Jordi Camí, médico y mago: “Los más preparados cometen más errores en sus predicciones”
El director del Parque de Investigación Biomédica de Barcelona divulga con ‘El cerebro ilusionista’, un espectáculo donde indaga en la mente con neurociencia y magia
Desde hace siglos, una tradición del mundo del ilusionismo es combatir timos de charlatanes que buscan embaucar al público crédulo, como el espiritismo de los psíquicos o la clarividencia de los echadores de cartas. La leyenda del escapismo Houdini a finales del XIX, el ilusionista James Randi en el XX o los ...
Desde hace siglos, una tradición del mundo del ilusionismo es combatir timos de charlatanes que buscan embaucar al público crédulo, como el espiritismo de los psíquicos o la clarividencia de los echadores de cartas. La leyenda del escapismo Houdini a finales del XIX, el ilusionista James Randi en el XX o los escépticos profesionales Penn & Teller en la actualidad, dedicaron su vida a desmontar engañifas de toda índole. Pero, como buenos magos, nunca dejaron de prestar atención a la necesidad del espectador por buscar el asombro, incluso cuando se sabe manipulado.
Para Jordi Camí i Morell (70 años, Terrassa, Barcelona), médico y catedrático de Farmacología de la Universidad Pompeu Fabra, la magia es útil para explicar los mecanismos de la mente. Camí, que dirige el Parque de Investigación Biomédica de Barcelona y vicepreside la Fundación Pasqual Maragall, no está interesado en desvelar los trucos, sino en lograr que se entienda cómo el mago hace que la gente crea en lo imposible. La pregunta que plantea en su espectáculo El cerebro ilusionista, basada en su libro homónimo (RBA, 2020), es: ¿y si el éxito del engaño no está solo en la habilidad del prestidigitador, sino en los atajos que nuestro cerebro toma tras millones de años de evolución? Algunos los califican de fallos, como los ya conocidos sesgos cognitivos o las ilusiones ópticas, pero Camí prefiere hablar de “adaptación al entorno”.
Este “mago de pacotilla”, como se autodefine sonriente, habla con EL PAÍS justo antes de que comience su intervención en el XIII Festival de Magia de Madrid. En su aproximación científica a la magia, junto a Luis Miguel Martínez, biólogo del centro del Instituto de Neurociencias de Alicante del CSIC —y coautor con él del libro—, y el mago Miguel Ángel Gea, Camí indaga en cómo percibimos la realidad a través de los recovecos del cerebro.
Pregunta. Gracias a su categoría de mago, ¿ha accedido a un público que jamás iría a una charla de ciencia?
Respuesta. Estoy ensayando una fórmula que nos está funcionando, ciencia con magia, que no me consta que se haga en otros sitios. Soy catedrático de universidad, y me tomo esta actividad como transferencia de conocimiento. Creo que hacemos más apetitosos y agradables temas que pueden ser densos. Captamos una audiencia que no vendría a una conferencia de divulgación científica.
P. La contrapartida es que sabe cómo se fabrica la ilusión, los puntos ciegos del cerebro, y por qué funciona un truco, ¿no le quita la gracia? ¿La explicación científica no resta asombro?
R. Los más preparados son quienes más errores de predicción tienen. Y esa gente es con la que los magos disfrutan más: las personas muy educadas anticipan e infieren más, qué es lo que se supone que debe ocurrir, por lo que es más colosal el conflicto de expectativas cuando aparece el desenlace de un efecto de magia que es imposible.
Los sesgos mentales no son errores del cerebro, sino atajos para funcionar en el día a día. También ocurren en otros animales
P. ¿Cuál es la relación entre la neurociencia y la magia?
R. El funcionamiento del cerebro es clave porque lo que el ilusionismo persigue es hacer efectos imposibles. Un grueso importante de la magia requiere manipulación psicológica, y se tiene que buscar la vida para conseguir al final un efecto en el que no cuadra con aquello que tú te ibas a esperar como espectador. Esto requiere muchos deberes, lo que llamamos la vida interna del truco. Una parte fundamental a veces consiste en desviar la atención, en hacer cosas relacionadas con la cognición. Pero también la magia es un arte escénico que utiliza tecnología, de la física o la óptica, por ejemplo. Aunque no muy a menudo, también nuevos materiales o electrónica.
P. ¿Diría que explota los sesgos mentales de las personas en su acto?
R. Un efecto que entendemos como “imposible” pone en evidencia las limitaciones estructurales del cerebro, pero los sesgos no son errores. El cerebro es incapaz de procesar en bruto toda la información que recibe del mundo exterior, gigas por segundo, por lo que recurre a atajos para funcionar en el día a día. Son estrategias, circuitos que hemos aprendido para sobrevivir. A veces nos traicionan, pero en general son para buenas finalidades, podríamos decir. También ocurre en otros animales.
Nuestra concepción de la realidad es continúa, no fraccionada, cuando en verdad captamos fragmentos que después fusionamos y rellenamos. Gracias a esto podemos ir al cine, donde proyectan una sucesión de fotogramas. También vemos de forma relativa, no absoluta, y solo procesamos las diferencias. El cerebro genera predicciones constantemente, se busca la vida, diríamos, desea anticipar lo que pasará y este mecanismo es el que la magia interfiere. El ilusionismo lo aprovecha para hackearlo, algo que ha aprendido de forma empírica a lo largo de los siglos a base de prueba y error. El de la magia es un mundo muy pragmático, todavía funcionan trucos antiquísimos de hace miles de años, de los tiempos de Séneca, entonces ya había por la calle trileros, con cuencos y nueces o dados chinos. La clave es que los trucos siguen funcionando porque la manera de funcionar del cerebro que los percibe no ha cambiado.
El cerebro genera predicciones constantemente y el ilusionismo lo aprovecha para ‘hackearlo’
P. En la charla y en el libro ordena y determina grandes procesos cognitivos en los que la magia puede interferir.
R. El más frecuente y más conocido es el control de la atención, incluso han acuñado en inglés un término paraguas, misdirection, que agrupa las diferentes estrategias para redirigir la atención del público. Si atiendes algo, no puedes ver lo otro. Al provocar un conflicto se consigue que aunque estén mirando algo no lo veas, ya que no puedes procesar varias cosas simultáneamente. Se da un atraso, como al conducir y mirar el móvil.
P. Quizá un tema más espinoso es el de la fragilidad de la memoria: al recordar se reescribe el recuerdo, explica, y lo fácil que es manipularla. ¿El cerebro se puede autoengañar?
R. El campo de la memoria es apasionante, hay muchos tipos de recuerdos. Se recrea cada vez que se evoca. O sea, se reconstruye de alguna manera y, además, no todos lo hacemos igual ante recuerdos que hemos compartido, un mismo suceso, porque no todos nos fijamos en lo mismo. Es normal porque no todos procesamos de la misma forma la realidad. En magia, se dan oportunidades para manipular recuerdos, llegando a engañar, haciendo pensar que han ocurrido cosas que realmente no han sucedido, incluso en muy corto tiempo.
P. ¿Sin consecuencias? ¿Qué implicaciones tiene eso para el día a día de la gente?
R. Pocas, pocas, porque si no estaríamos muy peleados [ríe]: imagínate en una pareja, uno rememora el día que fueron de viaje y la otra no: “¿No te acuerdas? ¿Pero cómo es posible?”, cosas así. La principal consecuencia es que hay que ser cautelosos. El error es creer que la memoria individual de cada uno es una cinta magnetofónica, una grabadora precisa de un suceso. No lo es. Incluso los recuerdos que se han producido en situaciones emocionalmente muy fuertes. El evento quizá se te queda tatuado de una manera que no te olvidas, pero los detalles son tan poco fidedignos como los de un recuerdo normal.
La memoria es apasionante: se reconstruye cada vez que se evoca. Y no todos lo hacemos igual ante un suceso compartido
P. La distorsión de los recuerdos causa problemas, desde la declaración de un testigo ocular, que “jura haber estado ahí” o a la propia víctima en una rueda de reconocimiento al identificar a su posible asaltante, que se deben tener en cuenta en procedimientos judiciales.
R. Sí, tiene muchas derivadas que han sido publicadas en el campo de la generación de falsas memorias, que es como se llama. Es un problema importante. Se debe ir con mucha cautela, no existe una fiabilidad integral. Lo no intuitivo cuesta mucho de procesar y aceptarlo: como que un recuerdo, pese a que sea muy vívido en nuestra cabeza, puede estar recreado. Una persona que ha sido asaltada o violada, testigos presuntamente directos del 11 de septiembre... Yo me acuerdo de dónde estaba el día que el hombre pisó la Luna, pero no de los detalles concretos.
P. ¿Entiende la oposición a estas evidencias cuando el conocimiento científico se vuelve en contra de lo que una víctima está relatando, cuando la ciencia rechaza una “vivencia personal”?
R. Es un drama, claro. El cambio en la recepción es un proceso largo porque es muy difícil salir de ciertas tradiciones y esto es un caso en el que, digamos, hay que hacer pedagogía y promoción para que no se considere un único testigo como una prueba infalible en una acusación. Requiere más preparación para las personas que son responsables en este ámbito. Para las víctimas, en el ámbito de investigación de los recuerdos traumáticos, se está trabajando ahora para ver cómo pueden remitir su dolor y hacer que esa persona no sufra debido a una evocación, a veces emocionalmente poco controlable. Hay buenos resultados, terapias basadas en ver cómo podemos extinguir aquel recuerdo traumático y la reconducción de recuerdos para normalizar el rememorar la situación. Casos como el de las personas que tienen fobia a montar en un avión.
Los escritores se lo pasan pipa creando historias sobre borrar recuerdos o implantar memorias, pero son eso, ciencia ficción
P. ¿Ser capaces de eliminar la carga negativa a un recuerdo no nos va a impedir aprender de ello, a modo de señal para que no se vuelva a repetir?
R. No, porque hablamos de gente que sufre mucho y busca terapias para minimizarlo. Hay que ayudarles, eso tiene que quedar claro. Como el caso de un soldado que ha ido a una guerra y queda traumado.
P. Entonces, ¿de momento quedan muy lejos las historias de ciencia ficción donde podemos olvidar a una expareja con una pastilla o inventarnos una experiencia no vivida vía neuroimplante?
R. Los escritores se lo pasan pipa manejando esas historias, pero son eso, ciencia ficción.
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