Abierta una investigación en Barcelona tras la muerte de un científico que estudiaba una enfermedad letal transmisible
Tres instituciones intentan averiguar el origen de unas muestras infectivas de Creutzfeldt-Jakob descubiertas en el laboratorio del bioquímico, fallecido en 2022 a los 45 años
Un prestigioso investigador español de la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob murió el año pasado tras experimentar síntomas compatibles con esta dolencia letal, según ha podido saber EL PAÍS por múltiples fuentes de las tres instituciones implicadas. La Universidad de Barcelona abrió hace tres meses una investigación interna para averiguar el origen de miles de muestras no autorizadas, algunas de ellas infectivas, descubiertas en un congelador de su laboratorio 4141, en el que trabajaba el bioquímico fallecido, ...
Un prestigioso investigador español de la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob murió el año pasado tras experimentar síntomas compatibles con esta dolencia letal, según ha podido saber EL PAÍS por múltiples fuentes de las tres instituciones implicadas. La Universidad de Barcelona abrió hace tres meses una investigación interna para averiguar el origen de miles de muestras no autorizadas, algunas de ellas infectivas, descubiertas en un congelador de su laboratorio 4141, en el que trabajaba el bioquímico fallecido, miembro del Instituto de Investigación Biomédica de Bellvitge (IDIBELL) y del consorcio público CIBER. Estas dos instituciones se han sumado a la investigación interna, tras constatar inquietud entre los compañeros de la instalación, que desconocen el nivel de riesgo al que han estado expuestos sin saberlo. Esta enfermedad neurodegenerativa se incuba en silencio durante años, pero cuando aparecen los síntomas —una rápida demencia y rigidez muscular— es mortífera. La esperanza de vida después del diagnóstico apenas llega a los seis meses. Su equivalente animal más conocido es la enfermedad de las vacas locas.
El bioquímico se incorporó en enero de 2018 al laboratorio 4141 de la Universidad de Barcelona, como investigador principal con un grupo propio, en el que poco después entró su esposa. Juntos identificaron sustancias características en el líquido cefalorraquídeo humano, útiles para el diagnóstico de demencias rápidas. El científico ahora fallecido empezó a encontrarse mal y pidió la baja en noviembre de 2020. Tras filtrarse entre sus colegas que sus síntomas eran compatibles con la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob, exigió privacidad absoluta y decidió ocultar su diagnóstico, según las fuentes consultadas. Falleció con 45 años.
El responsable del laboratorio 4141, Isidre Ferrer, catedrático de Patología de la Universidad de Barcelona y también miembro del IDIBELL, informó el 18 de diciembre de 2020 a los directivos de ambas instituciones de que se habían encontrado de manera fortuita, en un congelador a 80 grados bajo cero, muestras sospechosas de líquido cefalorraquídeo de personas con la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob y otras demencias neurodegenerativas, según la documentación interna a la que ha tenido acceso EL PAÍS. Los miles de muestras no autorizadas, de pacientes y animales, estaban en un cajón reservado para el grupo del investigador enfermo y carecían de registro de entrada. La Universidad de Barcelona decretó entonces el cierre inmediato y la descontaminación del laboratorio 4141, ubicado en la Facultad de Medicina, en L’Hospitalet de Llobregat.
El médico Gabriel Capellá, director del IDIBELL, explica que han identificado “un máximo de ocho personas” que trabajaron en el laboratorio en esa época, además del científico fallecido e Isidre Ferrer. Algunos de estos compañeros han necesitado atención psicológica durante meses. La oficina de seguridad de la universidad y el servicio de prevención del IDIBELL juzgaron que existió “un riesgo intolerable”, aunque Capellá subraya que “no hay constancia de ningún accidente laboral” en el que un investigador se haya podido inocular material contaminado. La enfermedad de Creutzfeldt-Jakob y otras encefalopatías espongiformes transmisibles humanas son provocadas por unas proteínas anormales denominadas priones, que se acumulan en el cerebro y causan una apariencia microscópica similar a una esponja. Apenas hay uno o dos casos por cada millón de habitantes, la inmensa mayoría de causa desconocida, pero también se han registrado enfermos tras estar en contacto con instrumentos quirúrgicos contaminados por estos priones.
Las tres instituciones implicadas tardaron más de dos años en enviar las muestras sospechosas para su análisis a un centro especializado, el CIC bioGUNE, en la localidad vasca de Derio. Una portavoz de la Universidad de Barcelona detalla que las remitieron en diciembre de 2022 y los tres organismos recibieron los resultados en marzo de 2023. Cuatro meses después, en julio, los servicios jurídicos de las tres instituciones comunicaron por fin a los trabajadores del laboratorio 4141 que las muestras de la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob eran, como se temía, potencialmente infectivas. “Se puede argumentar si hemos sido más o menos rápidos, pero hemos sido transparentes. Somos tres instituciones que nos tenemos que poner de acuerdo y hemos sido garantistas”, sostiene Capellá. En Francia se ha registrado una situación similar y todos los laboratorios públicos que investigan enfermedades priónicas decidieron cerrar temporalmente en julio de 2021 para revisar sus protocolos, tras la muerte de una investigadora por Creutzfeldt-Jakob en 2019 y el descubrimiento de otro caso sospechoso.
El laboratorio 4141 no estaba preparado para manejar muestras de alto riesgo biológico. Ni siquiera tenía campana de bioseguridad. El consorcio público CIBER firmó un acuerdo a finales de 2018 para que el grupo pudiese trabajar con estas muestras peligrosas en el laboratorio de alta seguridad del Centro de Investigación en Sanidad Animal (CReSA), en la localidad barcelonesa de Bellaterra. Según las fuentes consultadas, no había ningún motivo para tener el material contaminado en el laboratorio 4141, más allá de un hipotético ahorro de tiempo en los experimentos, ya que el búnker del CReSA está a 30 kilómetros y para usarlo había que esperar turno. El responsable de la instalación, Isidre Ferrer, ya jubilado, prefiere no comentar el caso hasta que termine la investigación interna, pero recalca que desconocía la existencia de esas muestras peligrosas.
El director del IDIBELL recuerda que el científico fallecido era “un investigador prometedor y brillante”, que había realizado una estancia entre 2013 y 2017 en el Centro Médico Universitario de Gotinga (Alemania), donde trabajó a las órdenes de la neuróloga Inga Zerr, referente internacional en la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob. La médica Margarita Blázquez, gerente del consorcio público CIBER, subraya que el periodo de incubación de este trastorno puede durar varios años, por lo que, si el investigador fallecido realmente sufrió esta dolencia, también pudo adquirirla en Alemania o en otro de sus laboratorios anteriores. Este periódico ha intentado obtener la versión de la viuda del científico, sin obtener respuesta a los mensajes a su correo electrónico personal. La mujer pidió la baja poco después de que su marido lo hiciera. Las tres instituciones investigan ahora si la pareja manejó las muestras peligrosas sin autorización en el laboratorio 4141. Una tercera compañera del grupo, adscrita al CIBER y a las órdenes del bioquímico ahora fallecido, sí trabajó con muestras de Creutzfeldt-Jakob potencialmente infectivas sin haber sido informada de que lo eran.
La oficina de seguridad de la Universidad de Barcelona considera que las muestras pudieron ser un problema solo en caso de inoculación accidental o ingestión durante la manipulación. La documentación interna, sin embargo, constata la alarma desatada en el recinto. “Los técnicos e investigadores del laboratorio expresan su enorme preocupación por el hecho de que, hasta ahora, no se haya podido determinar el origen de la enfermedad del doctor. Les queda la duda de si pueden sufrir el mismo proceso dentro de algunos años a partir de la contaminación no controlada que puede haberse generado en el laboratorio”, señala el acta de una reunión de los trabajadores con el director del departamento de Patología de la Universidad de Barcelona, Carles Solsona, el 22 de diciembre de 2020. “Este miedo les hace sufrir un estado de angustia permanente con problemas de insomnio e irritabilidad”, advierte el informe.
El director del IDIBELL envió un mensaje a todo el personal del centro el día 11 de octubre, cinco días después de que EL PAÍS le comunicase que estaba investigando el caso. Gabriel Capellá informó entonces a sus trabajadores de “un incidente muy grave que se conoció en el campus por primera vez a finales de 2020″. Capellá anunció con “profunda consternación” la muerte del investigador “a causa de una posible afección priónica”, con “una posible iatrogenia [una enfermedad adquirida por contacto con materiales contaminados durante un procedimiento médico]”. El director también notificó el hallazgo de “muestras potencialmente peligrosas” en un congelador. “Nuestra prioridad es asegurarnos de que esta situación se gestiona con rigor y transparencia, limitando el daño que pueda sufrir la reputación de nuestras instituciones”, señaló.
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