar una enfermedad si así lo aprecia una persona que conoce el campo. Por eso, para contribuir a paliar este problema, no se me ocurre más recomendación, al margen de que la evolución de nuestra sociedad corrija esta práctica y de que esos medios mejoren en su responsabilidad por cómo difunden algunas noticias —la accountability de los anglosajones—, que tratar de diferenciar entre los hallazgos científicos que ya han supuesto un cambio (sea o no excepcional) y los que nos remiten a un futurible. En los primeros, al menos, los titulares deberían ser mucho más comedidos y ajustados a la realidad. En los segundos, se podría ser más optimista siempre que el pronóstico lo haga realmente algún investigador del campo y no alguien de comunicación o de los medios.
Me dirán que los titulares hinchados se usan en artículos de prensa de cualquier ámbito o tema, y no solo en las noticias sobre ciencia. Y es cierto. Pero en el ámbito de la ciencia, donde los hechos van asociados a probabilidades y cargados con una cuota de incertidumbre, las exageraciones encajan particularmente mal. Si acaso se intentan colar, que todos somos humanos, ya se encarga alguien en la comunidad científica de rebajarlas en la revisión por pares.
Gonzalo Nieto Feliner es biólogo, profesor de investigación del CSIC, exdirector del Real Jardín Botánico.