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Las estaciones se difuminan y las olas de calor empiezan antes: esto es lo que dicen los científicos sobre el estiramiento del verano

Los patrones climáticos se vuelven erráticos, con fenómenos meteorológicos extremos en momentos inesperados del año, debido al aumento de la energía disponible en la atmósfera terrestre

Las ciudades europeas parecen derretirse bajo el sol en agosto, para estupor de sus visitantes, pero el científico y divulgador Fernando Valladares tiene la sensación de revivir la misma escena año tras año. El aire cálido pesa ...

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Las ciudades europeas parecen derretirse bajo el sol en agosto, para estupor de sus visitantes, pero el científico y divulgador Fernando Valladares tiene la sensación de revivir la misma escena año tras año. El aire cálido pesa y la conversación se encamina, de manera inevitable, hacia lo mismo. Valladares dirige el grupo de Ecología y Cambio Global en el Museo Nacional de Ciencias Naturales, en Madrid. Siempre aparece allí alguien —un curioso con el ceño fruncido o un desconocido con la frente empapada de sudor— que le pregunta sobre el calor sofocante que envuelve al ambiente o sobre el tiempo incierto que ha dejado de obedecer al calendario. “Es como el día de la marmota”, murmura con la ironía de quien lleva demasiado tiempo contando lo mismo.

Él responde con la misma paciencia que lo acompaña desde hace tres décadas. En los noventa, aquellas dudas eran esporádicas, casi anecdóticas y acaparaban un par de páginas en los periódicos del pasado. Hoy, en 2025, son constantes y el reflejo del cambio climático, una realidad que nadie puede ignorar. La Organización Mundial de la Salud deja claras algunas de sus consecuencias: el calor extremo es responsable de más de 175.000 muertes al año solo en Europa.

Ese calor, además de extremo, es más tempranero. Pero no se trata de que simplemente el verano empiece antes. Lo que ocurre, dice Valladares, es un desajuste profundo en los ritmos del clima, una alteración silenciosa que se arrastra desde hace mucho tiempo. El otoño, el invierno, la primavera y el verano ya no llegan cuando deberían. Se desdibujan. Los patrones climáticos se vuelven erráticos, con olas de calor en primavera, olas de frío en otoño, y límites difusos entre una estación y otra. 2024 se convirtió en el año más cálido jamás registrado y fue el primero en superar el límite de 1.5 grados de calentamiento por encima de los niveles preindustriales.

La duración del verano en el sur de Europa ha aumentado desde 1950 cerca de 20 días, según un estudio publicado en la revista Journal of Climate. Y en España, un análisis realizado por la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET) confirma lo que muchos ya perciben cuando caminan por las calles. Los veranos actuales son, en promedio, un mes más extensos que antes. “Todo esto es un efecto derivado de tener más energía en la atmósfera”, explica Valladares, que es investigador del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Esa energía extra está en el aire amarillo de las calimas que, con frecuencia, cubren el cielo de Canarias o, también, en la DANA de Valencia ocurrida en octubre de 2024. En aquella ocasión, Valladares no solo tuvo que explicar el fenómeno a medios y ciudadanos; también se enfrentó a amenazas por hacer lo de siempre, divulgar.

A ello se suman las consecuencias devastadoras de los incendios forestales, que solo este año han arrasado 358.000 hectáreas en España. Cada vez se registran más fenómenos meteorológicos extremos que afectan a un número creciente de lugares, alrededor del mundo, transformando paisajes y dejando a su paso comunidades al límite. Desde su despacho en Arabia Saudí, Fernando Maestre lo resume con claridad. “El planeta se calienta, tal como lo demuestran la mayoría de los registros climáticos”, escribe por correo electrónico. El experto en desertificación fue fichado el año pasado por la Universidad de Ciencia y Tecnología Rey Abdullah, donde continúa su línea de estudio que desarrolló en Alicante sobre zonas áridas e hiperáridas y cambio global.

Maestre explica que el calentamiento global influye en el alargamiento del verano, principalmente por el aumento sostenido de la temperatura media del planeta “debido a las emisiones de gases de efecto invernadero”, principalmente el dióxido de carbono (CO₂) que proviene de la quema de combustibles fósiles como petróleo, carbón y gas natural. Y la economía no ha dejado atrás su dependencia energética de ellos. La Unión Europea, a pesar de sus compromisos ambientales, sigue siendo el tercer mayor emisor mundial de CO₂ detrás de China y Estados Unidos. Para Valladares, “Europa está irreconocible. Fue un contrapeso para muchas de las medidas productivistas y ahora no se atreve a ser lo que era”.

Un calor desigual

Los impactos no serán iguales en todas partes, asegura Fernando Maestre. Aunque se trata de un fenómeno global, sus consecuencias no caen con la misma fuerza en todos los rincones. En el Mediterráneo, en el sur de Estados Unidos o en algunas partes de Asia, donde el clima ya es cálido, el aumento de temperaturas puede provocar “veranos mucho más secos, largos y extremos”, con un fuerte impacto en cultivos, incendios forestales y la salud pública, según ejemplifica este biólogo.

En zonas más frías, en cambio, como el norte de Europa o Canadá, el estiramiento del verano podría traer inicialmente condiciones más favorables para la agricultura, con más días de sol, mejores cosechas e inviernos menos hostiles; “aunque también con riesgos de nuevas plagas, sequías e incendios forestales más virulentos”, subraya Maestre. La realidad es que todo depende del punto de partida: del clima previo, del tipo de suelo y de la capacidad de adaptación que tenga cada sitio.

En el caso de España, ambos expertos coinciden en que el panorama es preocupante. Más del 70% del territorio español es susceptible de sufrir desertificación y según las estadísticas oficiales del Inventario Nacional de Erosión de Suelos, cada año se pierden por erosión más de 500 millones de toneladas de tierra fértil, engullidas por el viento, arrastradas por el agua o simplemente calcinadas por el sol. Los datos apuntan a que más de un tercio de la superficie española soporta erosiones que se califican como “graves o muy graves”.

Maestre dice que esto ocurre por una combinación de factores, como las olas de calor, sequías más intensas y también el uso excesivo del agua por el regadío y la pérdida de vegetación. Las zonas más afectadas son las del sureste peninsular: Murcia, Almería, gran parte de Alicante y el sur de Castilla-La Mancha y Andalucía oriental.

“Estas regiones ya tienen climas áridos o semiáridos, y están viendo cómo el suelo pierde fertilidad, se erosiona y se vuelve menos productivo”, dice Maestre. Fernando Valladares lanza una advertencia incómoda porque ciudades como Córdoba y Sevilla podrían ser inhabitables a mediados de siglo. Si no se toman medidas, como una mejor gestión del agua o prácticas agrícolas sostenibles, este proceso podría agravarse en los próximos años. El calor que se intensifica en el valle del Guadalquivir no da señales de detenerse.

La abogada Karla Zambrano, embajadora del Pacto Verde Global, agrega otro matiz: las migraciones climáticas. “No es un proceso nuevo, los homínidos emigraron en busca de hábitats más adecuados. La diferencia con el presente es que ya no somos nómadas y ahora cruzar una frontera puede ser una infracción administrativa o un delito en algunos Estados”, enfatiza.

Y si llega el día en que el calor sea insoportable y ciertas zonas no reúnan las condiciones necesarias para vivir, puede que la única salida sea marcharse. Las personas buscarán refugio tierra adentro, o más al norte. “Y entonces, ¿nos tratarán en Noruega como nosotros tratamos hoy a quienes llegan desde Senegal o Camerún?”, pregunta Zambrano, sin esperar respuesta. “Yo me niego a aceptar esa lógica”.

Porque si algo ha demostrado la historia humana es que, cuando vivir se vuelve insoportable, lo siguiente es sobrevivir. “Y lo haremos, cruzando una frontera o levantando otra”, concluye esta experta. El rol que ha desempeñado como embajadora en la estrategia de crecimiento de la Unión Europea para transformar su economía en 2050 no ha sido fácil. Sin financiación y de forma voluntaria, ha trabajado desde la Universidad de Valencia en cimentar un espacio para involucrar a la comunidad universitaria, pero también a la ciudadanía. “A veces no hago más que llenarme de trabajo, pero pienso en las generaciones que están y las que vienen. Yo tengo un hijo y, bueno, no es en vano, no cae en saco roto”, expresa.

Una solución humana y política

Se han celebrado un total de 29 cumbres anuales de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, y hay multitud de acuerdos, convenios, estrategias y protocolos que describen este escenario, además de miles de artículos científicos. “Nos hemos reído del Acuerdo de París de 2015. Han pasado 10 años y hemos avanzado poco”, dice Fernando Valladares. El científico no titubea en plantear que el asesoramiento científico está fallando: “A los gobiernos les tiemblan las piernas a la hora de tomar medidas basadas en la ciencia”.

Para Valladares y Karla Zambrano es crucial que la ciudadanía empuje y que haga sentir a los políticos la necesidad de tomar medidas a largo plazo. Estas medidas deben ser integrales y abordar aspectos legales, sociales, económicos y geopolíticos. Y exactamente lo mismo hay que hacer con el sector privado. “El primer desafío sería cambiar el modelo de producción y consumo”, plantea Zambrano tajante. Esto implica, según esta abogada, un modelo totalmente alternativo a la manera en que venimos viviendo. Significa incluso cuestionar hasta qué punto la humanidad está viviendo por encima de sus posibilidades.

Y ese cuestionamiento, a su vez, se relaciona con una serie de desafíos que parten desde una mejora de la responsabilidad social corporativa en materia de sostenibilidad. Y, para Zambrano, eso incluye también una autoevaluación de la conciencia social: “Eso exige incluso una mejora en la comprensión desde edades tempranas de lo que es la educación ambiental”. El cambio climático demanda medidas humanas y políticas: “Hay una oportunidad histórica porque tenemos una sociedad con posibilidades de informarse como nunca. Los datos están ahí”, concluye Valladares.

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