Columna

La ciencia latinoamericana se pone las pilas

El acceso universal a la vacuna contra el coronavirus no está garantizado en absoluto

Luis, de 62 años, un paciente de coronavirus, en Ciudad de México.EDGARD GARRIDO (Reuters)

Sabemos que la ciencia es un empeño internacional. La procedencia geográfica o étnica de un científico es irrelevante para su trabajo. La investigación progresa reuniendo el mejor talento del planeta, discutiendo libremente sobre sus resultados y comprobando –o refutando— sus hipótesis. Quien les habla se ha llenado la boca proclamando ese principio general y comprobado mil veces en la no muy larga historia de la ciencia. Pero todo principio general debe humillarse ante la realidad, que a veces no se aviene. Una pandemia como la que está en marcha es la situación ideal para comprobar –o refuta...

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Sabemos que la ciencia es un empeño internacional. La procedencia geográfica o étnica de un científico es irrelevante para su trabajo. La investigación progresa reuniendo el mejor talento del planeta, discutiendo libremente sobre sus resultados y comprobando –o refutando— sus hipótesis. Quien les habla se ha llenado la boca proclamando ese principio general y comprobado mil veces en la no muy larga historia de la ciencia. Pero todo principio general debe humillarse ante la realidad, que a veces no se aviene. Una pandemia como la que está en marcha es la situación ideal para comprobar –o refutar— el carácter mundial y altruista de la ciencia. Las perspectivas son muy oscuras.

Un virus levanta fronteras y revela el peor ángulo de la naturaleza humana y de la abyección política. Ya sé que esto da asco, pero es lo que hay. El líder mundial en vacunas, la multinacional de matriz francesa Sanofi, está recibiendo financiación de Washington para desarrollar vacunas contra la covid-19, y eso implica que Estados Unidos tendrá derecho preferente a esa sustancia, como ha reconocido el propio presidente de la compañía. Es solo un ejemplo. El resto de la Big Pharma –MSD, AstraZeneca, Johnson & Johnson— también tiene el mismo objetivo, como parece lógico en esta situación, y sus fuentes de financiación son igual de complejas y comprometedoras. El acceso universal y equitativo a la vacuna contra el coronavirus no está garantizado en absoluto. Eso no es una prioridad para ningún Gobierno nacional, por definición de nacional.

A diferencia de muchos de sus gobernantes, los científicos latinoamericanos han percibido el problema con nitidez y se han puesto las pilas. Saben que no tienen los medios para alcanzar un producto pionero, pero han empezado de todos modos a desarrollar vacunas aunque lleguen tarde, en el temor comprensible de que esos fármacos no lleguen a tiempo al subcontinente. Hay laboratorios académicos que se están esforzando por desarrollar vacunas accesibles globalmente, pero ninguno de ellos puede ni de lejos fabricar los miles de millones de dosis que serán necesarios para inmunizar al mundo, como requiere una pandemia. Fronteras, nacionalismos, visión miope. Es el mundo en que vivimos. El periodista Emiliano Rodríguez Mega publica en Nature un buen reportaje sobre la iniciativa de los científicos latinoamericanos.

El negocio de las vacunas es extremadamente complicado. Un fármaco contra una enfermedad crónica se vende durante décadas, pues el paciente tiene que tomarlo todos los días de su vida. Pero una vacuna eficiente, que es lo que todos queremos, puede proteger a una persona de por vida con una sola dosis. Esto es la ruina para una empresa farmacéutica, y unido a las campañas engañosas, el rechazo de una parte desinformada del público y los leguleyos de la familia de los escualos que captan clientes a la salida de los hospitales, un escollo que lleva décadas disuadiendo a la industria de este sector farmacológico esencial. Sálvese quien pueda.

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